sábado, 24 de enero de 2015

Pie con bola

Por Daniel Link para Perfil

Un país que, como Argentina, ha tolerado (en el mejor de los casos) y promovido (en el peor) tantos golpes de Estado, está siempre al borde del goce (que carece de signo ideológico y afecta tanto a las mentalidades de izquierda como de derecha) ante cualquier episodio que puede considerarse “destituyente”, como se dice en estos días.
Para que haya golpe debe haber complot, trama conspirativa y opacidad en los signos de la historia. De una buena conspiración también se goza (esté uno de un lado o del otro). Pongo como ejemplo dos conspiraciones simétricas: en un caso, los que conspiran son el gobierno argentino y el gobierno iraní para dejar impunes los crímenes de lesa humanidad cometidos por ciertos ciudadanos iraníes. En el segundo caso, hace veinte años habrían conspirado el gobierno argentino, el gobierno norteamericano y el gobierno israelita para dejar impunes los crímenes de lesa humanidad cometidos por ciertos ciudadanos sirios. En los dos casos, lo que se juega es la explicación sobre la voladura de la DAIA y las 85 víctimas que ese atentado dejó, asunto suficientemente grave como para que cualquiera de nosotros se tome el asunto con la frívola algabarabía que despierta en nosotros la potencia ficcional de las teorías conspirativas, es decir: las ficciones paranoicas.
Dígase lo que se quiera, pero lo que está en juego en este asunto sigue siendo suficientemente grave como para que la reciente muerte de un fiscal federal involucrado en la trama nos autorice a lanzar las hipótesis más desquiciadas.
Dentro de algunos años nos resultará evidente que el que narra último, explica mejor. Por el momento, nadie da pie con bola. La bola consiste, en los juegos de baraja, en dejar escapar las bazas menores para llevarse otras más valiosas, misión que corresponde al último en jugar, el pie. Si el pie no da con la bola pierde el juego y el bolacero (“persona que acostumbra mentir o disparatar”) gira loco.


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