Por Daniel Link para Perfil
En una tira de Mafalda, la niña
camina con su amiga Susanita. Se cruzan con esa constante visual del
paisaje de la ciudad de Buenos Aires: un grupo de mendigos o familia
paupérrima (no me acuerdo bien). Mafalda dice: “Me parte el alma
ver gente pobre”. Susanita le contesta: “A mí también”.
Mafalda: “Habría que darles de comer, ropa, trabajo”. SIgue,
creo recordar, un cuadrito en blanco hasta que Susanita remata: “Para
qué tanto, bastaría con esconderlos”.
Cuando eran apenas dos jóvenes
ambiciosos que actuaban en sótanos porteños, Carlos Perciavalle y
Antonio Gasalla grabaron un disco (1971) con algunas de sus mejores
canciones y monólogos. El de Carlos Perciavalle ("Los pobres") comenzaba diciendo algo así como: “Qué
barbaridad... ¿Ustedes saben por qué pasan estas cosas espantosas
en esta país, viste, estos siniestros crueles? ¿Quiénes tienen la
culpa de que haya devaluaciones, que aumente todo, que venga la
revolución? ¡La gente pobre, m'hija! Si son la mayoría, viejo.
Cada vez hay más, ¿viste? Esa gente de lo peor... Siempre vestidos
con esos colores tan deprimentes... Mandan a sus chicos a colegios
del Estado gratis, donde no va nadie conocido, ¿cómo pueden?”.
La década del setenta imaginaba, a
través de esas voces, cómo piensa la clase “alta” y, al
hacerlo, revelaba su propio imaginario y la distancia incomunicable
de ambos imaginarios. La relación de clase implica siempre el
desconocimiento radical del otro.
El monólogo de Perciavalle acaba de
ser modelo (voluntario o no) del audio de la Doctora de Nordelta que
se queja de sus vecinos porque toman mate, juegan con el perro y
gritan: cosas de pobres. La relación entre ambos discursos queda
subrayada por el uso de una palabra totalmente fuera de registro y
del uso actual: “cache” (equivale a grasa, pero incorpora la
sonoridad del kitsch, tan productivo durante los sesenta y
setenta).
Las reacciones a ese audio han sido
mayormente de condena: pensar así es ejercer una violencia social
inesperada. Los mejores comentarios vinieron de otras mujeres que, a
la parodia inicial, agregaron las suyas: la Negra Vernaci y Verónica
Llinás dieron rienda suelta a su desenfreno y produjeron piezas
hilarantes.
Pero en esa cadena de parodias
(Perciavalle parodiaba el espíritu de la clase, la Doctora de
Nordelta parodiaba a Gasalla, Vernaci y Llinás parodiaban a la
Doctora de Nordelta) algo se pierde: la posibilidad de pensar lo
otro.
Hola Daniel! Te escribo desde Chile.
ResponderBorrarMe gustaría invitarte a un evento que estoy organizando en Buenos Aires. Se llama "Pensando a La One: Primer encuentro latinoamericano de pensamiento sobre Moria Casán".
Te dejo la info:
https://www.facebook.com/events/151274715483006/
Ojalá pudieras ir!
Un abrazo, felipe.