por Daniel Link para Perfil
Estoy finalizando una investigación
genealógica para la cual aproveché una serie de invitaciones
europeas que me retuvieron en el Viejo Mundo durante un mes. Me
reservo los resultados de mis indagaciones familiares, por el
momento, y aprovecho las cervezas checas que me tomé esta tarde
(servidas en raciones de un litro) para meditar un poco sobre Europa,
esa idea barroca.
Estoy en Olomouc, una ciudad
universitaria medieval morava, amurallada y con un foso que servía
de contención a... los otomanos, con certeza, en algún momento. Una
ciudadela encantadora, declarada patrimonio de la humanidad por la
cantidad de monumentos que contiene: fuentes barrocas, catedrales
góticas, el odioso (para los nativos) catolicismo de los Habsburgo
presente por todas partes. Ellos, que han salido del comunismo hace
muy poco, tienen que convivir con esos traumas: los Habsburgo
liquidaron a toda la nobleza checa, de un plumazo, cuando ésta
adoptó la causa protestante.
Como ahora hay un Papa peronista, me
considero en condiciones de intervenir con solvencia en las
discusiones que, seguramente, sostienen en el patio los curitas
putísimos y muy rubios que estudian teología en el edificio que
está enfrente mismo de donde vivo. Todas las mañanas los veo pasar,
a las 8,25, con sus cuellitos eclesiásticos y con paso tan apretado
como sus esfínteres virginales, y les sonrío libidinosamente desde
la puerta, a donde he bajado a fumar un cigarrillo.
Vuelvo a Europa, idea barroca: en 1613,
Góngora puso al frente de sus Soledades (texto que forma
parte de todos los exámenes importantes del Viejo Mundo, incluidos
los checos, con independencia de la orientación que se elija). Allí,
como se recordará, se dice que "Era
del año la estación florida/ en que el mentido robador de
Europa/(media luna las armas de su frente,/ y el Sol todos los rayos
de su pelo),/ luciente honor del cielo,/ en campos de zafiro pace
estrellas". Es decir: es primavera, y Tauro, la constelación,
rige en el cielo (es mayo), lo que se deduce de la alusión a Zeus,
quien disfrazado de toro blanco, raptó a Europa, para someterla a
sus caprichos sexuales. Eso es lo que los alumnos de Letras (es
decir, de Filología) dicen cuando uno les pregunta.
Pero
deberían recordar también que en 1613 sucedió la batalla naval del
cabo Corvo, entre las flotas de los Habsburgo y del Imperio Otomano,
en el que se enfrentaron un escuadrón español
llegado de Sicilia a las órdenes del almirante Octavio de Aragón
con naves otomanas cuya bandera de guerra (de
la cual deriva la actual bandera turca) lució de 1453 a 1793 una
media luna sobre campo verde. De modo que uno podría interpretar "el
mentido robador de Europa" como ese enemigo imaginario que
Europa necesitó (y necesitará siempre) para constituirse en una
unidad cerrada (se trate de la Eurozona o Schengen). ¿No dice otro
mito que los panaderos vieneses inventaron la medialuna para festejar
un triunfo sobre el imperio otomano?
Hoy
los turcos esperan en la cola de los países que quieren entrar a la
Europa unida, de modo que no constituyen amenaza alguna. Más allá
están los sirios (a cuyo asilo los checos que me brindan
hospitalidad temporaria se negaron) y los musulmanes radicales (Je
suis Charlie)
y allí sí Europa encuentra la tranquilizadora encarnación para un
enemigo exterior, imaginario.
Desde
el barroco y los Habsburgo pasaron muchas cosas por Olomouc, después
de esa primera inscripción en esferas globales: los protectorados
nazis, el comunismo, que ha dejado huellas todavía evidentes en los
comportamientos y en la imaginación paranoica (bastante diferente de
la que se observa en los países de larga tradición capitalista) de
las generaciones que vivieron su infancia y su juventud bajo su
influjo. Y, finalmente, la globalización capitalista, que agrega una
última capa de horror a todas las anteriores. El peronismo papal
podría servir de antídoto en esta ciudadela morava, pero sus
habitantes no consiguen recuperarse del trauma y rechazan al mismo
tiempo, como enemigos exteriores, el catolicismo, el comunismo y la
globalización. Tanto rechazo impide abrazar el mundo.
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