sábado, 26 de noviembre de 2016

Migrar es morir un poco


Por Daniel Link para Perfil

Para los Estados capitalistas (es decir, para los Estados a secas), somos poco más que malas hierbas que hay que tolerar porque nunca se sabrá en qué momento hará falta un yuyo para mantener el terreno en condiciones.
En los aeropuertos y las estaciones de tren nos consideran terroristas potenciales que deben ser sometidos a escrutinios humillantes. Hace unas semanas, en una estación catalana, tuve que tirar a la basura un juego de cuchillos de cocina que había comprado para regalarle a mi yerno, porque los trenes de alta velocidad ya no toleran en el equipaje (¡pero en los trenes no hay bodega!) semejante tentación de masacre. Juro que no lo sabía.
En las autopistas nos consideran borrachos asesinos y nos fotografían cada vez que pasamos por una estación de peaje para... mandarnos multas por alguna infracción que desconocíamos porque los límites de velocidad se fijan caprichosamente.
En las farmacias, nos consideran drogadictos irrecuperables y nos exigen prescripción médica para cualquier cosa que no sea un analgésico para niños (prescripciones que los doctores hacen según lo que los visitadores médicos o Internet en el mejor de los casos les recomiendan).
Seguramente hay algún drogadicto irrecuperable, un borracho asesino y un par de terroristas cuchilleras en el mundo, pero la presunción de que todos podemos serlo no es sólo ofensiva sino que nos pone en el lugar que nos corresponde: la de sujetos aterrados y sin dominio alguno sobre su propia vida, su propio cuerpo, su propia felicidad o su propia pena.
En estos días se suma a lista de sospechas infamantes la de que todos podemos ser migrantes (y, por extensión, terroristas, drogadictos, borrachos asesinos) que usufructúan los que a la gente de bien tanto trabajo le cuesta.
Digamos las cosas como son: es el fascismo lo que nos arrastra y, al mismo tiempo, nos paraliza. Habrá que hacer algo, por ejemplo: ponerse a pensar en serio.



