sábado, 5 de enero de 2019

Intervención cortante

Por Daniel Link para Perfil



El año parecía haber ya terminado sin sorpresas. Y no fue así. En el momento en que estábamos haciendo el check in en el mismo hotelito retirado donde habríamos de despedir un año más de nuestras vidas, vimos que esperaba el uber quien había oficiado de madrina en nuestro casamiento. Partía rumbo a otra playa, donde se la esperaba para organizar la fiesta de año nuevo. Nos habló bien del lugar al que llegábamos y nos recomendó a uno de los huéspedes, un uruguayo joven, solo, llamado Alejandro.

Después de algunos intercambios anodinos, coincidimos en el jacuzzi, donde me contó algo íntimo: su punto G era el ombligo, cosa que comprobé allí mismo.

El asunto me conmovió profundamente porque me recordó El baile de las locas de Copi, en la que Pietro Gentiluomo entra en éxtasis cuando le meten el dedo y la mano en el ombligo. Una vez consigue que su partenaire le meta el brazo entero y toque su corazón por dentro. Le conté eso, y no llegué a decirle que esa novela es una de las más conmovedoras historias de amor que se hayan escrito jamás. “Yo no sé aún que voy a matarlo, él no sabe que yo puedo olvidarlo. Y, desde el momento en que he empezado a escribir ya lo he matado, el movimiento hipnótico de la Bic sobre mi libreta bloquea el recuerdo de su olor”.

Cuando le dije que Copi había escrito también una novela llamada El uruguayo, respondió lacónicamente: “En Uruguay nada pasa”.

Hasta ahí yo pensaba que Copi, como con el Papa argentino y con las mujeres vestidas de carne, había acertado de nuevo. Las unidades móviles del imaginario que Copi nos regala se actualizan cada tanto, acá y allá. Y cuanto más regular y homogéneo es el imaginario que nos envuelve como una película pegajosa y húmeda, tanto más perturbador es el efecto Copi. Alejandro no podía saberlo, pero era una actualización de un personaje de Copi, la realización del imaginario.

Mucho más perturbadora fue nuestra segunda conversación, cuando me mostró una foto suya, con un cuchillo apoyado sobre su ombligo, y me preguntó: “¿Encontraré mi carnicero?”.

Dejo de lado la fantasía trans de la cual la frase y la foto eran expresión, que volvían a confirmar lo mismo de antes, lo que yo había definido en La lógica de Copi como una intervención cortante. Nuestra madrina de bodas es nuevamente, testigo: el uruguayo no es sólo un personaje de libro de Copi, es personaje de un libro mío. El fin de año estaba, ahora sí, salvado.


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