RÁPIDAS IMPRESIONES EN (CASI) EL DÍA DESPUÉS
por EDUARDO GRÜNER para Ideas de Izquierda, 25 (Buenos Aires: noviembre 2015).
1.
El kirchnerismo le ha servido el país a la derecha en bandeja de
plata. Esto es independiente de quién gane el próximo ballotage: podría
ser también un auto-servicio. Contra el sentido común dominante
–sobre todo entre los simpatizantes K, que en materia política suelen
simplificarse en exceso sus complejos dilemas– no fueron Scioli o Aníbal
los “mariscales de la derrota”. La responsabilidad de la debacle
anunciada le pertenece al gobierno en su conjunto, y por supuesto a
Cristina en particular. Scioli no apareció de la noche a la mañana como
el candidato derechoso al que los auténticos “progresistas” tuvieron que
resignarse porque “medía bien”. Es al revés: Scioli fue el efecto necesario
de la progresiva derechización del gobierno en los últimos años, aún
dentro de su propia lógica, que en ningún momento fue “de izquierdas”.
Scioli pudo –quizá– haber tomado solito la decisión de que en su futuro
gabinete revistaran espantapájaros como Berni, Granados o Casal. Pero no
fue él el que los inventó: venían de antes. Como venía de antes Aníbal,
el can-didato de Cristina. Como venía de antes la voluntad
férrea de seguir pagando la deuda y negociando con los buitres, y tantas
otras cosas. El punto es importante, en primer lugar, porque, aunque
uno puede entender que muchos de aquellos honestos simpatizantes hayan
ido a votar “desgarrados y con cara larga” (como dijo con sinceridad mi
amigo Horacio), no es muy admisible que, bajo un análisis político
riguroso, creyeran que había una tajante discontinuidad entre el candidato y el “proyecto”. Entre ellos y ellas hay psicoanalistas y semiólogos: ¿ninguno escuchó bien el interesante lapsus de un slogan K que enunciaba que “El candidato es el proyecto”?
2.
Entonces, con lo de “debacle anunciada” no pretendemos decir –sería
una pedantería ociosa– que ya sabíamos lo que iba a pasar, o que los
resultados del domingo no hayan sido una auténtica sorpresa. Lo
que queremos decir es simplemente que la sorpresa mayor no es la
derechización (que era previa: no hubiera sido diferente con Randazzo) o
la previsible profundización del ajuste en el próximo gobierno, sino el
hecho de que ahora potencialmente eso podría estar a cargo de otro elenco
político del que parecía el más probable. Por supuesto que no son
elencos exactamente iguales –las fracciones de las clases dominantes
nunca lo son– pero sus “contradicciones secundarias” siguen jugándose
del mismo lado de la “contradicción principal” (perdón por el maoísmo al
paso, pero venía bien para abreviar). Los acuosos “matices” entre las
políticas decididamente antipopulares que anuncian ambos candidatos no
hacen para nada obvio que esos sectores populares debieran votar más
bien a uno que otro, aún dentro de un marco democrático-burgués. Y eso
parece haber producido un efecto (no tan) curioso: al compás del viejo
apotegma que dice “¿Para qué quiero la copia si ya tengo el original?”,
una apreciable parte del electorado –no todos ellos necesariamente
neoliberales o “gorilas” a ultranza– posiblemente haya preferido
deslizarse lejos de la alicaída retórica de una épica “nacional y
popular” rutinizada (sí, habría que releer al Max Weber de la
“rutinización del carisma”) y a esta altura ya escasamente verosímil, y
embarcarse más cómodamente en el entusiasmo light de las “ondas
de paz y amor”, la cumbia maníaca y los globitos amarillos que prometen
autoayuda política para todos y todas, junto a una bondadosa y humilde
“antipolítica” que buscará la colaboración “gestionaria” desinteresada
con todos los rivales, incluyendo a… ¡Nicolás del Caño! Claro que todos
sabemos –y seguramente también lo saben los votantes en algún vericueto
de su “preconsciente”– que esto no solo es un disparate irremediable
(hasta el más hippy de los votantes intuye que el conflicto dentro de la sociedad de clases tiene poco que ver con el amor, y que hacer política es diferenciar antes
que rejuntar) sino que es la burda puesta en escena del proverbial lobo
con piel de cordero. Pero, en el contexto de un cansancio o incluso una
saturación, después de doce años del relato del relato del relato,
pueden haberse dicho: ¿Y por qué no? ¿Por qué no probar con otro “estilo”, con otra “forma”, cuando los “contenidos” no son taaaaan radicalmente diferentes?
