"Sí significa sí", la nueva regla para el sexo en las universidades de California
Ese estado es el primero en aprobar una ley aplicable en las universidades que exige que en las relaciones sexuales entre estudiantes haya un consentimiento explícito entre las partes; el creciente aumento de violaciones llevó a esta iniciativa.
martes, 30 de septiembre de 2014
lunes, 29 de septiembre de 2014
sábado, 27 de septiembre de 2014
Vocabularios del presente
Por Daniel Link para Perfil
La relación de nuestro presente con el 2001 no es analógica: no vivimos un tiempo ni atravesamos unos procesos que puedan compararse con ese momento inconmensurable de disolución política y económica. Como configuración política (y, por lo tanto, imaginaria) el 2001 tiene una duración que todavía nos alcanza: define nuestra contemporaneidad. Es como si estuvieramos atrapados en una fotografía que, a pesar de aceptar el movimiento, ralentiza el tiempo hasta que parece que no pudieramos avanzar más allá de esa instantánea.
El 2001 impuso una frase que dio la vuelta al mundo y se convirtió en motivo de reflexión de la filosofía política más sofisticada: “Que se vayan todos”. Tan abstracta era la frase que más que una consigna política parecía una premisa metafísica o la expresión de un desgarramiento primitivo. Antes se decía: “El último que se vaya que apague la luz”. El irse era lo dado, la causa de la melancolía, la falta. En el 2001, en cambio, fue una pura potencia de deseo. Y los que habrían tenido que irse, no se fueron. Por el contrario, se dedicaron a imaginar nuevos métodos de gubernamentabilidad, es decir, de administración del desorden.
Lejos de aquí, en julio de 2001, después de los disturbios de Génova, un oficial de la policía italiana declaró que “el gobierno no quiere que la policía mantenga el orden, sino que administre el desorden”. También en eso los argentinos hicimos escuela.
Dos preguntas son las que siguen estando en juego en la instantánea 2001 de la que participamos: la pregunta por la representación y la pregunta por el objeto de representación (¿delegados de quién son los representantes?). Si lo que está en crisis es el sistema representativo en su conjunto, habrá que buscar las soluciones en una dirección. Si la pregunta, por el contrario, es por cuáles intereses cuidan nuestros representantes, la solución es otra. De más está decir que me considero incapaz de resolver tamaño dilema histórico.
El colectivo Situaciones, cuyas reflexiones sigo en internet, ha propuesto que el proceso comenzado en 2001 (y todavía no concluido) supone la invención de una forma Estado totalmente diferente de la que surge de las teorías tradicionales, jurídicas y políticas, del Estado moderno. En el caso argentino (o incluso en el latinoamericano, pero harían falta más datos para la generalización), la gobernabilidad (es decir, la administración del desorden) fue correlativa de una habilidad superlativa (y una obsesión maniática) para reinsertar a “la nación” (se trate de Argentina, Bolivia o Venezuela) en el mercado mundial a través de la economía extractiva (caballito de batalla argentino: el “gas no convencional”), la construcción de relaciones directas con nuevas fuentes de financiamiento (la banca y el empresariado chino), la administración “populista” de la renta surgida del comercio de minerales y transgénicos, y el patrocinio de un modelo económico basado en el consumo (desvinculado del trabajo) como garantía de inserción ciudadana (en ese sentido, el consumo reemplazó a la educación), por la vía de planes sociales de alcance heterogéneo.
Las nuevas modalidades de intervención estatal no serían, según este punto de vista, una superación del neoliberalismo sino su complemento, porque incluyen la gestión de la pobreza bajo la lógica de la gubernamentalidad, expresada a través de una retórica “progresista” que a los analistas más sutiles no deja de alarmar, por su profunda desconexión en relación con la realidad (“no hay pobreza”, “la vida en la villa es digna”, etc.). Es como si se tratara de producir condiciones para seguir adelante por un tiempo y para enfrentar una situación que, cada vez más, se acerca al modelo de la crisis mundial, prefigurada por la crisis argentina.
