miércoles, 8 de agosto de 2012

Del diario, al blog, al libro

por Daniel Link
Tengo mi último libro ante mi. Se llama Textos de ocasión (Buenos Aires, el cuenco de plata, 2012) y reúne columnas periodísticas publicadas en diferentes medios (Perfil, Página/12, Clarín) y algunas otras intervenciones publicadas en el blog Linkillo. Cosas mías.
De hecho, todo pasó por Linkillo: las columnas periodísticas y los demás textos. Y, si ahora llega al libro es porque una segunda lectura de esos textos me permitió rescatar aquellos que menos ligados estaban a una coyuntura específica y organizarlos en cinco apartados que coinciden parcialmente con las “etiquetas” que llevaban en el blog.
Son textos, podría decirse, sobreeditados: ninguno ha permanecido exactamente igual a como fue escrito en principio y, sobre todo, han migrado para formar algo así como una argumentación espasmódica.
¿Cambian esos textos, ahora que llegan a la forma libro? Creo que su acumulación más o menos insensata (es decir: cronológica) en un blog pretendía salvarlos del destino perecedero (los diarios viejos sólo sirven para envolver los huevos). Pero es el libro donde cualquier cosa que uno escribe adquiere una dimensión diferente. No sé por qué.
O lo sé, pero no entiendo el fenómeno: no hay crítica de producciones escritas diferentes del libro. No hay crítica (literaria o filosófica) de producciones en otro soporte diferente del libro. Ni siquiera los estudios culturales han conseguido sacar a las ediciones digitales de la mera curiosidad de época, la “novedad”. De modo que la cultura va muy por delante de las disciplinas críticas, que se pierden la posibilidad de intervenir en relación con el presente.
¿Y a “yo” (es decir: a la función-autor que se desprende de los textos que publico), que le pasa? Con la intercesión del blog entre el fragmento periodístico y el libro sucede una inversión curiosa: antes, el diario del escritor (su cuaderno de bitácora) podía llegar a ser relativamente interesante sólo una vez que la obra estaba suficientemente constituida y consolidada. Ahora, el diario (o cuaderno de bitácora) se lee antes, es un momento previo de la imaginación libresca, de la imaginación de un libro que no se sabe si llegará.
Mucho antes de que este libro estuviera armado, pero cuando ya estaba contratado con el cuenco de plata (la sagacidad de Edgardo Russo lo vio in nuce) otro editor me pidió que armara un libro a partir de ciertas entradas de blog.
De modo que los lectores más perspicaces (¿no deberían ser siempre así los editories?) fueron capaces de leer el libro allí donde no estaba.
En todo caso, tratándose de fragmentos de pensamiento (o de ficción, no creo que haya diferencia en este punto), el libro viene como a subrayar la continuidad de lo pensado, lo imaginado (es decir: lo vivido). Es probable que sólo el libro nos permita sostener esa continuidad porque en las versiones digitales el fragmento pierde su relación más inmediata con los otros.
Digo libro y ya no imagino necesariamente la vieja versión de papel. Un poco por eso, la tapa de mi último libro reproduce la imagen de un lector de libros electrónicos, dispositivo que nunca pensé que fuera tan amigable como ha resultado (o que yo manejaría sin desconfianza, como ha sucedido).
En todo caso, el libro tiene un sedimento de duración del que tal vez carezcan las publicaciones on-line. Pero como todo vuelve, alguien (más temprano que tarde) devolverá el libro al punto de partida, escaneándolo y colgándolo en alguna página.
El libro es probablemente (todavía o para siempre) el patrón del juicio sobre lo escrito. Pero ha dejado de ser, desde hace rato, la unidad de composición.
En esas tensiones, creo, se juega el presente.


1 comentario:

  1. Nos sentimos parte! De la tapa al menos...
    Felicitaciones por la nueva publicación.

    ResponderBorrar