Por Daniel Link para Perfil
Deploro, en estos días, cierta
estrechez de miras de los argentinos, que nos privará, durante
algunos años, del brillo sin igual al que estamos destinados (sino
por cuna, por prepotencia de trabajo).
El 28 de febrero de 2013 el Papa
Benedicto XVI abdicó (o renunció, según subrayan los puristas) al
Trono de Roma. El resultado del proceso sucesorio puso al
argentinísimo cardenal Bergoglio al frente de la Iglesia Católica
Romana, con el nombre de Francisco, que le pidió a su predecesor que
aceptara el título de Papa emérito.
Pocas semanas después, el 30 de abril
de 2013, la reina Beatriz de Holanda abdicó, cediendo el trono a su
hijo Guillermo Alejandro, casado con la argentinísima Máxima
Zorreguieta, que será sólo
Reina Consorte, pero reina al fin.
Era, casi, como la realización de la
Internacional Argentina soñada por Nicanor Sigampa en la novela
homónima de Copi: una manera de conquistar el mundo, usando como
única arma el sex-appeal que nos caracteriza.
Ahora, el rey Juan Carlos de Borbón ha
abdicado a la corona española. Como la sucesión deberá ser
aprobada por el Parlamento de España, es muy probable que la
coronación de Felipe de Borbón distancie todavía más al pueblo de
los principales partidos con representación parlamentaria. Mientras
tanto, la sociedad civil española se ha levantado (con razón) en
contra de la monarquía: no habiendo sucesor argentino, no tiene
sentido seguir manteniendo esa institución carísima, anticuada,
inútil.
No sé cómo no previmos esta última
dimisión, que nos hubiera dotado de una pata fundamental para el
proceso de argentinización del mundo. Cualquier muchacha argentina
(o muchacho: después de todo España reconoce el matrimonio
universal) debería haber seducido a Felipe para salvar a España de
una reina francamente anoréxica pero, sobre todo, para subrayar que
el mundo, sin nosotros (sin Evita, sin Borges, sin Gardel, sin
Maradonna, sin Messi, sin Campanella, sin Santaolalla, sin Francisco,
sin Máxima, sin Silvia Fehrmann) es un mundo francamente soso.
Lo mejor que podría suceder es que la
monarquía española desapareciera, pero si así no fuere, no vale
quejarse. Propongo que nos pongamos ya en campaña. La infanta Leonor
(nacida en 2005) algún día será reina y debemos ya mismo mandar contingentes de niños y de niñas a jugar con ella.
Una corona más para nosotros.
Imagínense: Roma, Flandes, España. Ni los Habsburgo tuvieron tanto.
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