Por Daniel Link para Perfil
Acabo de terminar con un atracón de
How I Met Your Mother (2005-2014), la sitcom que, durante
nueve temporadas, superó por todo lo alto a su antecedente Friends
(1994–2004) y puede competir por el primer lugar en su género con
Seinfeld (1989–1998). Yo nunca la había visto antes, y
las maratones de Sony me hicieron darme cuenta del tamaño de mi
ignorancia. Bajé todas las temporadas y las fui mirando
completamente cautivado no tanto por el universo amistoso-sentimental
de la pandilla de cinco amigos blancos sino por la audacia narrativa
con la que los guionistas enfrentaron cada uno de los episodios.
La voz
en off de Ted Mosby (Josh Radnor) cuenta a sus hijos adolescentes
cómo conoció a su madre. El presente de la narración es el año
2030, pero el relato se remonta hasta 2005, cuando los cinco amigos
constituyen un módulo narrativo cuyas articulaciones variarán de
temporada en temporada. La madre de los hijos de Ted ocupa tan poco
lugar en esa historia que los adolescentes (varón y mujer)
terminarán dándose cuenta de que el asunto es una excusa para decir
otra cosa.
Como
en Las mil y una noches,
la narración incluye otros relatos y éstos otros, y así hasta el
infinito. Por ejemplo: Ted Mosby cuenta un episodio particular de su
vida sentimental, a propósito del cual recuerda una cena
desencaminada entre Robin Scherbatsky (Cobie Smulders) y Marshall
Eriksen (Jason Segel), en la que el segundo le cuenta a la primera
una conversación que tuvo con Barney Stinson (Neil Patrick Harris),
que incluye la “Leyenda de la sirena”, contada por Barney y que
motiva el enojo anacrónico, hasta el final del relato, de Lily
Aldrin (Alyson Hannigan). Cada bloque del episodio trae una versión
aproximada de lo que se dijo en alguna de esas instancias y sus
efectos (sabemos que el relato no vale sólo por lo que dice sino
sobre todo por lo que hace).
La
serie hace uso de los recursos narrativos que Lost impuso
en la televisión, lo que queda claro en el homenaje de la última
temporada con la aparición de Jorge García (Hugo), quien repite los
números 4 8 15 16 23 42, cuando le piden que diga una secuencia de
números al azar.
Sin
embargo, nada hay de azaroso en How I Met Your Mother, sino
una calculada meditación de los procesos narrativos. Violentas
restrospecciones, alguna que otra prospección, sistemas de cajas
chinas, desdoblamientos de personajes (el personaje “actual”
discutiendo con una versión “previa” y una versión “posterior”)
convierten a la serie en un producto cultísimo (“J'accuse…!”,
es un latiguillo repetido por los personajes a lo largo de los 208
episodios) que interroga sistemáticamente los modos de existencia
del relato.
How
to Get Away with Murder
(2014) es otro extraordinario ejercicio narrativo protagonizado por
la abogada penalista Annalise Keating (Viola Davis), su equipo de
trabajo, su marido, su amante y cinco alumnos que compiten por su
predilección. Además de su trabajo en la corte, Annalise enseña en
una universidad de Filadelfia las artes necesarias para hacer zafar
de las acusaciones de asesinato a sus defendidos. El asunto dejará
de ser meramente académico porque habrá un asesinato verdadero que
involucrará a todos los personajes de la serie. Annalise sufre casi
todo el tiempo (especialmente cuando la actriz, soberbia, se quita el
maquillaje y la peluca para quedar desnuda ante su propia verdad en
el espejo).
La
narración usa como presente una determinada noche en la que los
estudiantes univertivos que ocupan cada uno de los capítulos, cada
uno de los cuales desarrolla la perspectiva de uno de los personajes,
lo que modifica lo que sabíamos previamente.
El
modelo narrativo de How
to Get Away with Murder
es un poco más vanguardista que el de How
I Met Your Mother, pero
los dos son igualmente complejos: entre Las
mil y una sitarios encienden una fogata. Todo el cuento vendrá,
pues, en flashes retrospecnoches
y La
piedra lunar
de Wilkie Collins o El
cuarteto de Alejandría
de Lawrence Durrell se juega el destino de la narración y de la
experiencia que asociamos con ese ritual que vuelve a nosotros desde
el fondo de los tiempos, contar el cuento. No nos importa tanto la
verdad del asunto sino el goce de su retroceso infinito a través del
laberinto narrativo.
Yo arranqué con The Strain y con House of cards. De la primera estoy haciendo un esfuerzo para seguir viéndola (estoy esperando que suceda algo, cualquier cosa); de la segunda, si bien (por ahora) en términos narrativos no pasa mucho (el protagonista, Kevin Spacey, habla a cámara como Francella), me tiene bastante atrapado. Me recuerda a la película Mentiras que matan. Eso sí, las actuaciones son impecables.
ResponderBorrarAh, y estoy viendo Fringe nuevamente.
Saludos!
Vuelvo para recomendarte enfáticamente House of Cards. Ya vi varios capítulos y está muy bien.
ResponderBorrarBuen año!
Daniel, agradezco una vez más las recomendaciones en tu blog que han cambiado mi vida televisiva.
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