Por Daniel Link para Perfil
La televisión argentina es
extraordinaria, y basta compararla con la muy prolija y producida
televisión norteamericana para darse cuenta.
Uno de los sucesos de esta temporada en
el gran país del norte es 60 Days in..., un
reality show en el que
7 personas comunes (en verdad, hay que estar un poco chapita, pero
eso no es el caso) son introducidas en una cárcel de alta seguridad
para que experimenten qué implica a estar en gayola y, de paso,
permitan a los directivos del penal mejorar asuntos de seguridad
mediante la identificación de los dealers
de la cárcel y los policías que los apañan.
Está el ama de
casa desesperada que considera injusto que delincuentes se beneficien
con tres comidas diarias, atención médica y otras delicias por las
cuales su marido tiene que deslomarse trabajando. Está el gordito al
que hacían bullying cuando iba al colegio y llega acá para...
¡encontrarse con lo mismo! Está el ex-marine que quiere
incorporarse a las fuerzas de la DEA y considera que esta experiencia
le será utilísima, el policía trans que quiere verificar qué les
pasa a las personas que él detiene y un profesor humanista (yo
pienso que además se la come) que quiere hacer nuevas amistades y
que se toma la estancia como un spa de meditación.
Durante los cinco primeros capítulos
no sucede demasiado y muy rápidamente uno sospecha que todo el
asunto está amañado (el montaje, sin embargo, produce el suficiente
efecto de verosimilitud), pero la idea es tan patológicamente
radical (¡Voluntarios a la cárcel!) que, como dicen al otro lado
del océano, en The Guardian, uno no puede dejar de mirar el
reality esperando, por supuesto, lo peor.
Acá, la televisión levantó la
apuesta: no se trata ya de mandar personas comunes a la cárcel
(suficiente identificación se ha establecido ya entre la “era del
zorro” y los regímenes autoritarios), sino a famosos. 60 Days
in... ¡Celebrities! Y las emisiones comenzaron con el casting:
Leonardo, Federico, Ricardo, Lázaro, Daniel, Martín... Reprocho
severamente dos tendencias defectuosas: que no haya mujeres en el
casting de enjaulados y que la mayoría de ellos participen de un
proyecto político ya caduco. Esta versión (hablo de un reality,
no de la realidad) no se va a sostener sin un Mauricio fugado o una
Elisa entre las rejas o, al menos, como Pato, entre las paredes
acolchadas de un psiquiátrico. No me conformo con lo mucho de la TV
argentina: quiero más.
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