Siguiendo a Giorgio Agamben, podríamos decir que el paradigma gubernamental que prevalece hoy (en Europa, en América Latina, en Argentina) no solamente no es democrático, sino que tampoco puede considerarse político. Nuestras sociedades han dejado de ser hoy sociedades políticas: son algo completamente nuevo, para lo que carecemos de una terminología apropiada y que por lo tanto nos obliga a inventar un vocabulario nuevo y una nueva estrategia.
La relación de nuestro presente con el 2001 no es analógica: no vivimos un tiempo ni atravesamos unos procesos que puedan compararse con ese momento inconmensurable de disolución política y económica. Como configuración política (y, por lo tanto, imaginaria) el 2001 tiene una duración que todavía nos alcanza: define nuestra contemporaneidad. Es como si estuvieramos atrapados en una fotografía que, a pesar de aceptar el movimiento, ralentiza el tiempo hasta que parece que no pudieramos avanzar más allá de esa instantánea.
El 2001 impuso una frase que dio la vuelta al mundo y se convirtió en motivo de reflexión de la filosofía política más sofisticada: “Que se vayan todos”. Tan abstracta era la frase que más que una consigna política parecía una premisa metafísica o la expresión de un desgarramiento primitivo. Antes se decía: “El último que se vaya que apague la luz”. El irse era lo dado, la causa de la melancolía, la falta. En el 2001, en cambio, fue una pura potencia de deseo. Y los que habrían tenido que irse, no se fueron. Por el contrario, se dedicaron a imaginar nuevos métodos de gubernamentabilidad, es decir, de administración del desorden.
Lejos de aquí, en julio de 2001, después de los disturbios de Génova, un oficial de la policía italiana declaró que “el gobierno no quiere que la policía mantenga el orden, sino que administre el desorden”. También en eso los argentinos hicimos escuela.
Dos preguntas son las que siguen estando en juego en la instantánea 2001 de la que participamos: la pregunta por la representación y la pregunta por el objeto de representación (¿delegados de quién son los representantes?). Si lo que está en crisis es el sistema representativo en su conjunto, habrá que buscar las soluciones en una dirección. Si la pregunta, por el contrario, es por cuáles intereses cuidan nuestros representantes, la solución es otra. De más está decir que me considero incapaz de resolver tamaño dilema histórico.
El colectivo Situaciones, cuyas reflexiones sigo en internet, ha propuesto que el proceso comenzado en 2001 (y todavía no concluido) supone la invención de una forma Estado totalmente diferente de la que surge de las teorías tradicionales, jurídicas y políticas, del Estado moderno. En el caso argentino (o incluso en el latinoamericano, pero harían falta más datos para la generalización), la gobernabilidad (es decir, la administración del desorden) fue correlativa de una habilidad superlativa (y una obsesión maniática) para reinsertar a “la nación” (se trate de Argentina, Bolivia o Venezuela) en el mercado mundial a través de la economía extractiva (caballito de batalla argentino: el “gas no convencional”), la construcción de relaciones directas con nuevas fuentes de financiamiento (la banca y el empresariado chino), la administración “populista” de la renta surgida del comercio de minerales y transgénicos, y el patrocinio de un modelo económico basado en el consumo (desvinculado del trabajo) como garantía de inserción ciudadana (en ese sentido, el consumo reemplazó a la educación), por la vía de planes sociales de alcance heterogéneo.
Las nuevas modalidades de intervención estatal no serían, según este punto de vista, una superación del neoliberalismo sino su complemento, porque incluyen la gestión de la pobreza bajo la lógica de la gubernamentalidad, expresada a través de una retórica “progresista” que a los analistas más sutiles no deja de alarmar, por su profunda desconexión en relación con la realidad (“no hay pobreza”, “la vida en la villa es digna”, etc.). Es como si se tratara de producir condiciones para seguir adelante por un tiempo y para enfrentar una situación que, cada vez más, se acerca al modelo de la crisis mundial, prefigurada por la crisis argentina.
