por Daniel Link para Radar
Ricardo Piglia, cuya desaparición
lamentamos en estos días, publicó en 1967 un libro de relatos, La
Invasión que se reeditó recién en 2006. A la edición
original, Piglia agregó dos relatos inéditos de 1969 y 1970, que no
habían sido recopilados en libro y tres relatos aparecidos sólo en
revistas: “Desagravio” (1963), “En noviembre” (1965) y “El
pianista” (1968).
Además de ambientes que Piglia no
necesariamente visitará de nuevo (un asilo de ancianos, el mundo del
boxeo, una cárcel) y de una rigurosa investigación de las formas
narrativas breves, La Invasión presenta a Emilio Renzi, quien será
el alter ego definitivo del autor. Pero un alter ego que no
sólo se limita a la ficción. Los diarios de la vida entera de
Ricardo Piglia, se publicarán como diarios de Renzi y algunas notas
que aparecerán en Punto de Vista también llevarán la firma
de Renzi.
En “Un pez en el hielo”, Renzi
interroga el suicidio de Cesare Pavese a partir de la lectura de su
Diario, como “un
crimen que era preciso descifrar”. Pavese escribe la última página
de su Diario pero espera una semana para matarse. “Se
suicidó recién el sábado 26 de agosto. Renzi estaba conmovido con
esos días finales. Pavese solo en la ciudad vacía [...] Vivió ocho
días más, aunque para sí mismo ya era un muerto. El condenado. El
muerto vivo”.
Nombre falso (1975) recopila una
serie de textos a caballo entre la ficción y el ensayo en los que
aparecen prácticamente todas las líneas y tensiones que
caracterizarán la obra de Piglia, pero es su novela Respiración
artificial (1980), protagonizada por Emilio Renzi, la novela que
muchos críticos leyeron como el texto clave de aquel período. No en
vano la novela comienza con una interrogación: “¿Hay una
historia? Si hay una historia empieza hace tres años. En abril de
1976, cuando se publica mi primer libro, él me manda una carta”. Y
esa interrogación sobre la historia comenzará a ser obsesiva a
partir de esos años, al mismo tiempo que la literatura oscila entre
las alegorías y las sátiras políticas (especialmente el caso de
Osvaldo Soriano: Triste, solitario y final, 1973; No habrá
mas penas ni olvido, 1983; Cuarteles de invierno, 1983) y
textos que renuncian al proyecto de reproducir la realidad para
proponer sentidos incompletos y fragmentados.
Ligado con las vanguardias de finales
de los sesenta y comienzos de los setenta, Piglia supo enfrentar el
problema de la legibilidad (es decir, del público) en un mundo cada
vez más desconfiado del realismo transparente. Así como saluda las
novelas de Puig, en 1974 prologa El frasquito.
La frase que abre Plata quemada
(1997), “Esta novela cuenta una historia real”, estaba ya
implícita en La invasión, pero
aquí Piglia trabaja
deliberadamente en relación con un neopopulismo de mercado, cuyos
alcances le interesa investigar porque, como dijo en una entrevista
para Radarlibros
(Buenos Aires: domingo 19 de
diciembre de 1999), “Es
probable que Plata quemada pueda
leerse como una experiencia de populismo literario, con la condición
de que se entienda populismo como una de las grandes corrientes de la
literatura argentina. El cruce entre populismo y vanguardia ha
producido textos de los mejores: desde el Martín Fierro o
el mismo Borges hasta Zelarayán y Osvaldo Lamborghini”.
Piglia se había interesado
legítimamente (y sabiendo los riesgos que corría) en el populismo
estético porque “en esas literaturas se ve la construcción de una
lengua que se opone a la literatura decorosa, de buenas maneras, con
un estilo medio”,
Toda la obra de
Ricardo Piglia se sostiene en ese borde donde dos culturas se chocan,
desde los cuentos de Nombre falso
hasta Formas breves (1999)
o El último lector (2005),
pasando por su obra más famosa (y más representativa de una época),
Respiración artificial
o La ciudad ausente
(1992): una articulación problemática entre crítica y ficción.
En Formas
breves se lee: "La cultura de
masas (o mejor sería decir la política de masas) ha sido vista con
toda claridad por Borges como una máquina de producir recuerdos
falsos y experiencias impersonales. Todos sienten lo mismo y
recuerdan lo mismo y lo que sienten y recuerdan no es lo que han
vivido". Ese pasaje puede leerse en la estela benjaminiana, tal
como Piglia la entendía: “lejos de adoptar una posición
valorativa respecto de la cultura de masas, Benjamin hizo convivir
ambas opciones".
El la obra de Piglia, que
ahora no comienza a cerrarse sino que, por el contrario, comienza a
abrirse a nuevos modos de lectura, las opciones de la cultura de
masas (el populismo de mercado) y el vanguardismo literario conviven
problemáticamente no para producir una síntesis conciliadora sino
para producir una chispa que encienda el fuego de una vida: la de
Emilio Renzi, la nuestra, la de todos y cualquiera.
Si tuviera a mi cargo enseñar crítica literaria, propondría sin dudar este artículo de Daniel Link como ejemplo de lo que NO hay que hacer (jamás) sin riesgo de perder la honra. Tenemos, pues, aquí una insulsa descripción de las líneas ideológicas que sostienen la obra del recientemente fallecido Ricardo Piglia. No explica la relación específica entre una posición de lectura y el valor de los procedimientos a partir de los cuales se hacen visibles esas líneas. ¿Adónde conduce aquello del "populismo estético" y cómo se consigue? ¿Es un mecanismo valioso? Y si fuera así, ¿por qué y cómo se construye ese valor? Cualquier aproximación que se pretenda crítica a un texto literaria debe orientarse a responder (por lo menos) preguntas como esas; el resto es pescado podrido.
ResponderBorrarPosdata: Respiración artificial es una mierda