por Daniel Link para Perfil
Una de esas bellas jóvenes parisinas,
rubia como Catherine Deneuve (es decir: como la República francesa
se imagina a si misma), que ha abandonado hace años el confort y el
hastío de una Europa ya entonces sin rumbo para instalarse en Buenos
Aires (donde, dice, “los hombres son más divertidos”) aparece en
una vernissage, después del triunfo de François Hollande,
con su pelo teñido de castaño.
Como
la he visto llorar por algun acontecimiento trivial (darse cuenta de
que en todos sus años de estudio en la Sorbonne nunca le dieron a
leer a Foucault, que nuestros niños leen en el jardín de infantes),
considero que tengo la suficiente confianza como para burlarme de su
repentino “aindiamiento”.
Es
como si ella, rechazando todos los
componentes identitarios propios de su Galia mitológica, hubiera
decidido encarnizadamente
volverse un poco india, un poco negra, un poco “chinita”,
haciendo causa con su (y nuestra) mal-dicción,
la
maldición de la historia.
Como
se sabe, las dos mujeres más prominentes del nuevo gabinete de
Hollande son la ministra de Justicia, Christiane Taubira (originaria
de la Guyana), y Najat Vallaud Belkacem, portavoz del Gobierno y
titular de Derechos de las Mujeres (nacida en Marruecos).
En sus fantasías teleológicas sobre
el final de la Historia, Hegel, Marx y Alexandre
Kojève, justo es decirlo, se equivocaron fiero. Ellos pensaron que,
a partir de cierto punto, la historia estaría realizada (completa) y
que, una vez alcanzado el estadio del Estado Universal Homogéneo,
viviríamos en situación de contentamiento. Alexandre Kojève
promovió, consecuente con ese ideario que niega la multiplicidad (o
que la subordina a un Único), el Mercado Común Europeo.
Por
desgracia (porque nos obliga a suspender nuestra pereza) no fue así,
y no lo fue porque el tiempo histórico tal como esos paladines de la
modernidad lo diseñaron se niega a funcionar tan rectamente, y
porque Oriente (eso que Marx propuso destruir porque de otro modo no
habría día después de mañana) sigue complicando las fantasías
concentracionarias de un Estado cada vez más incapaz de controlar a
la bestia voraz y desaforada del capitalismo financiero para el cual
no parece haber ejércitos suficientes que pongan a los pies de la
civilización a los bárbaros que la acosan.
La
madre de la francesita, cuando la vio por skype
con su nuevo color de pelo, le preguntó con sarcasmo: “¿para
cuándo la burka?”.
Más
conscientes del declive occidental que la marea crítica europea
representa, los griegos no consiguieron armar gobierno y deberán
volver a las urnas. Más allá de sus fronteras, lo sabía Góngora,
en el siglo XVII, “el
mentido robador de Europa/ –media
luna las armas de su frente,/ y el Sol, todos los rayos de su pelo–,/
luciente honor del cielo,/ en campos de zafiro pace estrellas”.
Si esta
vez Europa consigue salvarse, lo hará raptada por (de la mano de) la
media luna turca. Y más allá, tiene razón la madre de la
francesita acriollada (creolizada),
nos esperan la burka y el caftán.
Esto
parece, no da para más.
Mientras no copie la actitud histerica de las argentinas y siga levantando la bandera de buenas peteras que tienen las francesas, no importa el color de pelo.
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