La
rentrée televisiva después del verano septentrional trae
varias novedades donde la “familiaridad gay” constituye su
temática excluyente.
--> por
Daniel Link para Soy
La
temporada televisiva del norte volvió con todo y muchos, sino todos,
los lanzamientos de septiembre y octubre pronto ocuparán la grilla
del cable.
En el
universo televisivo norteamericano, como se sabe, lo "gay"
es totalmente autónomo de cualquier otra cultura y los pormenores de
las vidas de las locas no se cruzan con ninguna otra aventura que las
de su propia identidad. Cuando Lost introdujo lacónicamente,
entre tantas otras experiencias, la de que uno de los secuaces de Ben
cultivara el sexo entre varones, cruzó una línea que nadie más se
atrevió a franquear. Lo gay televisivo sólo se cruza con el
romanticismo y los debates cívicos, nunca con la aventura, la
criminología o la especulación científica.
Este
año, dos comedias vuelven sobre el asunto "gay" en la
misma clave que Will and
Grace hace
algunos años: lo “gay” sin sexo y sin afuera, como un mero
repertorio de estereotipos culturales. Afortunadamente,
los personajes son, esta vez, menos desagradables.
En
Partners
dos amigos de infancia (uno es puto y el otro es hétero), ambos
arquitectos, son socios y amigos que comparten sus vicisitudes con
sus respectivas parejas. El personaje desmpeñado por Michael Urie
derrocha una energía verbal (como el Jack de Will
and Grace) que en cualquier
otro universo se orientaría hacia el desafuero sexual. Aquí, en
cambio, Louis (en pareja con una “musculoca” descerebrada)
funciona como el tercero en la pareja de su amigo y su novia. El
secreto argumento de la serie es que las mujeres necesitan de los
heterosexuales para satisfacer sus urgencias sexuales y reproducirse
y sólo eso. Para todo lo demás, hacen falta las locas.
Un poco
más políticamente incorrecta es The
New Normal, donde hay... a
ver, una pareja de locas ultrasofisticadas que quieren tener un hijo
(también quieren casarse, pero ay, allá no se puede) y que, para
conseguirlo, contratan el vientre de una chica de Ohio que tiene una
hija nerd
(de la misma estirpe de Little Miss Sunshine) y una abuela
insoportablemente conservadora de cuya boca salen los más suculentos
bocados de sentido común (sin ese personaje, la serie se
desmoronaría fatalmente). En este estirpe de mujeres solas todas han
sido madres quinceañeras, por lo que el personaje de la bisabuela
(desempeñada por Ellen Barkin) puede todavía aspirar al orgasmo
propio. En The New Normal,
como su título lo indica, se defiende una idea de “nueva
normalidad” e, incluso, de “nueva disfuncionalidad familiar”
(las tres mujeres y las dos locas constituyen, ya desde el principio,
una manada). No sé si conviene ostentar “la normalidad” como
bandera (finalmente, es un sistema de opresión tanto o más eficaz
que cualquier otro), pero si tuviera que elegir una aventura
concentracionaria, me quedo con la segunda.
En la
versión inglesa de Sherlock
(actualización de los caracteres de Conan Doyle, pero no de sus
casos, que tiene ya dos cortas temporadas), el investigador aparece
como una loca petulante y Watson como un atolondrado hétero que no
consigue sacarse de encima la sospecha de todo el mundo de que es su
novio.
Los
norteamericanos replicaron ahora con Elementary,
pero como "la cosa" no puede ser asunto de ninguna trama,
Sherlock es aquí un (carcajada) "rehabilitado" (de "las
drogas") (sabido es que el personaje de Conan Doyle extraía su
sabiduría, entre otras fuentes, de los paraísos artificiales a los
que se entregaba) y su compañera, Jane Watson (una traumatizada
ex-cirujana que ha sido contratada como su acompañante terapéutica,
eficazmente desempeñada por Lucy Liu).
O sea:
lo trans,
en fin, sea. Así como las iglesias lo aceptan –véanse los
artículos de “restauración sexual” incluidos en la página
placerperfectos.com.ar: “debemos airarnos por el pecado, pero hay
que hacerlo con amor” vs. “Debemos aprender a relacionarnos
positivamente con las personas transgénero (travestis, transexuales,
intersexuales) para presentarles a Cristo. Ellas, al igual que el
resto de la humanidad, son objeto del amor de Dios y necesitan ser
evangelizadas”–, también la televisión.
Pero "lo
otro", lo que está al alcance del apetito de cualquier
estudiante secundario, mejor tacharlo. Cualquiera hará un mejor
Sherlock que Robert Downey Jr, y es el caso de Jonny Lee Miller, el
recordado bonitillo de Trainspotting,
pero sigue siendo mejor Benedict Cumberbatch en Sherlock.
Por
cierto, nuestra televisión (digo: la argentina) acaba de lanzar 23
pares, la serie dirigida
por Albertina Carri y guionada por Marta Dillon (con la
colaboración de Alejandro Ocón y Pina di Toto), donde el
lesbianismo es una marea inquietante desde el comienzo pero que no
constituye el centro de las aventuras en las que los personajes
principales se embarcan. En la perspectiva de 23
pares, una bióloga
molecular y una forense de la policía pueden entablar una relación
erótica, pero cuando tienen que descubrir que un cadáver ha sido
reemplazado por otro para engañar a la justicia en una demanda
sucesoria, la tensión sexual pasa a segundo plano.
En todo
caso, la “nueva normalidad” de las sexualidades disidentes no
pasaría (ya) por la mera visibilidad (carecterológicamente
subrayada) sino por la aceptación de que cualquiera (no importa su
sexualidad o su género) puede desempeñar cualquier papel social y
ésa es una de las muchas virtudes de 23 pares, más emparentada con la televisión inglesa que con la
norteamericana que, producto
de una cultura que alguna vez sostuvo los estandartes de la “acción
afirmativa”, parece haber olvidado por completo el sentido de la
inscripción de la sexualidad respecto de los universales sociales:
el trabajo, el espacio y el tiempo.
buffy, daniel, buffy...
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