domingo, 20 de noviembre de 2016

Ana no duerme


por Daniel Link para Ñ

Ana Amado (1946-2016) se refería a mí como “mi amigo gorila”. Yo me refería a ella como la presidente de la rama femenina del “Peronismo Paquete”. Para nosotros no existía la grieta porque el amor que nos teníamos superaba nuestras diferencias políticas (que no eran tantas, después de todo, porque odiábamos con la misma intensidad las doctrinas y las estéticas que avalan las desigualdades y el statu quo).
Una vez estábamos almorzando en Santo Antonio de Lisboa, una de las playas más hermosas del mundo, cuando nos enteramos del accidente de carótica del Sr. Néstor Kirchner. Entre otras cosas, dije: “Ahora a Cristina no hay quien la pare”. Como ella simpatizaba más con el marido que con ella, le pareció que mi comentario era, más allá de destituyente, una premonición que no convenía pronunciar en alta voz. El tiempo me dio la razón y la posibilidad de hacerle chistes a Ana sobre su sordera política de entonces.
Yo había conocido a Ana cuando estaba haciendo mis cursos para el Doctorado (que nunca pude terminar, tal vez porque no la tuve a ella como tutora). No sé muy bien por qué, pero me indicaron que debía hacer un curso de “Lectura de películas”, y la suerte quiso que lo único parecido fuera, en ese momento, la materia “Análisis de Películas y Crítica Cinematográfica” de la que Claudio España era su titular y de la que Ana era su adjunta.
No sé qué decía por entonces España (creo que sus clases abundaban en anécdotas y otros desperdicios), pero recuerdo la profunda impresión que me causó Ana: una mujer hermosa, bien vestida, impecablemente peinada y que sabía todo sobre cine y sobre los métodos analíticos más contemporáneos. Como yo trabajaba por entonces en una cátedra parecida, Teoría y análisis literario, estaba siempre pendiente de las patinadas que cualquier colega pudiera cometer. Ana no cometió ninguna, ni entonces, ni en los veinticinco años posteriores, durante los cuales fuimos cada vez más amigos.
El estilo hablado de Ana, que puede todavía apreciarse en algún video de Internet, era entrecortado porque cuando uno le hacía una pregunta ella realmente escuchaba y trataba de pensar la mejor respuesta (no para ella, sino para su interlocutor). Además, había nacido en Santiago del Estero, lo que le daba un peculiar matiz y una entonación deliciosa al castellano que hablaba (y que a mis oídos la colocaban en un altísimo sitial afectivo porque las lenguas y los cuerpos intervenidos por el terruño que aquí llamamos “el interior” me son siempre mucho más queribles).
Ana fue luego la titular de esa materia española y llegó a ocupar el estrambótico cargo de directora de la carrera de Artes. Fue además fundadora del actual Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género y participó de la creación y desarrollo de la revista Mora hasta el presente.
El interés de Ana por el cine, del cual fue siempre la más fina analista que yo haya conocido, no era sólo académico porque para ella las imágenes tenían una potencia ética a la que no sólo no debía renunciarse, sino que había que perseguir hasta sus últimas consecuencias.
En México, donde vivió su exilio durante la Dictadura (antes había vivido en Caracas, durante dos años), realizó el documental Montoneros, crónica de una guerra de liberación (1976, 117 min, blanco y negro) junto con Nicolás Casullo (lo firmaron como Cristina Benítez y Hernán Castillo, por si acaso). Es una de las pocas muestras de cine hecho en el exilio, junto con Las vacas sagradas de Jorge Giannoni (1977), cuyo original está en Cuba, Esta voz entre muchas de Humberto Ríos (1978), Resistir (1978) de Jorge Cedrón (aka Julián Calinki) y Las tres A son las tres armas, firmada por Cine de la Base (1979).
Sé que Ana ya no está con nosotros y por ahora soy incapaz de comprender un mundo sin ella, sin la cadencia de su voz, sin su disparatada manera de pararse frente al mundo, sin su agudeza y su sentido del humor. Nunca la escuché quejarse y la he visto realizar esfuerzos sobrehumanos, ya enferma, para asistir a una conferencia donde ella creía que iba a poder aprender algo.
Por fortuna nos quedan sus libros. Junto con Susana Checa hizo Participación sindical femenina en el Sindicato Gráfico (1999), con Nora Domínguez, Lazos de Familia. Herencias, cuerpos, ficciones, con Norma Valle y Bertha Hiriart hizo Espacio para la igualdad. El ABC de un periodismo no sexista, títulos en los que volcó algunas de sus preocupaciones militantes.
Pero es en la lectura del cine donde mejor brilla, donde mejor lucen sus interrogaciones éticas, donde más se siente su calidez, su agudeza, sus inclaudicables (y para nada ingenuas) posiciones históricas: Imagens afetivas no cinema latino-americano (2002) y La imagen justa. Cine argentino y política (2009), donde el título robado a Godard le sirve para sostener una idea de justicia al mismo tiempo que la precisión formal. Uno de sus lectores (Patricio Fontana) señaló que “A menudo se tiene la sospecha de que el cine argentino tiene mejores críticos de los que se merece” y concluyó subrayando que “Este libro de Ana Amado le aporta argumentos contundentes a esa intuición”.
Sí, Ana ponía su talento muchas veces al servicio de un material que no estaba a su altura y que ella, generosamente, mejoraba con su mirada y su atención al detalle. Era una de esas personas que, como dijo Didi-Huberman, a quien ella citaba, “buscan experimentar lo que no ven, lo que ya no veremos, o más bien experimentan lo que con toda evidencia no vemos (la evidencia visible)”.
El cine era para Ana la patria de los gestos (y, por eso mismo, hizo pasar toda la política por el cine) pero también una memoria espectral, un trabajo de duelo magnificado.
A las memorias luctuosas del cine se suma hoy la muerte de quien fue su mejor analista, y la más encantadora. En estos días de luto, estoy seguro, Ana juega con hadas y tal vez mañana despierte sobre el mar.