Siguiendo a Giorgio Agamben, podríamos decir que el paradigma gubernamental que prevalece hoy (en Europa, en América Latina, en Argentina) no solamente no es democrático, sino que tampoco puede considerarse político. Nuestras sociedades han dejado de ser hoy sociedades políticas: son algo completamente nuevo, para lo que carecemos de una terminología apropiada y que por lo tanto nos obliga a inventar un vocabulario nuevo y una nueva estrategia.
viernes, 26 de septiembre de 2014
Masajeame la vértebra...
Qué es el Síndrome de la Excitación Sexual Persistente
El caso de un hombre que sufre un centenar de orgasmos por día ha llamado la atención sobre esta afección.
El caso de un hombre que sufre un centenar de orgasmos por día ha llamado la atención sobre esta afección.
jueves, 25 de septiembre de 2014
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Me muero, me muero, me muero
Si hablan con cantito, te juro que me mueroooooooo.
Presentación. El primer capítulo de Cara o Cruz se mostrará en público el martes 23 de septiembre, a las 20, en Cocina de Culturas (Julio A. Roca 491).
Se emite acá
sábado, 20 de septiembre de 2014
Con vida los llevaron
Por Daniel Link para Perfil
Conocí a Mía Maestro cuando ella era
novia de un alumno mío de la escuela secundaria. Después ella se
fue a Los Ángeles y empezó a trabajar para el cine y la televisión
con suerte diversa. Ahora co-protagoniza la serie The Strain,
producida por Guillermo del Toro, donde desempeña a una bioquímica
argentina que integra un equipo de control de plagas. La tal plaga es
una cepa rara de vampiros strigoi y la atónita doctora deberá
abandonar todos sus prejuicios y salir a cortar cabezas por las
calles. Antes de eso, en algún momento, recuerda a los desaparecidos
de su país y dice dos o tres frases que pretenden relacionar aquel
acontecimiento traumático con esta fantasía apocalíptica. Sigo The
Strain más por cariño a Mía Maestro que por la calidad de su
argumento principal.
Al mismo tiempo se estrenó The
Leftovers, una extraordinaria producción de HBO que no necesita
usar ninguna analogía. En el primer capítulo, desaparece de la faz
de la tierra el 2 % de la humanidad, sin dejar rastros y sin causa
aparente.
Lo que la serie cuenta, tres años
después de esos acontecimientos, es cómo se sobrevive a un trauma
semejante.
Cada escena de The Leftovers es
un prodigio de intensidad shakespereana (subrayada por una banda
musical que corta el aliento). Incluso hay momentos donde, a falta de
mejores parlamentos, los personajes dicen las palabras mismas del
Cisne de Avon.
En la comunidad hay un subgrupo de
gente rara: se visten de blanco, fuman todo el tiempo, realizan
pequeñas acciones de disturbio ciudadano y han hecho voto de
silencio. En el último capítulo de la primera temporada queda claro
su credo: a aquéllos que pretenden olvidar lo que ha pasado y
construir algo así como una “normalidad” ellos les dicen que no
podrán olvidar, que no deben olvidar, que ellos no los dejarán
olvidar.
Para The Leftovers (a cuyos
guionistas corresponde un monumento) la desaparición no tiene
solución posible.
viernes, 19 de septiembre de 2014
I see alive vultures
Cristina, dura con American Airlines
Dijo que la aerolínea pretende "asustar a los argentinos"; también criticó a los medios.
Dijo que la aerolínea pretende "asustar a los argentinos"; también criticó a los medios.
“En esta noche me siento contenta”
Por Daniel Link para Soy
Las fiestas tienen buena prensa
(¡festejemos!, ¡festejemos!) y están, por lo general,
sobrevaloradas.
