Por Daniel Link para Soy
Todos los 29 de diciembre, un día
después del día de los Santos Inocentes y dos días antes del fatal
final de año, mi marido cumple años. Desde niño arrastra el
“síndrome de Capricornio (primer decanato)”: los amigos (si no
se han ido de vacaciones) no se acuerdan de saludarlo y nadie tiene
plata para regalos.
Este año se me ocurrió regalarle un
engaño: le dije que tenía una invitación para pronunciar una
charla en el Museo Provincial de Gualeguaychú. Por fortuna no
preguntó detalles y apenas terminamos de almorzar el día 29 salimos
con rumbo entrerriano. Llovía a cántaros. Cuando llegamos a nuestro
destino me dio indicaciones para llegar al hotel en el que le había
dicho que iban a alojarme. Simulé que como era temprano mejor era
mirar un poco los alrededores, pero la costa estaba totalmente
inundada (los recreos habían desaparecido bajo el agua) y no pude
sostener la ficción por más tiempo. Le revelé el regalo verdadero:
cuatro noches en la playa naturista de Chihuahua (Uruguay), en un
complejo hotelero nudista.
Yo había imaginado algo así como un
loco paréntesis ibicenco en nuestras rutinas laborales, pero fue más
bien un viaje en el tiempo. En una de las casas (vacías) de los
alrededores un cartel rezaba: “aquí lo único que corre es el
viento”. La lentitud uruguaya se nos impuso y entramos en una zona
pantanosa donde todo nos costaba el doble (no hablo de precios: en
ese caso, hay que multiplicar por ocho).
Tardamos dos noches en darnos cuenta de
que nuestro hotel no era en verdad un hospedaje destinado a cultores
del amor que no osa decir su nombre, sino un resort de swingers.
Para entonces ya estábamos tan acomodados que nos dio pereza
mudarnos y, de todos modos, habíamos apostado toda nuestra libido
matrimonial a la playa nudista a la que no pudimos bajar sino hasta
la segunda mañana porque antes el tiempo no había acompañado.
Mayúscula fue nuestra sorpresa cuando encontramos (en un paisaje
ciertamente hermoso) a tres chicas asexuadas, completamente vestidas,
jugando al scrabble. Desnudos no se veían en ninguna dirección y yo
no iba a ser quien diera la nota. El repertorio de heladeritas
playeras, termos, mates y bebidas compradas en el supermercado
(incluidas las nuestras) alejaban a Ibiza todavía un poco más de
nuestro horizonte.
Por la tarde, después del frugal
almuerzo de fiambres que podíamos permitirnos, la cosa mejoró un
poco. Había dos señores, que pronto fueron cuatro, como Dios los
trajo al mundo.
Me dejé llevar por el naturismo y me
despojé de toda prenda, salvo el pudor. Hice mal, porque pronto mi
marido estaba saludando a funcionarios de derechos humanos, de
economía, de cultura y yo, cada vez, tenía que volver a vestirme
para decir “Qué barbaridad, este Macri”. Aprovechando un consejo
que nos dieron los funcionarios, nos corrimos más hacia la laguna, y
volví a desnudarme. Pero entonces se acercó un diseñador amigo mío
a decirme “Feliz año”. Vuelta a la sunga.
Y más tarde llegó el whatsapp de una
autoridad de este suplemento que anunciaba su inminente llegada a la
playa con toda su comitiva (nunca menos de seis personas). Me puse la
bermuda.
Me di cuenta de que en esas condiciones
es imposible practicar el nudismo. En el hotel, molestábamos a los
matrimonios heterosexuales que pretendían armar sus intercambios. En
la playa, éramos nosotros los molestos por las oleadas de
sociabilidad que nos alcanzaban. En los médanos, entre los
pajonales, desnudarse era una invitación a algo para lo cual no
teníamos (ni tenemos) sentido de la audacia suficiente.
Nos volvimos al hotel y nos encerramos
a mirar, desnudos, la última temporada de Luther. Cuando no
había ninguna señora en las inmediaciones de la alberca (iba a
escribir “piscina”, pero me pareció forzado), salíamos a darnos
un chapuzón.
Y así se nos fueron los días y las
noches que separaban a un año de otro. Nada cuadraba con las más
esclerosadas fantasías que se nos habían impuesto, pero nos dimos
cuenta de que la habíamos pasado bien: con la excusa del nudismo
huimos de la sociabilidad y con la excusa de la especificidad sexual
huimos de la histeria.
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