Por Daniel Link para Perfil
¡Qué penosa la decisión cortesana
del Sr. Macri! Aclaro, por si hiciera falta, que no integro las
delgadas huestes de sus simpatizantes y que tampoco integro el número
de sus cada vez más circunstanciales aliados, pero que estaba
dispuesto a soportar con estoicismo y, en gran medida, con diversión
malsana, su gestión, que imaginaba dominada por la hiperkinesis y no
por el subibaja emocional al que estuvimos condenados los últimos
ocho años. Incluso (lo confieso no sin cierta culpa) hubiera
festejado con sinceridad los asfaltos, las cloacas y las
gasificaciones bonaerenses, porque suponía que podían llegar a
beneficiar a mi pobre madre pobre, jubilada y cada vez con más
dificultad para conectarse a facebook para replicar allí hasta la
náusea las melancolías por la felicidad perdida que dominan ese
engendro que de a ratos se confunde con la esfera pública.
Ahora, ni una cosa ni la otra. La
designación de dos supremísimos por decreto me obliga a reaccionar
airado y el retroceso de la infraestructura hacia las zonas
chacareras apaga en mí toda esperanza. El suburbio de mi madre
seguirá hundiéndose en la miseria, y tendremos que salir a defender
a la Sra. Glis Carbó (no a Sabbatella, no a 678) de un poder
que se muestra cada día que pasa un poco más cómodo en la
autocracia que pensábamos que era ya cosa del pasado.
El pospopulismo es así, tanto en
Venezuela como en Argentina: te hace creer una cosa, el abandono
total de los vicios pretéritos, pero en verdad lo único que hace es
ponerlos en otra perspectiva. Un desasosiego profundo. Para colmo de
males, el candidato al que le había cedido en comodato mi humilde adhesión, me la devuelve prácticamente intacta, al rechazar una
convocatoria al diálogo que le habría permitido no tanto dialogar
(esa quimera comunicacional), sino significar: significamos el
desacuerdo y la incomodidad. Significamos el bien. Ustedes
representan el error.
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