El texto original, editado por mí, dice:
19 de
febrero, domingo.1
“Serio, eh. Tipo
que se pone, pa-pa-pa y había que hacerle las cosas.”
“Él entró en
la famosa compañía de Indias, usted sabe, ésa que tiene miles
de años”
(frases oídas en
un ómnibus.)
*
De vuelta en la
ciudad terrible, Montevideo 1009, gatos y goteras.2
Mi última noche en La Habana fue misteriosa. Me sobraban cincuenta
pesos y me puse a pensar en Ziomara con su cintura tan fina y su
rostro oscuro hierático. Su cuerpo era espléndido, largas piernas
africanas y caderas hechas para moverse incansablemente, Solamente
sus pechos eran algo blandos, las { },
los pechos blandos. No hay putas como las de La Habana,
el último esplendor de un mundo que se cae. Casi todas son suaves y
calladas y parecen comprender, son tristes pero saben sonreírse
desde adentro. Por lo menos Ziomara sabía. Usan falsos nombres
espléndidos, Ziomara, Estrella. (Pupé se ha sentado frente a
mí, a través de la redonda mesa de vidrio, y cose, casi
impidiéndome escribir con su presencia; pero tengo que hacerlo, el
mundo en cierto modo es duro, yo lo sé.)
Fui al Music-Box y
no la encontré, como no la había encontrado las tres veces
anteriores, cuando tuve que salir con María y con Reina. Al salir,
una discutía con un borracho, pero su voz me alcanzó cuando me iba,
ven acá, por qué te vas. Le pregunté por Ziomara, dijo que tal vez
estaba al lado. No estaba. Al volver, el borracho se había ido pero
ella estaba y la invité a tomar un trago. Se llamaba Estrella,
Zoila Estrella aclaró ante mis dudas. Tenía 16 años y era muy
bonita. Pidió un vermú. Estaba resfriada, dijo que era una
sinusitis y tenía que operarse pero no lo haría, porque tenía
miedo a las operaciones, y además tomaba no sé qué cosa. (“Yo
cosiendo y mi esposo trabajando”, dice Pupé a alguien que la
llama por teléfono. “Randolfo está en sus asuntitos”. Es
Rogelio, quieren saber si voy a trabajar en Usted o en Che.)
A mí esto no me gusta, dijo, pero tengo que hacerlo, porque si
no tendría que vivir con mi madre, y no puedo porque ella
trabaja de criada. “¿Y tus hermanos?” Ellos no me dan nada, me
piden. Tenía seis hermanos. Yo he leído estas cosas, pero
igual era espantoso, y tenía muchas ganas de acostarme con ella. “El
Miusic [sic] ya no es lo mismo, desde que lo reformaron”, dijo.
“Estuve en el Apache y después volví aquí, pero no es lo mismo”.
En efecto, no era lo mismo. Había olor a pis –lo noté por primera
vez– y sólo dos o tres mujeres más, una de ellas borracha. “Qué
nota3
tiene”, dijo Estrella, y se reía con Sergio. Le pregunté si
quería salir conmigo y dijo “Si usted quiere”, dijo. “Tengo
que pagar la salida”. Le di diez pesos. “Sergio, mi cartera.”
Sergio le cuchicheó algo al oído. No reparé en las miradas
porque siempre era igual, uno salía y los demás se daban vuelta
para mirar. Me quité los anteojos como siempre, tuve las mismas
ideas de siempre –por ejemplo que mi calva era inconfundible.
(“Esta ciudad paró de crecer cuando se dio cuenta de donde estaba,
se paró de horror; este clima, esta ciudad endemoniada; no como
París, que se paró en el XVII, de autocomplacencia. Yo creo que
ésta es la ciudad más peligrosa, porque está poblada de demonios
Buenos Aires.” Pupé se ve como Colette, pero sola, no porque
sea solitaria, sino porque se quedó sola; entretanto acumula
experiencia, se goza –dice–, en la vida de la pareja.) Pero qué
importaba mi calva, yo me iba. Una vez me había visto Jardines y no
me había delatado. ¿Torvamente puro, Jardines? (“Vos no
sabés el placer con que la gente te escucha”, dice Pupé. No, no
sé. Según Elina, todos me odian, me ponen en tela de juicio. Según
Benicio, todos me quieren. “Uhh, Walsh”, hace un gesto hacia
arriba con la mano, “la altura del respeto”.)