3.
Y luego está ese otro y notorio dato: ¿de dónde salieron los votos
“extra” de Macri? Massa mantuvo incólume su caudal, incluso aumentándolo
algún puntito (y al contrario, Scioli lo bajó). De los votantes del
FIT, evidentemente no vinieron. Tal vez de algunos de los votos de
Stolbizer, pero dado su escaso porcentaje –ni hablar el de Rodríguez
Saa– no pueden haber sido decisivos. Conclusión estrictamente
aritmética: vinieron del FPV, posiblemente en combinación con los que no
pudieron votar en las PASO por las inundaciones y ahora ejercieron su
voto castigo contra Scioli, y que probablemente en otras circunstancias
hubieran votado mayoritariamente al FPV. En suma: todo indica que se ha
producido una fractura interna de la fidelidad al voto K, al
menos entre los sectores menos duros, más “flexibles” a la hora de
votar. ¿Es esa fractura por derecha? Sí y no, como dice el chiste sobre
Hegel. El sentido de los votos no es nunca unívoco y lineal: suele haber
un hiato entre lo que se vota y lo que se cree estar votando,
entre el efecto político real y las motivaciones individuales o
sectoriales. Podría pensarse, en principio, que ese súbito descontento
(o hartazgo, o saturación, o “espíritu de aventura” que se arriesga a
“lo nuevo”) se tradujo –“objetivamente”, como se dice– en un
desplazamiento a la derecha. Pero en el campo de las intenciones
subjetivas de los ciudadanos no es tan mecánico el asunto: ya dijimos al
pasar que los límites entre el “progresismo” K y el conservadurismo M
venían borrándose desde hace rato, y esa confusión llegó al colmo
durante una campaña patéticamente mediocre en la que Scioli parecía cada
vez más un M pretendidamente “nac & pop” mientras Macri parecía
cada vez más un pastor evangélico K (por momentos incluso más
“democrático”). Ambos terminaron por converger en la búsqueda del extremo centro, que, como bien sabemos, es una extrema nada.
Entonces, nada por nada, ¿por qué no castigar a la “nada” ya vieja y
gastada? No se puede sacar apresuradamente la conclusión de que lo
hicieron en nombre de un intencional “giro a la derecha”: los votantes
del FPV o de Stolbizer que puedan haberse “pasado” ya estaban,
“objetivamente”, en la derecha. Y al revés, “subjetivamente”, no se
puede decir que un votante de Cambiemos es necesariamente más de derecha
que uno de las otras fracciones burguesas, salvo en el sentido
genéricamente ideológico-cultural de que para la mayoría no existe
todavía la izquierda como horizonte electoral, y sobre todo como
horizonte político, social, ideológico. Pero eso es un problema de todos los votantes, a cualquier partido burgués. Y sobre todo, es un problema nuestro.
4.
Dicho lo cual, sin duda todo el contexto, en esta coyuntura y desde un cierto punto de vista, registra una confirmación del “corrimiento” a la derecha (aunque habría que analizar “corrimiento” desde dónde).
