Por Daniel Link para Perfil
Antes se decía “el rey está
desnudo” en relación con una parábola sobre la soberanía que
quería decir que todos, salvo el soberano, veían la estupidez del
rey. O sea: cegado por su propia estupidez, el rey ya no puede ver lo
que los demás perciben.
Ahora, en cambio, se dice “el
príncipe está desnudo” para aludir a fotos que muestran a los
herederos del trono soberano (ayer Guillermo, hoy Enrique) en pelotas
y en las circunstancias menos regias: ¡en un hotel de las Vegas,
jugando al "strip-billard"!
¿A
qué colegios fueron estos chicos? ¿Pensará la reina que la culpa
toda la tiene esa plebeya mitológica que les arruinó las rancias
tradiciones para siempre?
En
todo caso, antes o después, la desnudez regia despierta el escándalo
porque la soberanía se reconoce por lo que se viste: la misma noción
de “investidura” remite a esa articulación entre la carne y el
traje (Marx se preocupó sólo por la relación entre la tela y el
traje, porque no podía estar en todo).
En
Eva Perón,
Copi hace decir a Evita, como primer parlamento: “Mierda. ¿Dónde
está mi vestido presidencial?” La madre, que la aguanta en esa
escena intolerable, le contesta: “¿Qué vestido presidencial,
querida? Todos tus vestidos son vestidos presidenciales”.
Pero
no es así, y Evita lo sabe: la investidura presidencial no es
cualquier cosa que el cuerpo soberano (incluso, como en este caso, un
cuerpo que no ocupa el lugar presidencial) se ponga encima, sino el
accesorio decisivo que transforma un cuerpo cualquiera en sede de la
soberanía. Desnudos, los reyes o los príncipes abandonan (sin
abandonar del todo, porque ésa es la paradoja del soberano) la
lógica de la soberanía.
En
esto, los argentinos somos tan expertos como las monarquías más
antiguas de Europa (seguramente, porque nuestra sociedad ha aceptado
con algarabía el perfil de monarca de la villa que tanto cultivan
nuestros gobernantes). Ahora bien, experticia no equivale a
inmunidad, y en tiempos de tanta cacareada soberanía
(hidrocarburífera, libresca, monetaria), convendría cuidarse del
dictum “el rey está desnudo” que, una vez pronunciado, ya no
puede borrarse.
magnífico comentario. me recordó (e inspiró el trabajo de transcribirlo) un párrafo de las memorias de jamandreu: http://pifiada.blogspot.com.ar/2012/08/paco-jamandreu-y-la-falda-de-alcaucil.html
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