El año parecía haber ya terminado sin
sorpresas. Y no fue así. En el momento en que estábamos haciendo el
check in en el mismo hotelito retirado donde habríamos de despedir
un año más de nuestras vidas, vimos que esperaba el uber quien
había oficiado de madrina en nuestro casamiento. Partía rumbo a
otra playa, donde se la esperaba para organizar la fiesta de año
nuevo. Nos habló bien del lugar al que llegábamos y nos recomendó
a uno de los huéspedes, un uruguayo joven, solo, llamado Alejandro.
Después de algunos intercambios
anodinos, coincidimos en el jacuzzi, donde me contó algo íntimo: su
punto G era el ombligo, cosa que comprobé allí mismo.
El asunto me conmovió profundamente
porque me recordó El baile de las locas de
Copi, en la que Pietro Gentiluomo entra en éxtasis cuando le
meten el dedo y la mano en el ombligo. Una vez consigue que su
partenaire le meta el brazo entero y toque su corazón por dentro. Le
conté eso, y no llegué a decirle que esa novela es una de las más
conmovedoras historias de
amor que se hayan escrito jamás. “Yo no sé aún que voy a
matarlo, él no sabe que yo puedo olvidarlo. Y, desde el momento en
que he empezado a escribir ya lo he matado, el movimiento hipnótico
de la Bic sobre mi libreta bloquea el recuerdo de su olor”.
Cuando
le dije que Copi había escrito también una novela llamada El
uruguayo,
respondió lacónicamente: “En Uruguay nada pasa”.
Hasta
ahí yo pensaba que Copi, como con el Papa argentino y con las
mujeres vestidas de carne, había acertado de nuevo. Las unidades
móviles del imaginario que Copi nos regala se actualizan cada tanto,
acá y allá. Y cuanto más regular y homogéneo es el imaginario que
nos envuelve como una película pegajosa y húmeda, tanto más
perturbador es el efecto Copi. Alejandro no podía saberlo, pero era
una actualización de un personaje de Copi, la realización del
imaginario.
Mucho
más perturbadora fue nuestra segunda conversación, cuando me mostró
una foto suya, con un cuchillo apoyado sobre su ombligo, y me
preguntó: “¿Encontraré mi carnicero?”.
Dejo
de lado la fantasía trans de la cual la frase y la foto eran
expresión, que volvían a confirmar lo mismo de antes, lo que yo
había definido en La
lógica de Copi
como una intervención
cortante.
Nuestra madrina de bodas es nuevamente, testigo: el uruguayo no es
sólo un personaje de libro de Copi, es personaje de un libro mío.
El fin de año estaba, ahora sí, salvado.
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