Una querida amiga me pregunta desde
Brasil si no habremos tensado demasiado la cuerda como para provocar
una reacción tan enérgica de la derecha fascista como la que
estamos viviendo: la Liga italiana gobernando la península, el
neonazismo creciendo en cada elección alemana, Bolsonaro con su
coordinador de educación, el General Aléssio Ribeiro Souto,
reivindicando la Dictadura y las disparatadas posiciones
creacionistas.
La pregunta me sorprende en su cautela.
Por cierto, le contesto que no. Nuestras reivindicaciones son las que
enarboló el siglo XX en sus comienzos, con sus experimentos
comunitarios, sus combates en contra de la discriminación de las
minorías sexuales y su apuesta a un mundo más justo, menos ceñido
a la luz cegadora de la Ilustración que, cuando se vuelve mito,
habilita al fascismo más desinhibido (como bien demostraron Adorno y
Horkheimer en su momento).
Hicieron falta dos guerras para que
esos experimentos, esas propuestas y esas reivindicaciones fueran
silenciadas. Pero volvieron. Y cuando volvieron, en la década del
sesenta y, sobre todo, después del sesenta y ocho, se instalaron con
la misma fuerza.
Cincuenta años después, es tanto lo
que se ha conseguido, que parece mentira. Y parece mentira que haya
que volver a luchar contra los mismos ideólogos del Mal, que
enarbolan la ciencia para salir a matar disidentes sexuales, mujeres,
negros, migrantes y que amenazan: “con mis hijos no te metas”.
No hemos tensado demasiado la cuerda
del perro rabioso (la hemos dejado floja alrededor de su cuello).
Sencillamente vivimos en un contexto de guerra muy diferente de las
de la primera mitad del siglo XX pero que pretende lo mismo.
Ahora nos amparan algunas leyes, pero
eso no debería engañarnos: cuando ya se ha quebrado el propio
hogar, los enemigos siguen estando, cada vez más desembozados y más
dispuestos a tomar el poder en momentos de desesperación económica.
El pensamiento fascista siempre va por todo. Pero el pensamiento neoliberal fascista es mucho más sutil en ese por todo: deja al consumidor ser consumidor, entonces nos quedamos todos tranquilos, mientras por detrás se siguen diciendo barabaridades. Ese "con mis hijos no te metas" que resuena en las escuelas, es directamente tomado de la dictadura, del pensamiento de Neustadt: ¿donde están sus hijos ahora? Si antes el cuco era que el hijo fuera de izquierda, ahora parece que el cuco que es un hijo sea gay o que una hija sea lesbiana o transgénero o que tenga un amigo transgénero o que sepa que no está bien que un hombre la acose sexualmente por la calle. Defienden un status quo; hay que ver el escándalo que genera en las redes sociales que haya un cupo trans, para travestis que se atreven a no ser prostitutas, sino maestras o psicólogas. Y a pesar de ser del género femenino, debo decir que generalmente las mujeres somos las peores en estos casos: la ofensa de muchas mujeres porque alguien que nació hombre elige usar tacos altos linda con el rídiculo. O sea, los travestis allá lejos, que sean prostitutas o peluqueras, pero que no les den clases a nuestros hijos. Los chicos más jóvenes la tienen más clara, algunos y ya no les importa tanto, pero la preocupación que actuan muchos padres por la educación de sus hijos en las escuelas mientras en la casa ven Tinelli e Infama todo el santo día, es casi un chiste. No les importa nada la educación de sus hijos: si les importara algo apagarían el televisor y hablarían con ellos, a ver que piensan.
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