sábado, 19 de noviembre de 2016

Ruido de fracaso


por Daniel Link para Perfil

En el relato “La muerte de la emperatriz de la China”, Rubén Darío hace que un escultor oiga “un gran ruido de fracaso en el recinto de su taller” provocado por su mujer quien, por celos, rompe una estatuilla que el escultor atesoraba. La frase sólo se comprende del todo si se recuerda que “fracas”, en francés, significa estrépito y “fracasser” es romper con violencia. El “fracaso” dariano es un galicismo y la frase “ruido de fracaso”, en este contexto, equivale a “Rey de Reyes”, que se suma a los sentidos más obvios, pero sin cancelarlos del todo: ruido de rotura y violento fracaso de la idolatría (callejón sin salida de las religiones, pero también de las políticas).
Pues bien, 2016 será recordado no como el año en el que la globalización capitalista y el Estado Universal Homogéneo se derrumbaron (hay que ignorar bastante los procesos históricos para entender las elecciones en Gran Bretaña, Colombia y Estados Unidos en esa dirección), sino como el año en el que quedó claro el fracaso estrepitoso de los proyectos compensatorios del Estado: ¿para qué seguir maquillando los proyectos de dominación política y explotación capitalista con sedicentes gobiernos de izquierda si la gente está dispuesta a votar con algarabía en Argentina, en USA y pronto en Francia, en contra suya?
La concentración de capital financiero continuará, las desigualdades se profundizarán, los países periféricos que soñaron con beneficiarse de las migajas de los tratados de libre comercio perderán hasta la capacidad para zurcirse las medias y lo más probable es que, cada vez con mayor frecuencia, la Guerra Civil Mundial que hasta ahora funcionó en sordina y enmascarada en turbias razones de “seguridad” se descontrole en cualquier parte, porque ni las batallas raciales, ni la violencia de género, ni la indignación de los excluidos encontrará freno o protección. El estrépito del fracaso nos va a aturdir.


sábado, 12 de noviembre de 2016

Rasguñan las piedras


Por Daniel Link para Perfil

Hay momentos estéticos de una intensidad política infrecuente y muchas veces no deliberada. Es el caso de la extraordinaria Constanza muere, la inmensa obrita de Ariel Farace desempeñada por la extraordinaria Analía Couceyro, secundada con solvencia por Florencia Sgandurra y Matías Vértiz. Quedan poquísimas funciones antes de que esta obra baje de cartel y apremio al público a que la vea porque es uno de los acontecimientos teatrales no del año, sino de la época.
El texto de la obra, que participa de lo que ha dado en llamarse “teatro poético” es, por eso mismo, un tratado sobre el ritmo, el tono, la melodía, los ritornellos y los estribillos, que Analía Couceyro desempeña no tanto con su voz (transformada hasta el desconocimiento) sino con su cuerpo (transformado hasta la imperceptibilidad).
Dos son los polos tonales de la obra: el “todo” que suponen el amor al presente y el mundo (uno de los momentos de mayor algarabía de la pieza) y el funesto “nada” final, que arroja al personaje, a los actores y al público a un pozo sin fondo de angustia y de tristeza.
Eso alcanza, dicen los cómplices de Constanza muere, para pensar políticamente el presente (subrayado, por si hiciera falta, en los nombres propios que Constanza encuentra en un álbum de fotos: María Eugenia, Mauricio, Patricia).
A la vuelta de mi casa, por Santiago del Estero, está el comedor Jesus Rey, dependiente de la Iglesia Bautista del Centro. Desde hace algunos meses, la cola de las personas que esperan el almuerzo se ha multiplicado por diez. Los turnos en que se brinda ese servicio han debido también multiplicarse porque la capacidad del comedor es limitada y es frecuente ver personas haciendo cola ya desde las diez y media de la mañana para acceder a ese triste beneficio. La responsabilidad de semejante episodio de paisaje urbano es del actual gobierno, y quiere decir que cada vez es más la gente que no tiene ni para comer una vez al día. Fueron arrojados a una nada más allá de la cual sólo cabe imaginar la muerte.
Hay otros, caminando sin rumbo y con la mirada perdida por Humberto Primo, que apenas si atinan a pedir una limosna o pedir un cigarrillo sin ningún tipo de eficacia. Como en 2001, uno se pregunta de dónde salieron todos esos que antes no estaban: forman un todo esperpéntico, criado a lo largo de los últimos quince años (y esto no es responsabilidad del actual gobierno sino del anterior).
Tanto unos como otros (los que están en la calle, pero también Constanza, la Muerte que la acompaña bergmanianamente y la pianista muda), podría decirse, rasguñan las piedras, que casi ya ni sienten.
Contra esa forma de insensibilidad se levanta el arte de verdad, del que participa esta pieza, y nos arrastra hacia la náusea de esa nada (una formación económico-política) que nos resulta intolerable.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Títulos que lo dicen todo

