Por Daniel Link para Perfil
Fatalmente, uno cumple años. Y recibe regalos. Este año recibí
uno que, aunque no deseado, me llena de algarabía porque me permite
experimentar el capitalismo en su forma más vil: un ipad.
Siempre tuve una desconfianza (vanguardista, si se quiere) contra
la modernización capitalista, pero como el año pasado había declarado equivocada mi resistencia a los lectores de libros electrónicos, este año recibí como regalo una plataforma de
consumo.
Las tabletas en general, y el ipad en particular, no sirven para
nada (no cumplen ninguna función que un teléfono celular y una
computadora de escritorio no hayan resuelto ya con méritos
sobresalientes). No sirven para trabajar, y la diversión que ofrecen
está filtrada por las tiendas horrorosas que funcionan como puerto
de enlace entre mi dispositivo y la computadora que tengo en mi
escritorio. Sin internet, el ipad no funciona, leer al aire libre es
imposible porque la pantalla funciona como espejo, mirar películas o
series en la cama es incomodísimo porque hay que sostener el
engendro con la mano, escribir con el teclado táctil es una tortura
y el ipad no acepta el teclado inalámbrico que uso en mi mac, pagué
una cuenta por internet y no pude recuperar el comprobante de pago, y
encima Siri, esa robota idiota, no me entiende.
La historia de la computación ha encontrado un punto de inflexión
en la invención de estas plataformas siniestras: lo que antes era
una aventura libertaria y democratizadora hoy se ha vuelto un signo
de distinción de la peor especie.
Cuando expreso mis descontentos contra un regalo que, pese a todo,
estoy disfrutando porque aprendo cosas (lo que no quiero ni para mí
ni para el resto de la humanidad), mis amigos snobs me miran como si
estuviera loco: “es lindo”, me dicen. Sí, el ipad es lindo.
Hemos llegado al colmo de pagar carísimo para comprar basura linda.
Y ser moderno es atreverese a comprar y portar por el mundo basura
cara.
Los indios intercambiaban espejos por oro, porque eran ignorantes. No como nosotros, que compramos ipads y hacemos tratos mineros con empresas extrangeras.
ResponderBorrarA veces ni la inteligencia ni la culturan pueden torcer la codicia.
Y los más ridículos son los que lo usan para sacar fotos.
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