por Daniel Link para Perfil
El verano es, para quienes trabajamos
escribiendo o leyendo, momento de lecturas desinteresadas: se lee
todo y cualquier cosa, sin hipótesis de utilización futura.
Naturalmente, es el tiempo en que la lectura establece conexiones por
sí misma, guiada sólo por la lógica de la aparición y la
desaparición de un hilo de pensamiento más o menos vago.
He leído un libro excepcional cuyo
título, sin embargo, no me satisface (porque responde antes a la
lógica del cartel o del afiche que el de la tapa de un libro). Ariel
Schettini reunió en Ariel Schettini presenta (Buenos Aires,
Casa Nova, 2013, 106 págs.) una serie de textos leídos en
presentaciones de libros, actividad a la que el autor es sumamente
afecto. Ha agregado, además, un prólogo en el que reflexiona sobre
el género (si tal cosa fuera posible) y sus hipotéticas reglas que,
puestas en la perspectiva de los textos que incluye el libro,
aparecen todas incumplidas (“incumplibles” es impronunciable), lo
que es, naturalmente, una suerte, porque como el mismo prólogo se
encarga de decir, toda norma se plantea sólo para torcerla, pero
sobre todo porque la mayoría de las veces los libros presentados no
nos interesan tanto como lo que Ariel Schettini tiene para decir.
Por supuesto, al recorrer las páginas
de este libro uno no puede sino recordar los Prólogos de
Jorge Borges y su “Prólogo de prólogos”. Pero ese recuerdo sólo
sirve para medir la distancia entre una práctica y otra. Es muy
cómodo, diríamos, prologar la Divina Comedia, los Evangelios
Apócrifos o Don
Segundo Sombra, cuyo valor nos
viene dado por la institución y la cultura. Aunque haya el mismo
amor, es mucho más arriesgado (es decir: un acto de amor más
desesperado) prologar lo que acaba de salir y que no se sabe a
ciencia cierta si quedará inscripto alguna vez entre la literatura
que habría que recordar. Por eso, y en eso, se reconoce a Ariel
Schettini como un crítico al mismo tiempo preocupado por trazar una
cartografía del presente pero, sobre todo, en interrogar el porvenir
en toda su fuerza. Y nosotros, junto con él, “salimos volando en
una cápsula de futuro”.
La
fuerza de las lecturas de Ariel Schettini se deja leer tanto en los
libros que ya habíamos leído (y en los que no habíamos sido
capaces de leer lo que Ariel Schettini presenta
subraya) como en los libros que jamás leeremos, porque si nada nos
llevó a ellos en su momento, tampoco ahora, cuando lo único que
reverberará para nosotros es el momento en que un libro, cualquier
libro, encontró a un lector privilegiado: por su posición en la
cadena de lecturas, que viene a inaugurar, y también por su agudeza.
¿Cómo íbamos a leer aquello de lo que otro ya se ha apropiado, y
cómo olvidaríamos lo que se nos impone como el único camino
posible de lectura?
Celebro
la aparición de este libro exquisito al mismo tiempo que insisto en
la incomodidad de un nombre que es difícil de articular
sintácticamente. Pero eso vuelve a subrayar su singularidad: es uno
de los pocos libros (sino el único) que lleva como nombre no un
nombre, sino un verbo conjugado: lo que pasa, la acción. Leemos no
libros, sino una performance
de la lectura (de esos libros).
Otro
libro que he leído es 1493. Una nueva historia del mundo
después de Colón (Buenos
Aires, Katz Editores, 2013, 640 págs.) de Charles C. Mann. En este
caso, el título del libro es muy superior a su contenido. Sin ser
malo, el libro no está a la altura de ese título extraordinario:
1493.
El
propósito de Mann (periodista especializado en ciencias) es el
corolario de un reconocimiento no suficientemente destacado: Colón
fue el único ser humano “que inauguró una nueva era en la
historia de la vida” (en fin: después de Cristo, habría que
decir, porque la historia de la vida incluye también el modo de
pensarla). Colón funda el Homogenoceno
(una forma de decir el modo en que el capitalismo afecta a lo
viviente) y, por eso, “el intercambio colombino” puede
pensarse como “el acontecimiento más importante desde la muerte de
los dinosaurios”. El libro abunda en extraordinarios análisis cuyo
alcance queda muchas veces acotado a casos de los Estados Unidos, que
para los lectores latinoamericanos pueden resultar poco atractivos,
lo que demuestra la solidaridad del capitalismo y el imperialismo.
Si es posible, algunos arrepentimientos, por favor.
ResponderBorrarComo ser:
No debí haber leído: El fin del mundo y un despiadado pais de las maravillas.
Un desenlace excelente para un cuento y pequeñisimo para una novela de 488 páginas. Estiró una banda elástica de acá hasta la luna.