Ana Amado:

Imagens afetivas no cinema latino-americano, 2002

La Imagen justa. Cine argentino y política, 2009

“Conflictos ideológicos e inscripciones textuales. El espacio doméstico en los melodramas fílmicos y literarios de los 50s”, 2005

“Re-visiones del pasado y narrativas de otra generación”, 2007

“Velocidades, generaciones y utopías. Acerca de la temporalidad en La ciénaga, de Lucrecia Martell”, 2004

“Figuras y políticas de lo familiar. Una introducción”, 2004

“Ordenes de la memoria y desórdenes de la ficción”, 2004

“Entre fábulas y conspiraciones .Texto y traición en Ricardo Bartís.”, 2004

“La casa en desorden. Notas sobre cuatro ficciones domésticas”, 2002

Atlantic Casino: La simulación como poética del cuerpo y política del genero”, 2000

“Una deriva (post)romántica” (sobre Kieslowski), 1996

“Hugo Santiago. Una poética fílmica de la tragedia”, 2004

“Ceremonias secretas. Los vínculos familiares como tramas subjetivas de la historia”, 2004

“Ficciones críticas de la memoria”, 2003

“Memoria, parentesco y política”, 2003

“Imágenes del país del pueblo”, 2003

“Herencias. Generaciones y duelo en las políticas de la memoria”, 2003

“Cine argentino. Cuando todo es margen”, 2002

“Anotações sobre ficções domésticas”, 2002

“Novo cinema argentino: fábulas do mal-estar”, 2002

“Estéticas de la urgencia”, 2002

“O motor da inspiracao”, 2002

La ciénaga, de Lucrecia Martel: La gravedad y la gracia”, 2001

“La privatización de la tragedia”, 2001
 

“Cuerpos intransitivos. Los debates feministas sobre la identidad”, 2000
 

“La política-ficción en el nuevo documentalismo. Cine de la herida y la barbarie”, 2004

Los Rubios” , 2004

“Derrida. La rica vanidad del filósofo”, 2003
 

“Ser dos. Los abismos de amor y locura en El infarto del alma, de Diamela Eltit y Paz Errázuriz”, 2002 

“Rossellini, uomo di Dio”, 2000
 

“Los temas tabúes en los derechos humanos globalizados”, 2000







Perdimos

(Cómo sigue nuestra vida después del triunfo de Donald Trump)

por Pablo Marchetti para lavaca.org

Perdimos. Y perdimos por paliza. Perdimos de una manera humillante, catastrófica, que nos deja a la deriva. Una deriva de la que no sabemos muy bien cómo se sale. Pero una cosa es seguro: si queremos salir, si queremos tener alguna chance, aunque sea remota, de revertir mínimamente la situación, lo primero que tenemos que hacer es asumir que perdimos. Que la victoria de Donald Trump es nuestra derrota.
Perdimos. Vos perdiste, yo perdí, aquel perdió. Sabés a qué me refiero, creo que entendés a quién incluye este nosotros. Un nosotros muy amplio, que excede cualquier disputa política doméstica, aún las supuestamente más irreconciliables. Un nosotros inclusivo en la derrota, en la miseria.
Vos también lo votaste, yo también lo voté. Je suis Trump. Hagámonos cargo. Este monstruo es nuestro monstruo. No es que no supimos evitar que crezca, no es que no supimos detenerlo a tiempo, no es que no supimos destruirlo. No, mucho peor: lo construimos. Eso es lo más jodido de todo. Y lo que más duele.
Donald Trump es racista, Donald Trump es machista, Donald Trump está a las antípodas de valores que suponemos esenciales, como la solidaridad, el respeto, la convivencia o la igualdad. En ese sentido, nuestra derrota es evidente: ganó el que representa, de manera explícita, esos valores. Trump no sólo no la caretea ni un poco: el tipo dobla la apuesta y hace alarde de aquello que nos horroriza.

