Del Caño no es Bialet Massé
por Francisco Javier Guardiola y Milagros Guardiola para Los Andes
Juan Bialet Massé era médico, abogado, ingeniero agrónomo, empresario
o, mejor aún, emprendedor, constructor y escritor. Nació en Cataluña en
1846 y murió en Buenos Aires en 1907. Su biografía vale la pena leerla,
aunque sea en Wikipedia. En esta opinión -precisamente por razones de
espacio periodístico- nos referiremos solamente a un aspecto de su
multifacética vida: sus ideas políticas y su acción política. Debió
migrar de España en el último cuarto del siglo XIX, posiblemente por sus
ideas anarquistas hermanadas al socialismo libertario de Bakunin y
Proudhom.
Es verdad que Mauricio Macri no es Julio Argentino Roca pero, si él
quiere, puede llegar a parecérsele. Lo que sí es innegable es que
Nicolás del Caño no es ni se le parece en nada a Juan Bialet Massé.
Paciencia, la comparación no es caprichosa.
Sobre el final de la segunda presidencia de Roca (1898-1904), éste,
junto a su ministro Joaquín V. González, diseñaron un proyecto de ley
nacional del trabajo que contemplaba una gran reforma en la materia y
que significaría un adelanto único en temas sociales en la Argentina,
proyecto legislativo que sería ejemplo en el mundo entero.
Para ello el presidente Roca convocó al intelectual y hacedor
incansable Juan Bialet Massé. Lo convocó justamente porque sus ideas
serían las que nutrirían aquel gran proyecto de ley nacional del
trabajo: el descanso dominical, la jornada de ocho horas, el trabajo de
las mujeres, la prohibición del trabajo de niños menores de 14 años, la
regulación del trabajo de menores adultos, los accidentes de trabajo, el
seguro obligatorio, las condiciones de higiene y seguridad, la creación
de tribunales del trabajo, etc.
Lamentablemente el proyecto fue rechazado y sólo prosperó la
iniciativa del descanso dominical y algunas otras cuestiones menores.
Pero fue el antecedente legislativo principal que utilizó Perón para
plasmar su reforma social cuarenta años después.
Bialet Massé aceptó la convocatoria de Roca y se dispuso a recorrer
el país entero para terminar haciendo un relevamiento exhaustivo acerca
de las condiciones de trabajo en que se encontraban los obreros en la
Argentina, dictamen que hasta el día de hoy es estudiado en las cátedras
de derecho laboral de las facultades de abogacía del país.
La reciente negativa de Del Caño, a acudir a la convocatoria que
Macri hizo a todos los candidatos presidenciales, debe interpretarse
como un torpe movimiento estratégico de la izquierda argentina. Una vez
más toman el camino más alejado del pueblo, del mismo modo que lo tomó
el foquismo terrorista de ERP y Montoneros en los setenta, que nunca
fueron acompañados por el pueblo. Hoy Del Caño pierde una gran
oportunidad, justo después de conseguir un logro histórico para la
izquierda extrema en la Argentina, sumando nada más y nada menos que un
millón de votos.
No sabemos si Macri podría dar a Del Caño el espacio político que
Roca y su gobierno le dieron a Bialet Massé, pero sí interpretamos que
Del Caño podría haber aprovechado dicha oportunidad para dejar bien en
claro la postura del Frente de Izquierda ante al nuevo gobierno y sus
propuestas.
Del Caño podría haber acercado al Presidente su plan de obras
públicas, infraestructura y viviendas populares. Podría, también, haber
conversado sobre el pago de la deuda externa y plantear su punto de
vista, para luego poder informar a los militantes de la izquierda acerca
de la reunión y de las respuestas del Presidente a sus pedidos.
Sería importante que Del Caño y todo el Frente de Izquierda
entendieran que ser dialoguista no es sinónimo de ser colaboracionista,
no es bajar la cabeza, no es dejarse pisotear; tampoco significa ser
incongruente con sus ideales. Al fin y al cabo, si Del Caño fue
candidato a la presidencia de la Nación fue, sin duda, porque quiso ser
parte de un sistema institucional. Esa institucionalidad requiere del
diálogo.
Si Del Caño se pareciera un poco a Bialet Massé, habría emulado a
Antonio Gramsci, que decidió participar de una democracia organizada
bajo pautas republicanas pese a su adhesión al comunismo.
Si Del Caño se pareciera a Bialet Massé, habría acudido a la
invitación que hizo Macri y, quien sabe, tal vez habría podido susurrar
alguna idea al oído del Presidente que favoreciera a los trabajadores
argentinos, tal cual como lo hizo Bialet Massé con el presidente Julio
Argentino Roca.
Del Caño nos privó de su aporte pero, sobre todo, privó a los que
piensan como él de ser escuchados por el Presidente. Pero no hay duda:
Del Caño no es ni va a ser nunca Bialet Massé.
RSVP
por Martín Kohan para La Izquierda Diario
Lo sabemos, por ejemplo, gracias a la literatura de Beckett. Aunque
también, llegado el caso, y más sencillamente, gracias a algunas escenas
de la vida conyugal. La incomunicación no es menos reveladora que la
comunicación. No produce menos sentido, no produce menos experiencia. No
hace falta llegar hasta Rancière para tomar nota de todo lo que el
desacuerdo, como tal, puede fundar y establecer; la fatal incomprensión
no tiene por qué ser solamente un impedimento, también puede iluminar
posiciones. Un diálogo fallido no ha de ser necesariamente estéril: lo
fallido, por fallido, algo genera, algo indica, una más que valiosa
evidencia puede obtenerse del fiasco.
Porque es muy fácil simular una gentil disposición al diálogo, es tan
fácil como simular la amplitud y la elasticidad de la mejor de las
tolerancias. Y ambas cosas, por una misma razón: porque apelando a la
más pura y visceral indiferencia, resulta sencillo dejar que el otro
hable aparentando respeto. Se lo revierte, sin embargo, en mi opinión,
valiéndose del propio diálogo, haciéndolo truncar, hasta que cae el
disfraz artero de la cortesía fraguada.
Soy uno de los que están convencidos de que ir a conversar con Macri,
siendo de izquierda, es inútil: que parece que escucha, pero no
escucha; y que si acaso escucha, no entiende; y que si acaso entiende,
no le importa. Pero ha logrado hacer del dialogismo una dominante
ideológica, con todo lo que de falsedad conlleva la noción de ideología.
Por eso habría sido mejor, según creo, acudir a su llamado.
Acudir para tornar materialmente concreta la imposibilidad objetiva
de un sincero entendimiento, para dar existencia real al fracaso
comunicativo. Exponerse a la circunstancia efectiva de su mirada fija y
perdida, de su sonrisa de piedra, de la atención que de pronto se le va,
de las preguntas que no podría o no sabría o no querría responder.
Constatarlas para luego salir y referirlas a todos. No ya como algo
perfectamente sabido a través de la deducción fehaciente, sino como algo
vivenciado.
Las presunciones pueden valer por sí mismas, si están bien
planteadas; no siempre precisan una especie de comprobación fáctica.
Pero, como sostenía Bertolt Brecht, la verdad debe ser dicha de tantas
maneras como sea posible. Esta verdad, la de la trampa dialogista de
Macri, podría haberse dicho, no sólo mediante la demostración
argumentativa a priori, sino también mediante la ejecución palpable de
una conversación imposible.
¿Tiempo perdido? Sí: pero ganancia conceptual.
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