Por Daniel Link para Ñ
Elijo tres libros de los que aparecieron en 2017: A tontas y a locas, la reedición del clásico de María Moreno que publicó 17g, El extraordinario Citas de lectura de Sylvia Molloy (Ampersand) y un libro mayor de la historiografía americana de los últimos años: Cuando amar era pecado, la meditada y amorosa tesis de Fernanda Molina, con quien comparto su impertinente curiosidad por el modo en que ciertas subjetividades sobreviven, como pasos de vida, en el archivo colonial.
Más allá de los documentos, en sus bordes, en los presupuestos que se deducen de los enunciados teológicos y judiciales, Fernanda Molina encuentra una chispa de vida, algo que escapa y se resiste (porque bien sabemos que donde hay poder hay resistencia) a los dispositivos de normalización y las fantasías de exterminio.
En Cuando el amor era pecado, Fernanda parte (cómo no) de las caracterizaciones teológicas de los placeres venéreos y las lujurias, en particular la sodomía, que nosotros nos atrevemos a experimentar con inocencia sin saber que la hubo perfecta o imperfecta. La perfecta, nos enseña Fernanda, fue para algunos teóricos la que implica derramamiento extraordinario de polución en el vaso trasero, por lo general “adoptando posiciones bestiales” (p. 40).
Los cinco capítulos del libro de Fernanda brindan impecables desarrollos sobre lo que prometen: Sodomía, Justicia, Poder, Religión e Identidad. El primero es el más sexy por el léxico convocado y lo que nos obliga a imaginar. El último es más delicado, el más hermoso.
Si todo comenzaba con una exposición de un presunto “orden natural” de las cosas, las personas y las relaciones entre ellas, como condición necesaria de un “orden universal”, luego de haber presentado el cuerpo manufacturado (a través de sentencias y resoluciones) como negación del cuerpo natural, como apertura hacia el cuerpo "historizado", abierto hacia las sucesivas capas de Tiempo que lo constituyen, la pregunta implícita en el debate teológico sobre el “orden natural” (“cómo y para qué reproducirse”) se transforma en otra: “¿Cuándo nace un cuerpo?”. Para saberlo, hay que examinar sus marcas y la manera de hacerlo es recurriendo al archivo.
En “Identidad”, Fernanda se aparta un poco del rigor teológico y legislativo. Descubre en los documentos que, además de los asuntos nefandos, había besos, abrazos y palabras de amor que muchas veces pudieron invocarse como atenuantes del horror. “Peligrosamente amancebados” (pág. 147),llos sodomitas coloniales aparecen como algo más que desordenados sexuales: constituyen individuos que se empecinaron en descubrir, por la vía del vaso trasero, un modus vivendi que lo convertía en “sujetos particulares” (en un más allá de los universales tomistas), una comunidad imposible que se empecina en transmitir un “saber sodómitico” entre generaciones, en construir redes como manera de vincularse solidariamente en un medio hostil.
Fernanda elige leer en esos fragmentos de discurso el reverso de las fantasías de exterminio: el amor como táctica de resistencia y como desestructurante de las relaciones sociales.
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