Por Daniel Link para Perfil
En el cuento “La carta robada”,
Edgar Allan Poe nos da un indicio.
La carta que un ministro siniestro ha
robado a una persona regia, para comprometerla y tenerla a su merced,
no aparece por ningún lado. La policía ha cuadriculado el espacio y
lo ha revisado milímetro por milímetro: debajo de cada tabla del
piso, detrás de cada moldura en la pared.
Desesperada, la justicia burguesa
convoca al Chevalier Auguste Dupin,
quien visita al ladrón y, después de un intercambio más bien
anodino, descubre dónde se encuentra la carta, que reemplaza por una
falsa, para que el ministro crea que conserva algún poder, cuando ya
lo ha perdido todo.
Jacques
Lacan, como se sabe, encontró en el cuento sugerencias para
caracterizar la práctica analítica: el secreto se vuelve visible si
uno es capaz de mirar con los ojos de otro. Lo que quiere decir
“La carta
robada” es que una carta llega siempre a su destino.
Desde
Poe hasta nosotros, las personas regias ya no son el fundamento de la
soberanía. El pueblo es el soberano, y los gobernantes actúan por
mandato y delegación. Pero, pareciera, al pueblo se le sigue
robando. Los ladrones dicen: es que necesitamos robar para
precisamente poder garantizar la soberanía popular. Robamos porque
el capitalismo es, en si mismo, un régimen confiscatorio y
alienante. Sea. Pero, ¿dónde está el producido en esas campañas
redistributivas?
El
juez busca los dineros robados por el ministro, nos dicen, porque sin
ellos no habrá posibilidad de condena. Los dineros no aparecen. El
ministro se envalentona y pregunta: si esos dineros existieron,
¿dónde están? Las máquinas levantan la tierra de los campos, los
martillos destrozan las paredes, los perros entrenados huelen las
bóvedas y las catacumbas de los conventos. Y no aparece nada.
Pero
basta mirar alrededor, con los ojos de otros, para darse cuenta. Los
ojos, por ejemplo, de la Cámara de la Construcción, que tanto
colaboró para sostener al gobierno del pueblo. Y hay que mirar
precisamente allí donde los constructores detienen su mirada, lo que
sus pestañas conmovidas acarician a la distancia: Puerto Madero y
sus emprendimientos de lujo, sus coworking
spaces, sus World Trade
Centers, sus Towers, sus amenities
y sus intelligent
buildings
que ofrecen “una calidad de vida reservada a los más exigentes”.
Puerto Madero, esa iniquidad, esa boca del Infierno, es nuestra carta
robada. No hay que buscar: todo está ahí a la vista.
¿Qué
estamos esperando? ¿Que lo diga un juez? La justicia puede ser
idiota, pero sigue siendo burguesa y conoce sus limitaciones. Una
cosa es protestar por el latrocinio contra el soberano. Otra, muy
distinta, es intentar recuperar para el pueblo esos ladrillos que
tanta falta le hacen y que le daría, a ese barrio muerto y helado,
una vitalidad que jamás podrá alcanzar de otro modo.
Sou um leitor brasileiro de teus textos. Meu castelhano é ruim, portanto escreverei em minha língua materna. O texto, in toto, é ótimo. Mas eu me pergunto até que ponto o povo é, de fato, soberano. Daqui do Brasil sentimos uma impotência soberana, uma atmosfera de incapacidade, seja mental ou física, tudo parece esgotado (a arte, a comida, o trabalho, as amizades, …), nada é suficiente. Parece-me que nos interpela hoje a pergunta "como viver?", a desautomatização última, acima de tudo que Chklovski identificou no cavalo de Tolstói.
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