Hace veinte años que no hago fiestas
de cumpleaños propias, y con las ajenas cumplo como un soldado pero
lo que más me gusta es evaluarlas una vez que he dejado el lugar: la
música, la concurrencia, las modas de vestuario (últimamente, he
visto proliferar a chicos con barba usando taco aguja y los perdono
sólo por la juventud soberana de la que son culpables). Añoro las
épocas en que las fiestas estaban llenas de Milhouses y chicas
hormiga (¿qué se hizo de ellos?).
Ni hablar de fiestas multitudinarias:
el otro día, en una reunión de cátedra, porque uno de los más
jóvenes integrantes tuvo la peregrina idea de investigar el asunto,
hablamos de los rituales báquicos, de eleusis, de la suspensión del
tiempo y de los órdenes, del llamado de la tierra, del ritmo y la
danza, del ritornello y de lo comunitario. En un momento me
fastidié un poco y dije: todo esto es muy bonito, pero convengamos
que si uno no está muy drogado, queda fuera de todo el asunto. Y si
queda fuera del asunto es peor que ver la danza orgiástica de Matrix
en cámara lenta: dan ganas de matarse. O sea, que la fiesta tiene
tres intercesores: el ritmo, la droga (o el alcohol) y las
tecnologías que, en última instancia, habría que poner bajo el
rótulo de “tecnologías del yo”.
Y después, además de todo, hay que
recuperarse físicamente porque uno ya está muy mayor como para que
el cuerpo no se resienta.
Las peores son las fiestas programadas,
porque la idea misma de la programación cancela toda posibilidad de
sorpresa, de acontecimiento (sabemos que el acontecimiento es del
orden de lo imprevisible) y, todavía más, las falsas fiestas que
llamamos discoteca. Ir a una discoteca es sumergirse en un universo
de mutuo desprecio.
Añoro las épocas de las primeras
raves, cuando ibamos en grupo de amigos a investigar el
ambiente. Pero ahora me doy cuenta de que hacíamos trampa, porque el
“círculo” que creábamos en verdad impedía la desubjetivación
apropiada al escenario (la música, la desintegración del yo en la
vastedad del horizonte nocturno al aire libre). Para probar lo que
sucedía, una vez fui solo a una rave en medio del campo (no
sé cómo me enteré de su existencia). Llegué demasiado temprano,
no conocía a nadie y cuando la música empezó a sonar no me
gustaba, y los mosquitos ya me habían sacado la mitad de la sangre
de mi cuerpo. Me fui apenas todo comenzaba. Fue mi última rave.
Las que me siguen emocionando son las
fiestas populares, la expresión colectiva de un sentimiento
compartido. Las mejores fiestas son para mí las marchas (de
cualquier índole, incluso la más abstrusamente política). Casi
siempre lloro (lo que no significa demasiado, porque lloro también
mirando películas de Disney, pero se ve que la voz colectiva, en ese
caso, toca una cuerda sensible).
Mis amigos más queridos hacen fiesta
todo el tiempo y yo la paso bien en esas fiestas, pero hasta
determinada hora. Después ya pienso en lo que me va a costar volver,
dormir, despertarme, retomar mis rutinas cotidianas. Además, salir
de una fiesta de día me resulta completamente intolerable. Siempre
les pido a mis amigos que hagan fiestas de 24 horas, de 23.00 a
23.00, pero me miran pensando que soy un reventado.
Digo todo esto y sé que, en el fondo,
odio pasarla mal en una fiesta. Estoy seguro de que el año que
viene, en ocasión de mi aniversario de bodas, voy a hacer una
fiesta. Un fiestón. Si me da un accidente cerebrovascular, ya saben:
la culpa es de la institución matrimonial.
jueves, 18 de septiembre de 2014
Llega a la Argentina...