El problema es que el problema no es Trump. Trump es, en todo caso, sólo el comienzo. O, mejor aún, Trump es la evidencia de que tenemos un problema enorme, es la cara de nuestra derrota. No es nuestra derrota. Ni siquiera nuestra derrota es que Trump haya llegado adonde llegó. Nuestra derrota es pensar que toda nuestra derrota se reduce a Trump, al lugar que ocupa hoy Trump.
Hay en el mundo y en la vida muchas opciones bien distintas a Trump. Cosas, hechos, personas, acciones, sentimientos, que están a las antípodas de Trump. Y que existen, están vivas. El punto de partida tenía muchas variantes porque la vida tenía (y tiene) muchas variantes. Sin embargo, cuando el sistema de representación nos pone opciones, siempre pasa lo mismo: o nos consolamos convenciéndonos de que sólo podemos optar entre resignarnos a eso que todos sabemos que es el mal menor, o resignarnos a mandar todo al carajo porque no se puede hacer nada.
Para llegar a donde llegó Trump las opciones no sólo no eran muchas: no existían. ¿O es que alguien en su sano juicio puede pensar que Hillary era una opción más potable que Trump? Si lo hacemos es porque la anestesia autoindulgente funciona. Y tarda poco tiempo en hacer efecto: es así que en pocos días podemos pasar del “y bueno, es el menos malo (o la menos mala)” a defender a ese candidato (o candidata) como si se tratara de un amigo cercano o un pariente entrañable.
La autoindulgencia no es mala sólo por el daño que nos causa a la hora de perder de vista que aquello que en un primer momento creíamos que apenas era el “mal menor”, sigue siendo el “mal menor”, más allá de lo mucho que se haga evidente el mal en el “mal mayor”. Bueno, eso es una parte. Pero el principal problema de esta autoindulgencia es que es el mecanismo que construye al votante-Trump, que es el gran hacedor de Trump.
Ya se enumeraron las obvias cualidades nefastas de Trump. Muy bien, vayamos ahora a las positivas. Sí, leyeron bien: positivas. No, no me volví loco. Tampoco me entregué a la berretada facilonga de pensar que hay que asumir todo tal cual es, que no hay que intentar cambiar nada pues nada se puede cambiar. Pero si no asumimos que hay algo positivo en todo esto no podremos ni siquiera empezar a asumir la derrota, a entender por qué perdimos.
Trump interpela a un montón de gente porque dice lo que piensa. O eso parece: nadie había sido nunca tan frontal en sus críticas a los inmigrantes, a los pobres, a las mujeres. Nadie había osado ser tan incorrecto en épocas donde creíamos que la corrección política reinaba en el discurso político. Pero ese supuesto triunfo cultural, ¿es realmente un cambio de paradigma o de mirada que redunda en la anulación del lenguaje estigmatizante? ¿O se trata sólo de un espejismo creado por un montón de oenegés, artistas y comunicadores que viven de eso?
Trump no es el típico conservador reaccionario. Trump es un magnate playboy, que se casó tres veces, dos de ellas con extranjeras, siempre con mujeres hermosas y jóvenes, la última, una que está siendo “acusada” (¡hasta por el “progresismo”!) porque hace unos años apareció desnuda en una revista francesa.

