sábado, 5 de julio de 2014

Lo dije yo primero

por Daniel Link para Perfil

Hace casi exactamente ocho años (el 19 de julio de 2008) publiqué en esta sección una columna titulada “La confederación argentina”, que fue premiada como “Mejor columna de escritores” de ese año por el diario Perfil. Terminaba diciendo que “en el enunciado «postcrisis argentina», el prefijo «post» no debe aparecer ya ni siquiera entre paréntesis, sino tachado: seguimos navegando las mismas procelosas aguas de 2001”. 
La observación no suponía ni supone, ahora que de nuevo ha estallado ante nuestros ojos el fantasma de la cesación de pagos y, al mismo tiempo, la crisis de representación (boudoudeces), ninguna agudeza del observador sino la lógica de hierro de los procesos político-económicos, que no cesan hasta que las condiciones estructurales con las que se relacionan no son transformadas por completo. Como eso no sucedió, nos aferramos a una lógica paranoica, similar a la que se dejaba leer en Zeitgeist (2007), película que, desde que fue colgado en youtube habría sido visto por más de setenta millones de personas. No importan tanto los contenidos del documental de Peter Joseph (la mayoría de ellos, como ha sido demostrado, inconsistentes, equivocados, deliberadamente tendenciosos, fraguados) como el modo en que la película se imagina la época que vivimos. 
Los argumentos de Peter Joseph (cuyo apellido no se nos revela para la “seguridad” de su familia) son de una puerilidad apabullante en dos de las partes que la constituyen: la primera insiste en presentar al cristianismo como un híbrido mítico-literario, es decir, como una ficción paranoica; la tercera sostiene (sin citar a Pound) que la conspiración plutócrata es la fuente de todos nuestros males. La más arriesgada, la segunda parte, propone la hipótesis de que los atentados del 11 de septiembre fueron una operación de falsa bandera destinada a aterrorizar a las sociedades occidentales y posibilitar las campañas militares estratégicas que se desarrollaron como consecuencia de esos atentados. 
Zeitgeist concluye con estas palabras: “Los hombres detrás de la cortina (...) saben que si el pueblo se da cuenta de su verdadera relación con la naturaleza y su verdadero poder personal, todo el Zeitgeist manufacturado del que está preso se derrumbará como un castillo de naipes”. 
La película (que cae en la trampa del activismo) explica el presente (las injusticias, las crisis financieras, el terror, en suma: el capitalismo) según la lógica y la estrategia del complot. La protesta (legítima) de Zeitgeist se resuelve en un retorno (que es un ilusorio refugio) a un conjunto de universales inaceptables (“el pueblo”, “la ciudadanía”) en otro contexto que no sea alguna teoría crítica, y reproduce lo que a Theodor Adorno y Max Horkheimer había escandalizado ya en la década del cuarenta del siglo pasado, “la misteriosa actitud de las masas técnicamente educadas”, su tendencia (autodestructiva) hacia la “paranoia «popular»”: todo lo que sucede habría sido planificado por un pequeño grupo de operadores “detrás de la cortina” (banqueros, grandes medios, militares) con objetivos tan opacos como los de villanos de las películas infantiles. Por supuesto, cualquiera sabe que no hay tal conspiración sino que es la lógica misma del capitalismo la que atrapa (y destruye) el curso del mundo. 
Nosotros, en Argentina, seguimos ese hilo terrible para el pensamiento y sostenemos que si un juez hace tal cosa es porque forma complot con ciertos tenedores de títulos, ciertos proveedores de cable, ciertos obispos. Muy pronto se nos dirá que el juez Ariel Lijo (que no ha podido tomar declaración indagatoria al Sr. Guido Forcieri porque se encuentra en Washington “abocado al problema de los fondos buitre”) es tenedor de títulos que entraron en default y que Magneto controla los juzgados neoyorquinos. 
Sí, seguimos hundidos hasta el cuello en la crisis del 2001, que no es ya sólo una crisis económica y política sino, sobre todo, una crisis de la imaginación, incapaz de contestar a la lógica asfixiante del capitalismo sino con un puñado de creencias infantiles: la religión paranoica es un paisaje desolado en el que “nosotros” habríamos ocupado un centro que el mundo, Dios, los complotados, quieren arrebatarnos.


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