... el último ganador del Premio José Donoso y del premio Machado de Assis de la Academia Brasileira de Letras.
miércoles, 17 de septiembre de 2014
lunes, 15 de septiembre de 2014
sábado, 13 de septiembre de 2014
El bien supremo
por Daniel Link para Perfil
¿Se puede aspirar al Bien Supremo, algo que represente el Bien más allá de toda discusión y todo punto de vista? Examinemos el caso del Bondinho do Alemão, el sistema de transporte aéreo (teleférico) que en seis estaciones (Bonsucesso, Adeus, Baiana, Alemão, Itararé/Alvorada y Palmeiras) permite que 152 góndolas con capacidad para diez pasajeros cada una recorra 3,5 km del asentamiento faveleiro más grande (y alguna vez más violento) de Río de Janeiro (13 favelas desparramadas en diferentes morros del norte de la ciudad) en 16 minutos.
Para los poseedores de la carta de transporte de Río de Janeiro cuesta un real por tramo (ida o vuelta), y la estación Bonsucesso conecta directamente con el servicio de trenes de superficie (que a su vez conecta con el sistema de trenes subterráneos). Los curiosos pagan cinco reales por tramo.
Los críticos de derecha contarán cuánto se robó con esa obra (que, además de transportar gente con seguridad y elegancia, tiene en cada una de las estaciones un centro cultural y un centro comunal). Los críticos de izquierda recordarán los muertos que dejó el “proceso de pacificación” realizado con la excusa de la erradicación del tráfico de drogas que reinaba en la zona. Todas esas críticas pueden ser precisas y pertinentes: la historia se encargará de distribuir las responsabilidades y aclarar los hechos (una potencia de muerte es además correlativa de la otra). Pero visitar el Alemão, ahora, permite evaluar lo mucho que se ha avanzado en términos de integración y nivelación social: los chicos bajan del morro en pocos minutos para ir a la escuela. Una señora dice que a veces no toma el teleférico porque le da miedo. ¿Es que hay violencia? No (se ríe), a veces hay mucho viento.
Inaugurada en julio de 2011, la red del teleférico proyectada por Jorge Mario Jáuregui y Atelier Metropolitano, en algún sentido (el sentido del Bien Supremo), cambió el rumbo de los vientos.
¿Se puede aspirar al Bien Supremo, algo que represente el Bien más allá de toda discusión y todo punto de vista? Examinemos el caso del Bondinho do Alemão, el sistema de transporte aéreo (teleférico) que en seis estaciones (Bonsucesso, Adeus, Baiana, Alemão, Itararé/Alvorada y Palmeiras) permite que 152 góndolas con capacidad para diez pasajeros cada una recorra 3,5 km del asentamiento faveleiro más grande (y alguna vez más violento) de Río de Janeiro (13 favelas desparramadas en diferentes morros del norte de la ciudad) en 16 minutos.
Para los poseedores de la carta de transporte de Río de Janeiro cuesta un real por tramo (ida o vuelta), y la estación Bonsucesso conecta directamente con el servicio de trenes de superficie (que a su vez conecta con el sistema de trenes subterráneos). Los curiosos pagan cinco reales por tramo.
Los críticos de derecha contarán cuánto se robó con esa obra (que, además de transportar gente con seguridad y elegancia, tiene en cada una de las estaciones un centro cultural y un centro comunal). Los críticos de izquierda recordarán los muertos que dejó el “proceso de pacificación” realizado con la excusa de la erradicación del tráfico de drogas que reinaba en la zona. Todas esas críticas pueden ser precisas y pertinentes: la historia se encargará de distribuir las responsabilidades y aclarar los hechos (una potencia de muerte es además correlativa de la otra). Pero visitar el Alemão, ahora, permite evaluar lo mucho que se ha avanzado en términos de integración y nivelación social: los chicos bajan del morro en pocos minutos para ir a la escuela. Una señora dice que a veces no toma el teleférico porque le da miedo. ¿Es que hay violencia? No (se ríe), a veces hay mucho viento.
