sábado, 7 de julio de 2012

Salud pública


por Daniel Link para Perfil

Hay tantas opciones... Podría escribir una columna a la Rafael Spregelburd, comentando la deslucida puesta de Tannhäuser en el teatro Capitole de Toulouse, que abusó del contact y otras piruetas pseudocoreográficas para representar el Venusberg y dar cuenta de uno de los momentos de inflexión más dramáticos de Occidente: la opción wagneriana por el amor en su forma cristiana, en vez del amor en su forma griega (lo que, como se sabe, enfureció a Nietzsche). O, como Angélica Gorodischer, podría comentar mi relación con los gorriones de la isla europea donde me encuentro, la triste confianza que en mi (que soy, en definitiva, un predador implacable) depositan durante cada desayuno. O, a la manera de Martín Kohan, podría comentar los monótonos e irracionales festejos españoles ante un nuevo triunfo en la Eurocopa.
Pero no, debo retractarme. La semana pasada auguré para los europeos un futuro parecido al nuestro, en un rapto de melancolía patriótica (es decir: cristinista). Pero la microeconomía me obliga a corregir mi percepción equivocada.
España acaba de implementar un sistema de copagos progresivos para los medicamentos: los jubilados, pensionados y desocupados no pagan nada. Los que más ganan, pagan un sesenta por ciento de los medicamentos en las farmacias.
Yo mismo, que arrastro por el mundo una lesión lumbar irremediable, me he visto obligado a comprar medicamentos a precio de lista. Para mi sorpresa, un relajante muscular que es además un ansiolítico /(recetado por una veterinaria francesa que se dedica al teatro, con suerte despareja en ambas disciplinas) me costó menos de cinco euros.
Luego, en ciudades menos cautas en el expendio de analgésicos, compré una caja de cuarenta ibuprofenos de seiscientos miligramos y otra de cuarenta diclofenacos de cincuenta mligramos (la imaginación española para los nombres de fantasía de las drogas deja bastante que desear: compárese con nuestro mitológico dioxaflex) por tres euros con ochenta.
Definitivamente, ni en materia de transporte ni en materia de salud pública los europeos pueden alcanzar las cimas de fracaso en las que nosotros nos desenvolvemos.


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