Soy la Estrella
dijo que ella prefería el Ariete, no el Rex, usted sabe, una se
acostumbra. El sereno soñoliento cobró los dos quince, por un
rato. Entonces estábamos en la pieza, qué linda cara. Por
favor, no me apriete la cintura, estoy de siete meses.4
Yo no me había
fijado en el saco de cuero con que se tapaba. Le dije, pobrecita,
eres valiente, pero debo haber cambiado de cara. Tenía el
vientre abultado. Hay pensamientos de placer en la maldad, coger a
una niña embarazada de 16 años, empujar hasta el fondo y sentirse
un maldito, que se joda, jodámonos todos. Pero “usted es un
hombre de conciencia”, me dijo bastante más tarde
cuando ya estábamos en la calle.
Cerraba los ojos y
no esperaba nada. Creo que yo hubiera podido, al principio.
Hasta que la acaricié entre las piernas (ella me tocaba suavemente
el cuello, rítmicamente, con los ojos cerrados) y sentí esa
humedad, ese horror, y las asociaciones, el chico que se movía y
pateaba en el vientre de Elina, qué hay detrás. Entonces el
pito, perdón, se me encogió como un pequeño telescopio y quedó a
un costado blandito y sin vida. Pero después nuevamente hubiera5
podido, porque ella olía bien, y tenía un perfil tan nítido y puro
del hombro, y unos dedos tan suaves, y la cara dormida, pero no
decía nada, no decía dame la lechita ay papi ay dámela, como decía
Carmita en cuatro patas sobre mí, con ese animal extasiamiento.
(Sí, yo sé, pero después corrijo.) Y le dije: ¿Estás segura que
no te hará mal? Y me dijo: No, no estoy segura, y ahí se acabó
todo. Me cobré6
los diez pesos retándola, suavemente, como corresponde a un
señor. Le dije que se podían morir, ella y el chico. Pero,
dijo, tengo que comprarle una canastilla. Nos vestimos tan
rápidamente, yo le daba consejos, tienes que ir a la Federación de
Mujeres, tienen que atenderte, no puedes hacer más esto, te pones en
peligro, comprometes al hombre que se acuesta contigo –eso no, dijo
con orgullo–, y era un objeto de horror.
En la esquina le
dije: “Si pudiera ayudarte, te ayudaría, pero no puedo darte
más que un consejo, no hagas más esto”.
“Usted es un
hombre de conciencia”, dijo, y me puso la mano en alguna parte del
brazo y se fue, un objeto de horror.
Después fui a la
ruleta, y por primera vez gané veinte pesos –con lo que
recuperé el dinero gastado en esa última, misteriosa noche en La
Habana– y se los regalé a Pupé, mi esposa (¿“Flores para
su esposa”?) para que se comprara un prendedor.
Otro día hablaré
más de esto.
1
Se trata de un original mecanografiado, aparentemente de tres
folios (por la numeración), de los que falta el primero. La
fecha (1961) y los números de página están manuscritos. La hoja
2, sin embargo, dice 2 a máquina.
2
En el margen, como término de una flecha, manuscrito: “Adiós a
L. H. como símbolo”. Ver, más adelante, la reconstrucción de
este relato.
3
“nota”: borrachera.
4
Esta última frase, escrita en rojo; “usted es un hombre de
conciencia”, más abajo, subrayado del mismo color.
5
Tachado: “querido”.
6
Subrayado manuscrito del autor. En el margen, signo de pregunta “¿”.
Twiter es horrible y ese es un pasaje terrible.
ResponderBorrarY de una falsedad y una ignorancia superiores a todo lo conocido.
ResponderBorrarBuenas.
ResponderBorrarNi da calentarse, Daniel.
En el link de 3DGames que cita el twittero ese, yo soy uno (Uncle Roland) de los que le contesta al autor del thread -fijate para dónde derivó cuando le pedí el número de pégica y la citación bibliográfica correspondiente-.
No me extrañaría -de hecho ese foro terminó siendo un invernadero de fachos (con aval de los mods, hace varios años que dejé de concurrir seguido)- que tal vez sea el mismo user reeditando el mismo verso por TW. Pero, a diferencia de aquella vez, se tendrá a mano el extracto correspondiente para revolearselo al falsario, cosa que se agradece. Aunque me temo, en tiempos de posverdad, que a mucha de esta gente le importe poco, demasiado poco.
Salutes.