Finalmente, el voto castigo no se tradujo, por ejemplo, en un
incremento apreciable del caudal del FIT. Sobre esto hay que ser claros y
realistas: es verdad que se conquistó una banca más –que podían haber
sido dos con una ayudita del amigo Zamora–, y es verdad que se consolidó
la adhesión de los que ya votaban al Frente como la opción de
izquierda radical. Pero todos sabemos que el desempeño electoral de
conjunto estuvo por debajo de las expectativas. Para eso hay visibles
razones asimismo “objetivas”: primero (aunque de ninguna manera único),
para decirlo de manera muy gruesa, el reflujo de la lucha de clases. La
lógica del crecimiento de la izquierda opera en sentido contrario
a la de los partidos burgueses. A estos el retroceso de las luchas de
clase, o del movimiento popular y social en general, les permite crecer a
pura discursividad vacía, a pura retórica (sea nac & pop o new age), ocultando las “efectividades conducentes” de su verdadera política. Nosotros necesitamos de esas efectividades, de la materialidad
de los ascensos de masas para traducirla en presencia también en el
aparato estatal. Y eso no se consigue solamente con militancia y
voluntarismo, sino en el vínculo dialéctico con el movimiento social.
Esa posibilidad llegará, sin dudarlo: quienquiera que gane el 22 de
noviembre, el ajuste es inevitable y hará que se dispare la resistencia.
Ese será el tiempo de estar presentes, como de costumbre, en todos y
cada uno de los conflictos, mostrando cuál es la única política no solo
deseable sino posible contra el ajuste. Pero para eso, por
supuesto, hay que estar preparados. Por el momento, el escenario
político es de una gran confusión, pero es probable que se vaya
aclarando en el curso del año próximo. En esta coyuntura, y aún en
situación de relativa desventaja, es necesario –o mejor, es inevitable–
para la izquierda empujar una gran campaña por el voto en blanco (o la
impugnación con la boleta del FIT, si pudiera hacerse). No decimos que
vaya a ser fácil, ni cabe abismarse en acríticos optimismos: la
derechización banal y la mediocridad de la cultura política “media” se
han agudizado tanto que se ha transformado en un sentido común “progre”
reprocharle a la izquierda que no vote a una de las opciones… de la
derecha (ya había sucedido en Capital con el voto ¡a Lousteau!). No
obstante, tenemos buenos argumentos, que habrá que explicar con
paciencia y firmeza en todos los espacios que nos den y los que sepamos
generar, no solamente hacia el objetivo del 22N (sería un error
confundir la coyuntura táctica con el objetivo estratégico), sino como
siembra a mediano plazo cuyos frutos pudieran cosecharse, como decíamos,
a partir del año próximo. Es necesario desmontar la gigantesca
extorsión burguesa a la sociedad argentina, y eso solo lo puede hacer la
izquierda.
5.
No estamos, sin embargo, o no todavía, en las mejores condiciones
para capitalizar el descontento y la bronca que se ha manifestado en la
elección. Eso, por ahora, lo está haciendo una derecha “moderna” y de
falso talante light, que por primera vez en la historia argentina
está a las puertas de acceder al poder por elecciones legítimas (en el
sentido de la legalidad burguesa, se entiende) y con apoyo de masas
pequeño-burguesas y aún populares. Fue esa derecha, y no el FIT, la que
pateó el tablero en estas elecciones, desconcertando hasta la
estupefacción a propios y ajenos. Incluyendo, claro, a nosotros (uso el
“plural mayestático” para hablar de mí: no pretendo atribuirle nada a
nadie). Algo se nos perdió en el camino. El recurso al retroceso o
estancamiento de la lucha de clases es verdadero, pero insuficiente en
su generalidad un tanto abstracta. Tal vez no supimos ver esas
“corrientes subterráneas” de malestar que estaban demandando el famoso
“cambio”, de cualquier signo que fuera. Tal vez no supimos escuchar esas
“voces de la calle” que pedían ser canalizadas por alguna diferencia, y no hubo ya tiempo de articular una política específica
para orientar mínimamente ese desorden ideológicamente ambivalente, y
