por Horacio Verbitsky para Página/12
La semana próxima la Cámara de Diputados confirmará la votación senatorial del miércoles pasado, creando bonos de inversión inmobiliaria y energética, ofrecidos con la tradicional generosidad patria a quienes ocultaron dólares. Su anuncio coincidió con una descompresión del mercado cambiario clandestino, aunque no hay un vaticinio homogéneo acerca del éxito recaudatorio que tendrá. La discusión sobre los aspectos éticos de un blanqueo es ineludible, y cada fuerza política exhuma posiciones pasadas de sus adversarios que contradicen las actuales, porque también está en la lógica de las cosas que los gobiernos rastrillen recursos allí donde estén y los opositores los fulminen con un anatema moral. Con los roles, también cambian las perspectivas de cada uno. Pero crear instrumentos financieros para captar los dólares que atesora en forma clandestina un grupo reducido de agentes económicos, mientras no existen otros que defiendan de la inflación los ahorros de la gran mayoría que no especula ni fuga, no es sólo objetable desde un punto de vista moral, sino también económico. Con instrumentos adecuados, como las obligaciones negociables que colocó YPF, con un rendimiento del 19 por ciento anual, podría volcarse a la inversión productiva un caudal superior al que promete el blanqueo y sin sus obvias contraindicaciones.
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