miércoles, 16 de diciembre de 2015

Con un caño

Del Caño no es Bialet Massé

por Francisco Javier Guardiola y Milagros Guardiola para Los Andes

Juan Bialet Massé era médico, abogado, ingeniero agrónomo, empresario o, mejor aún, emprendedor, constructor y escritor. Nació en Cataluña en 1846 y murió en Buenos Aires en 1907. Su biografía vale la pena leerla, aunque sea en Wikipedia. En esta opinión -precisamente por razones de espacio periodístico- nos referiremos solamente a un aspecto de su multifacética vida: sus ideas políticas y su acción política. Debió migrar de España en el último cuarto del siglo XIX, posiblemente por sus ideas anarquistas hermanadas al socialismo libertario de Bakunin y Proudhom.
Es verdad que Mauricio Macri no es Julio Argentino Roca pero, si él quiere, puede llegar a parecérsele. Lo que sí es innegable es que Nicolás del Caño no es ni se le parece en nada a Juan Bialet Massé. Paciencia, la comparación no es caprichosa. 
Sobre el final de la segunda presidencia de Roca (1898-1904), éste, junto a su ministro Joaquín V. González, diseñaron un proyecto de ley nacional del trabajo que contemplaba una gran reforma en la materia y que significaría un adelanto único en temas sociales en la Argentina, proyecto legislativo que sería ejemplo en el mundo entero. 
Para ello el presidente Roca convocó al intelectual y hacedor incansable Juan Bialet Massé. Lo convocó justamente porque sus ideas serían las que nutrirían aquel gran proyecto de ley nacional del trabajo: el descanso dominical, la jornada de ocho horas, el trabajo de las mujeres, la prohibición del trabajo de niños menores de 14 años, la regulación del trabajo de menores adultos, los accidentes de trabajo, el seguro obligatorio, las condiciones de higiene y seguridad, la creación de tribunales del trabajo, etc. 
Lamentablemente el proyecto fue rechazado y sólo prosperó la iniciativa del descanso dominical y algunas otras cuestiones menores. Pero fue el antecedente legislativo principal que utilizó Perón para plasmar su reforma social cuarenta años después.
Bialet Massé aceptó la convocatoria de Roca y se dispuso a recorrer el país entero para terminar haciendo un relevamiento exhaustivo acerca de las condiciones de trabajo en que se encontraban los obreros en la Argentina, dictamen que hasta el día de hoy es estudiado en las cátedras de derecho laboral de las facultades de abogacía del país. 
La reciente negativa de Del Caño, a acudir a la convocatoria que Macri hizo a todos los candidatos presidenciales, debe interpretarse como un torpe movimiento estratégico de la izquierda argentina. Una vez más toman el camino más alejado del pueblo, del mismo modo que lo tomó el foquismo terrorista de ERP y Montoneros en los setenta, que nunca fueron acompañados por el pueblo. Hoy Del Caño pierde una gran oportunidad, justo después de conseguir un logro histórico para la izquierda extrema en la Argentina, sumando nada más y nada menos que un millón de votos. 
No sabemos si Macri podría dar a Del Caño el espacio político que Roca y su gobierno le dieron a Bialet Massé, pero sí interpretamos que Del Caño podría haber aprovechado dicha oportunidad para dejar bien en claro la postura del Frente de Izquierda ante al nuevo gobierno y sus propuestas. 
Del Caño podría haber acercado al Presidente su plan de obras públicas, infraestructura y viviendas populares. Podría, también, haber conversado sobre el pago de la deuda externa y plantear su punto de vista, para luego poder informar a los militantes de la izquierda acerca de la reunión y de las respuestas del Presidente a sus pedidos. 
Sería importante que Del Caño y todo el Frente de Izquierda entendieran que ser dialoguista no es sinónimo de ser colaboracionista, no es bajar la cabeza, no es dejarse pisotear; tampoco significa ser incongruente con sus ideales. Al fin y al cabo, si Del Caño fue candidato a la presidencia de la Nación fue, sin duda, porque quiso ser parte de un sistema institucional. Esa institucionalidad requiere del diálogo.
Si Del Caño se pareciera un poco a Bialet Massé, habría emulado a Antonio Gramsci, que decidió participar de una democracia organizada bajo pautas republicanas pese a su adhesión al comunismo. 

Si Del Caño se pareciera a Bialet Massé, habría acudido a la invitación que hizo Macri y, quien sabe, tal vez habría podido susurrar alguna idea al oído del Presidente que favoreciera a los trabajadores argentinos, tal cual como lo hizo Bialet Massé con el presidente Julio Argentino Roca. 
Del Caño nos privó de su aporte pero, sobre todo, privó a los que piensan como él de ser escuchados por el Presidente. Pero no hay duda: Del Caño no es ni va a ser nunca Bialet Massé.

RSVP

por Martín Kohan para La Izquierda Diario

Lo sabemos, por ejemplo, gracias a la literatura de Beckett. Aunque también, llegado el caso, y más sencillamente, gracias a algunas escenas de la vida conyugal. La incomunicación no es menos reveladora que la comunicación. No produce menos sentido, no produce menos experiencia. No hace falta llegar hasta Rancière para tomar nota de todo lo que el desacuerdo, como tal, puede fundar y establecer; la fatal incomprensión no tiene por qué ser solamente un impedimento, también puede iluminar posiciones. Un diálogo fallido no ha de ser necesariamente estéril: lo fallido, por fallido, algo genera, algo indica, una más que valiosa evidencia puede obtenerse del fiasco.
Porque es muy fácil simular una gentil disposición al diálogo, es tan fácil como simular la amplitud y la elasticidad de la mejor de las tolerancias. Y ambas cosas, por una misma razón: porque apelando a la más pura y visceral indiferencia, resulta sencillo dejar que el otro hable aparentando respeto. Se lo revierte, sin embargo, en mi opinión, valiéndose del propio diálogo, haciéndolo truncar, hasta que cae el disfraz artero de la cortesía fraguada.
Soy uno de los que están convencidos de que ir a conversar con Macri, siendo de izquierda, es inútil: que parece que escucha, pero no escucha; y que si acaso escucha, no entiende; y que si acaso entiende, no le importa. Pero ha logrado hacer del dialogismo una dominante ideológica, con todo lo que de falsedad conlleva la noción de ideología. Por eso habría sido mejor, según creo, acudir a su llamado.
Acudir para tornar materialmente concreta la imposibilidad objetiva de un sincero entendimiento, para dar existencia real al fracaso comunicativo. Exponerse a la circunstancia efectiva de su mirada fija y perdida, de su sonrisa de piedra, de la atención que de pronto se le va, de las preguntas que no podría o no sabría o no querría responder. Constatarlas para luego salir y referirlas a todos. No ya como algo perfectamente sabido a través de la deducción fehaciente, sino como algo vivenciado.
Las presunciones pueden valer por sí mismas, si están bien planteadas; no siempre precisan una especie de comprobación fáctica. Pero, como sostenía Bertolt Brecht, la verdad debe ser dicha de tantas maneras como sea posible. Esta verdad, la de la trampa dialogista de Macri, podría haberse dicho, no sólo mediante la demostración argumentativa a priori, sino también mediante la ejecución palpable de una conversación imposible.
¿Tiempo perdido? Sí: pero ganancia conceptual.


 

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