por Daniel Link para Perfil
El discurso presidencial de Rosario
mostró a la Sra. Fernández rara. Encendida está siempre (ésa es
una de sus características oratorias más sobresalientes y una
de las que más nos conmueven). Pero esta vez hubo algo turbio ya
desde el comienzo: el canturreo con la mirada perdida, la voz
quebrada y un cierto desgano, la estetización de la sangre en la
“bandera macha” (sic, en verdad se trata de la “bandera
de Macha”), que hace juego con otro extraño momento locutivo, “lo
que tiene que tener un hombre y una mujer”, el olvido (o revisión
histórico-conceptual) de que los colores de la bandera argentina
(como los de tantas otras repúblicas americanas) son los de la
dinastía borbónica, la adopción de un tono francamente belicista
en relación con los enclaves coloniales, el deísmo desenfrenado, la
anticipación de los tópicos más previsibles de un discurso de
inauguración de Sesiones Ordinarias (la creación de fuentes de
trabajo, la construcción de escuelas...) que poco y nada tenían que
ver con las dos circunstancias que habían hecho de ese discurso una
pieza esperada: la patriótico-conmemorativa y la coyuntural (la
tragedia ferroviaria).
Sensible como sabemos que es la Sra.
Fernández, es probable que el shock de los 51 muertos la haya sumido
en un cono de sombra, lo que justificaría su reclamo de un abrazo
colectivo y ritual, su apelación a los tiempos judiciales
(inmediatamente desmentida), los titubeos sintácticos (infrecuentes
en ella) y el más extraño de los enunciados que pronunció en ese
acto: “Con la muerte no”.
Porque, en efecto, de eso se trata,
como quedó demostrado desde el caso Cromañón: “Con la muerte no
(se juega)”. Una cosa puede ser un autito flojo de papeles,
un vuelto que se quedó en algún bolsillo, unos dólares comprados
sin permiso, un vuelo charter no justificado. Pero si hay muerte,
todo eso adquiere una dimensión trágica que ningún argentino es
capaz de tolerar.
Valiosa como fue esa advertencia
presidencial, su rareza radica en que no se sabe a quién estaba
destinada. Los acontecimientos que, sin duda, se precipitarán en los
próximos días, podrán (o no) darnos alguna pista.
Explotó un arsenal y cayeron bombas en una zona residencial, incluso en una escuela. Al otro día fue el presidente, puso la cara y dijo: Esto fue un accidente.
ResponderBorrarY eso no le restó votos.
¿Y Candela?
Ah, cierto. La muerte. Ese olvido recurrente que a veces llega y espanta.
Ojala se termine de prender fuego de una vez. Mientras tanto resistiremos. Hasta que todo arda.
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