domingo, 22 de febrero de 2015

¿Dónde está el amor?

Dos amigas, dos crónicas de la misma marcha:

1. Algunas voces dentro del silencio

por Marta Dillon para Página/12

No fue el cielo lo que se desplomó sobre los manifestantes, ni siquiera la lluvia que cayó copiosa y sin pausa desde quince minutos antes de la hora señalada, las seis de la tarde, fue un techo parejo y agobiante de paraguas abiertos al mismo tiempo, cada uno sobre la cabeza de su propietario, un espacio individual apenas compartido con una amiga, una pareja, un familiar, pero marcando siempre el límite del aire alrededor como una faja de contención para lo que puede ser nombrado en singular. Así se marchó ayer, una junto al otro, uno junto a la otra, en la misma calle, bajo la misma impiadosa cortina de agua, cada cual en su isla de razones particulares que, como camalotes que consiguen teñir un río de verde, convergieron para dar cuerpo y nombre a la que se llamó con mayúsculas La Marcha del Silencio.

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2. El shock

por Beatriz Sarlo para Perfil

Mucha gente venía no del norte de la ciudad ni de la próspera franja noreste que se extiende más allá. Tres horas después, muchos se abarrotaban en el subte hasta San Pedrito y de allí un colectivo. Otros volvían a Avellaneda o Lanús. Habían compartido la calle con una pareja que informó: “Somos vecinos de Nisman. Vivimos a setenta metros de su edificio”.
Si supiera hacer sociología diría que las capas medias estaban representadas en sus distintas estratificaciones: de Mataderos a Puerto Madero. Y también respetando sus porcentajes relativos. Había más gente de Caballito o Flores que de Recoleta, porque, como es evidente, las capas medias son más numerosas en el oeste que en el norte y el este. Muchos marcharon por primera vez cuando los convocó Blumberg. Me corrió frío por la espalda. Pensé que de las movilizaciones y la agitación de Blumberg salió una pésima reforma penal. Pero los que marchan no tienen obligación de responsabilizarse por el giro oportunista de Néstor Kirchner que cedió al “cualquierismo” de las exigencias de Blumberg para evitar que volvieran a ocuparle la calle.

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