Trump ganó, además, teniendo a todos los medios en contra. Por primera vez en su historia, el New York Times sacó un editorial apoyando explícitamente a un candidato: en este caso una candidata, Hillary Clinton. El sistema financiero también estaba con Clinton, la representante de un gobierno que había salvado a los bancos. Pero volvamos al supuesto triunfo de la corrección política.
¿Es posible hablar con lenguaje no sexista cuando todos los días asesinan a una mujer por ser mujer? Suena, cuanto menos, ridículo. No está mal intentarlo, claro está. Debemos asumir nuestro lugar como comunicadores, agitadores, artistas, etc. Y está bien intentar cambiar el mundo, siempre y cuando asumamos que es ridículo pensar en que podemos cambiar el mundo. Tener siempre presente que es un disparate subirnos a cualquier pony para cacarear nuestro discurso, se trate de este sitio, de un blog, de un noticiero de televisión o del New York Times.
No tiene sentido dejar de hablar de “negros” y empezar a hablar de “afroamericanos” o “afrodescendientes” si los negros (sí, los negros) siguen siendo la mayoría de la población carcelaria en los Estados Unidos. No tienen sentido espantarse por el discurso xenófobo de Trump contra los árabes si el gobierno encabezado por el Premio Nobel de la Paz bombardea Siria.
“Si pierdo esta elección habrá sido una gran pérdida de tiempo y de dinero”, dijo Trump al cierre de su campaña, con un lenguaje que, podrá gustar o no, pero nadie podrá negar que es pragmático. Habló como un empresario. Pero no como un magnate: como cualquier persona que en su casa, en su vida, hace cuentas para llegar a fin de mes. Los economistas suelen hacer difíciles cosas que todos manejamos en nuestras vidas cotidianas. Sin embargo, las complejizan para expulsarnos de esas decisiones cuando se trata de administrar los bienes colectivos. En ese sentido (en el sentido del sentido común) Trump fue inclusivo.
Trump ganó porque dijo las cosas como son y se evitó dar detalles de cómo las cosas deberían ser. Después de todo, ¿a quién le importan que las cosas sean como deberían ser? ¿Y cómo es que las cosas deberían ser? Podemos discutir sobre si las cosas están bien o no, si es sano que asumamos que sólo podemos llegar hasta acá, que nuestra condición humana no nos permite ir más allá de esta miseria. Podemos discutir y deberíamos hacerlo, de modo urgente. Pero así están las cosas, y eso Trump lo sabe mejor que nadie.
Nos espantamos por Trump mucho más de lo que nos espantamos por un presidente (¡el primer presidente negro de la historia!) que hizo campaña diciendo que iba a cerrar Guantánamo y en sus 8 (¡ocho!) años al frente del Gobierno no movió un dedo para llevar adelante su promesa. Nos espantamos por las declaraciones de Trump sobre los mexicanos, pero nos olvidamos que no fue Trump quien comenzó a construir un muro en la frontera.
Trump nos trae una muy buena noticia: este es el fin del progresismo. Y otra buena noticia más: este es el fin de esa ilusión berreta llamada política. Al menos la política tal como la conocemos. No perdimos porque ganó Trump. Perdimos porque lo único que había a mano para ganarle a Trump era Hillary Clinton. Es decir, la dirigente que, como senadora, votó a favor de la invasión a Irak para cazar (no juzgar: cazar) a Saddam Hussein. A diferencia del entonces senador Obama, que se abstuvo.
Perdimos. Sí, definitivamente perdimos. Y la prueba más contundente de esta derrota humillante es que, en algún lugar de nuestro ser, vamos a sentir que ganamos. Si buscamos bien, si somos honestos con nosotros mismos, nos vamos a dar cuenta de que en algún lugar de nuestra existencia hay un Donald Trump festejando en nuestro interior.
Un Trump que nos constituye, que nos vuelve egoístas, ventajeros, berretas, soberbios. Un Trump que nos cuesta reconocer porque a nadie le gusta hacerse cargo. Pero que está allí, siempre está allí. Por eso lo primero que nos sale pensar es “yo no lo voté”, como una forma de ocultar el “yo lo construí” o el “yo también soy ese”.
No, de ninguna manera quiero caer en exageraciones berretas, en esos generalismos facilongos que anulan cualquier instancia de análisis. Por supuesto que no es lo mismo el que quiere coimear a un cana para zafar de una multa de tránsito que el que muerde cinco palos verdes por una licitación de una obra pública. Como tampoco son lo mismo el que tira basura en la calle o no recoge la mierda de su perro, con quien roba la partida de insumos para un hospital público.
Pensar que es todo lo mismo también forma parte del discurso Trump, del concepto Trump, de la idea Trump del mundo. No es todo lo mismo, no da todo lo mismo. Y como no es todo lo mismo, sería bueno no perder nunca de vista que el mal menor es mucho más mal que menor. Encontrar tranquilidad allí nos conduce irremediablemente a Trump.
Perdimos. Y no tenemos idea cómo salir de esto. Cómo seguir, hacia dónde ir. Perdimos. Tal vez la magnitud de la derrota es todo lo que necesitamos para encontrar algún camino que nos lleve hacia no sabemos dónde. Tal vez sea eso lo que, en nuestro desconcierto, terminemos agradeciéndole a este personaje siniestro, escabroso, monstruoso, a este Donald Trump que supimos conseguir.