evitar que la presión fugara por derecha. Tal vez no tomamos en cuenta
el rol de sobredeterminación (antes me disculpé por el maoísmo,
ahora lo hago por el althusserismo) que aquel malestar podía tener en el
nudo complejo de conflictos que se venían desarrollando. Tal vez no
llegamos a apreciar la profundidad de todas las “rajaduras” que
atravesaban al kirchnerismo en múltiples direcciones. Tal vez no
advertimos la necesidad de explicar con mayor radicalidad y fundamentos
la magnitud del ajuste que se viene, y del cual no parece haber clara
conciencia en los sectores más vulnerables (es notable lo
comparativamente poco que se ha discutido de economía “dura” durante la
campaña en general, salvo en su último tramo), ni insistimos
suficientemente en las razones por las cuales la única manera de evitar
eso sería el socialismo. Tal vez sobredimensionamos con un poco de
exitismo el reconocimiento –sin duda creciente, pero todavía relativo–
del FIT por las masas obreras y populares, y pusimos demasiado el acento
en la presunta “traducción parlamentaria” de esa influencia en las
bases, con lo cual el escenario parlamentario nos tapó un poco la visión
de conjunto. Tal vez, tal vez, tal vez: no podemos decirlo con plena
certidumbre. Entre otras cosas, porque estas evaluaciones desde ya no
dependen de la opinión del individuo que escribe aquí, sino de un debate
a fondo que deberíamos tener entre todos. Como sea, más allá de
desconciertos y sorpresas, lo que ocurrió no-fue-magia, como le gusta decir a la Presidente: parecería que des-conocimos (que no es lo mismo que “ignoramos”) algo importante.
6.
No se trata, por supuesto, de llorar sobre la leche derramada, ni de hacer un mea culpa
catártico. En todo caso, se trata de reagrupar fuerzas –la campaña por
el “blanco” es una primera instancia, si bien transitoria– y poner a
funcionar la reflexión crítica y los sistemas de aprendizaje. Hay un
piso firme sobre el cual pararse, y lo conquistado ya es nuestro. Cada
uno/una lo hará en la medida de sus posibilidades y desde su propio
lugar de más o menos “orgánico” o “independiente comprometido”. Pero las
elucubraciones individuales no tienen dimensión política: es necesario
un impulso de articulación colectiva. Hay que abrir una discusión lo más
amplia, plural y horizontal que sea posible, y asegurar la
participación de la mayor cantidad de adherentes, combinando sus
distintos niveles de pertenencia o cercanía al FIT. Hacer un balance
riguroso y sin complacencias, y generar hipótesis políticas hacia
adelante. Está claro que esta última posibilidad dependerá en buena
medida, en sus contenidos concretos, de los resultados del 22N (y
también de cuánto logremos hacer penetrar la opción “voto en blanco”,
aunque ya dijimos que aquí no cabe esperar de antemano un “batacazo”):
no será lo mismo si el próximo gobierno es M –dándole a los K el
“changüí” de intentar recomponerse como dirección de una potencial
“resistencia popular”– que si es K –con lo cual el proceso de
descomposición de la actual estructura seguramente se acelerará ante esa
misma “resistencia”–. Pero no podemos confiar en azares ni en
fatalidades: la historia ha demostrado hasta el hartazgo la capacidad de
reciclaje de los peronismos, y nos está acuciando la novedad de una
“neo-derecha” harto más poderosa de lo que imaginábamos. Como decíamos,
es urgente abrir la puerta a una gran discusión sobre las políticas para
encarar el futuro inmediato. La situación es brumosa, y detrás de la
bruma hay muchos peligros: la crisis mundial se profundiza (de la
situación internacional también se ha hablado poco y nada en la
campaña), y junto a ella ya se oyen los crujidos en la región. La crisis
argentina, como están hoy las cosas, podría terminar haciendo una
importante contribución a un vuelco aún más pronunciado hacia la
derecha. El FIT, y la izquierda en su conjunto, tienen por delante una
enorme tarea y una gigantesca responsabilidad.
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