Por Daniel Link para Clarín
Hubo un tiempo en que Ricardo Piglia lo
representaba todo para nosotros. Eran los tiempos de Respiración
artificial, una novela que sigue siendo enigmática por el modo
en que consiguió erigirse en la novela de una época, la que mejor
la explicaba sin representarla mecánicamente. Hubo un tiempo en que
las líneas de lectura de la literatura argentina que proponía
Ricardo Piglia eran las que nosotros copiábamos de manera más o
menos explícita.
Hubo un tiempo en el que Piglia nos
enseñaba, al mismo tiempo, los caminos de la emancipación y los
caminos de la literatura.
Después crecimos y comenzamos a
discutir con él. Y él aceptó discutir con nosotros. Creo que ésa
fue su mayor generosidad para con las generaciones más jóvenes. Lo
admirábamos tanto que llamábamos su atención discutiendo con él,
censurando un episodio novelesco (nunca una frase, porque todas las
suyas son perfectas) que no nos parecía a la altura de lo que
nosotros esperábamos, pavadas de niños.
Él nos escuchaba porque le interesaba
saber lo que pensábamos y nos corregía. SI lo acusábamos de
"populista", aceptaba el adjetivo con la condición, decía,
de que se entendiera que el populismo era una de las grandes
tradiciones de la literatura argentina, desde la gauchesca hasta
Arlt. Obviamente, tenía razón y nos obligaba a repensar la serie
histórica.
Era un maestro relacionando textos y
problemas, tensionando el campo de lo argentino hasta volverlo mucho
más interesante de lo que siempre fue y será.
Ricardo era un historiador de
formación, pero el formalismo ruso le había enseñado a leer la
historia en su propia inmanencia, lo que equivalía a no darla por
sentada nunca, porque la historia se hace en cada pormenor. "¿Hay
una historia?" dice el comienzo de Respiración articial,
en relación tanto con la materia textual como con los pormenores de
la política, un desgarramiento en el que nunca podemos estar cómodos
del todo.
Ricardo estaba enfermo hace un tiempo.
No tanto como para que nos hubiéramos olvidado de él. Y como él
seguía pensando y armando libros contra reloj, también pudimos leer
parte de sus diarios, que él consideraba su obra verdadera. Todo lo
demás lo hacía, dijo muchas veces, para poder publicar los diarios
de Renzi.
Pese a saberlo enfermo, su muerte, sin
embargo, nos sorprendión y nos llena de desesperación. No hubo en los últimos años
nadie como él, que pudiera darle a la novela la estatura que
necesitaba para no morir del todo.
Ahora ya no habrá más novelas, y
tampoco hipótesis para leer la literatura argentina o el presente,
en fin, todo aquello que a Ricardo lo apasionaba.
Tengo que seguir escribiendo sobre él,
mientras lo lloro.
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