Ana no duerme

Ana no duerme
espera el día
sola en su cuarto
Ana quiere jugar
sobre la alfombra
toca su sombra
cuenta las luces
mira la gran ciudad
Ana no duerme
juega con hadas
tal vez mañana
despierte sobre el mar, el mar
sobre el mar, el mar
Ana de noche
hoy es un hada
canta palabras
canta y se torna en luz
Sobre la alfombra
toca su sombra
cuenta las luces
mira la gran ciudad
Ana no duerme
juega con hadas
tal vez mañana
despierte sobre el mar, el mar
sobre el mar, el mar
Ana no duerme
espera el día
sola en su cuarto
Ana quiere jugar
sobre la alfombra
toca su sombra
cuenta las luces
mira la gran ciudad
Ana no duerme
juega con hadas
tal vez mañana
despierte sobre el mar, el mar
sobre el mar, el mar.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

El mal mayor

Aguante Susan Sarandon!!!


(Which one of these lying predatory oligarchs would I endorse?)


martes, 8 de noviembre de 2016

¡Otra denuncia estremecedora!


Decisión polémica. Creado por un chocolatero suizo en 1908, los triángulos fueron clave en el éxito de la marca.  



*Aclaro que estoy en un estado de shock del cual me costará recuperarme. Propongo que sigan fabricando un T Ancien régime para mí y los demás damnificados. Estamos dispuestos a pagar lo que sea.


sábado, 5 de noviembre de 2016

Espejitos de colores

por Daniel Link para Perfil


Ah, los espejos, esas misteriosas superficies que nos devuelven una imagen imposible de nosotros, porque somos eso que vemos allí donde no estamos.
El kirchnerismo gusta de mirarse en el espejo petista y relaciona la suerte de la Sra. Cristina Fernández con la de Dilma Rousseff, aunque nada tenga que ver un caso con el otro. Se podrá simpatizar o no con el ronroneo administrativista de la actual gestión argentina, pero lo cierto es que la coalición gobernante alcanzó el poder legítimamente. Lo de Brasil es muy diferente. No soy capaz de pronunciarme en relación con la maniobra legislativa que otorgó la presidencia al Sr. Temer, porque desconozco los pormenores de la legislación brasileña, pero independiente de la legalidad del asunto, queda claro que se trató de un atropello con todas las letras, incluidas las de Margareth Thatcher, a quien acaba de citar como su fuente de inspiración para defender la enmienda constitucional (PEC 241, aprobada por los diputados federales) para crear un techo de gasto público ¡durante los próximos veinte años!
Es verdad que el Sr. Temer y el Sr. Macri se sienten a gusto uno con el otro, pero no es el espejo del Pro el que estamos viendo, sino el del kirchnerismo, cuya situación nada tiene que ver con la del PT.
Más le convendría al kirchnerismo mirarse en el espejo sandinista para entender en qué podría haberse convertido. Luego de haber derrocado al dictador Anastasio Somoza, la cúpula dirigente del sandinismo aprobó, al término del primer gobierno de Daniel Ortega, leyes que les permitieron quedarse con los patrimonios que, en todo caso, pertenecían al pueblo que por ellos había luchado. “La piñata” es el nombre de aquella repartija que supuso una ruptura sin precedentes de la ética pública.
La victoria de Violeta Chamorro en 1990 (opositora), lejos de debilitar al FSLN lo fortaleció y le permitió incorporarse como fuerza democrática que, en los hechos, pactó con la derecha para garantizar la impunidad de todos. Desde 2007, los Ortega (Daniel y su esposa) gobiernan un país que, gracias a la concentración del capital y de la tierra, tiene 210 multimillonarios, una cifra que supera a Panamá, paraíso del lavado de dinero. El embajador de Nicaragua en Uruguay es el italiano Maurizio Gelli, hijo de Lucio Gelli, fundador y gran maestro de la logia Propaganda Dos. Mañana hay elecciones en la República de Nicaragua. “Espejito, espejito...”

jueves, 3 de noviembre de 2016

Si fuera cineasta haría una película para usar esta música como banda de sonido



(Gracias, Nico)


miércoles, 2 de noviembre de 2016

Los tiempos cambian

LA NACIÓN, con un nuevo formato: la edición impresa ahora es un compacto

En cambio, antes:


(Gracias, Rodrigo C., por la advertencia, el recorte y el lamento por los tiempos idos)