Inaugurada en julio de 2011, la red del teleférico proyectada por Jorge Mario Jáuregui y Atelier Metropolitano, en algún sentido (el sentido del Bien Supremo), cambió el rumbo de los vientos.
viernes, 12 de septiembre de 2014
jueves, 11 de septiembre de 2014
miércoles, 10 de septiembre de 2014
martes, 9 de septiembre de 2014
Imágenes de Puan
Después de una erudita clase sobre «Sinfonía en gris
mayor», con profusas referencias a La música y lo inefable, voy al baño del tercer piso. Casi finalizada la invernal micción,
entra un alumno detrás de mí. Observa un metro de papel higiénico tirado en el piso en
la puerta de un cubículo, corta la mitad y se suena la nariz.
(anterior)
(anterior)
lunes, 8 de septiembre de 2014
sábado, 6 de septiembre de 2014
Como agua que corre
por Daniel Link para Perfil
"No digas nada", murmuro al
teléfono a horas rarísimas para estar atendiendo llamadas. Si
estuviera en Buenos Aires no habría respondido la llamada. Pero
estoy en Río de Janeiro y lo que suena es el teléfono del hotel. Me
maldigo por haberle revelado mi destino y mi número local. "No
digas nada, Flor", repito. "Hablamos después" (tengo
la esperanza de salir del hotel antes de que llame de nuevo. Le
preocupan las declaraciones del Coqui sobre la pobreza. "¿A vos
te parece? Si me preguntan, ¿qué digo?". Por ahora, nada.
El Coqui dijo que la pobreza ha sido
"prácticamente erradicada", lo que significa que habrá
que pensar cómo resolver "teóricamente" la proliferación
de personas durmiendo en las calles de Buenos Aires, los persistentes
cartoneros, los piquetes de cualquier cosa y a toda hora, esas cosas.
Se me ocurre una solución teórica y
preparo su formulación para el fatal re-llamado. Me pongo en la piel
de la protagonista de Secretaria ejecutiva
que, como un Auguste Dupin del siglo XX, encuentra la verdad
relacionando titulares de revistas. La identificación no es tan
caprichosa como parece: cruzo la bahía de Guanabara todos los días
en el ferry, como un trabajador suburbano más, escuchando "Let
the River Run", cantada por Carly Simon. "Son locos",
ensayo. "Los que duermen en la calle y andan con carritos
juntando basura son locos". He leído que la nueva Ley de Salud
Mental reduce significativamente los tiempos de internación e impide
la creación de nuevos neuropsiquiátricos. Ergo: los locos andan en
la calle (el mismo efecto que la antipsiquiatría produjo en Italia a
partir de la década del sesenta). No conozco ni la ley ni sus
efectos, porque no tengo tiempo de investigar el asunto, pero, como
la protagonista de Secretaria ejecutiva,
soy una working girl
que no necesita más que una fotografía y un titular para promover
una fusión empresarial de envergadura. ¿Por qué habría yo de
tener reparos en proponer una mera interpretación de la realidad a
partir del mismo método? Si no hay pobres, porque el Poder lo dice,
los que parecen pobres, esas legiones urbanas en crecimiento
constante, deben de ser locos sueltos (los que se quejan del aumento
del gas, también van camino de lo mismo).
"Decí que son
locos, Flor". Le va a costar hacerme caso, lo sé, porque su
comprensión es lenta, pero como en todos los casos anteriores, va a
terminar siguiendo mis consejos (le dije que insistiera con el
traslado de la Capital Federal y años después, el asunto prosperó
aunque el destino no nos entusiasme; le dije que pusiera un tren al
aeroparque y a Ciudad Universitaria y años después la obra ya está
en marcha).
Cuando llegue a
presidente es probable que deje de molestarme tan temprano a la
mañana, pero por ahora, Flor no cesa de pedirme consejos que lo
ayuden a seguir creciendo. Tarareo en la ducha: " Deja correr el
río/ deja que todos los soñadores/ despierten a la Nación".