viernes, 29 de marzo de 2019

El útero como espacio filosófico

por Daniel Link para Soy

La reciente traducción de Crítica de la razón reproductiva de la filósofa feminista Penélope Deutscher no es una discusión sobre el aborto sino una meditada presentación de los contextos filosóficos en los cuales la interrupción del embarazo y el cuerpo de la mujer pueden ser pensados.

La traducción, la historia. ¿Por qué traducir este libro, que podría entenderse como una intervención experta, sólo para unos pocos? Probablemente Crítica de la razón reproductiva encuentre, en el contexto latinoamericano, proyecciones no previstas en su contexto lingüístico original. Hago un poco de memoria para señalar algunos episodios que verifican algunos argumentos de Deutscher.
En 2018 se discutió en el Parlamento argentino el proyecto de Ley de interrupción voluntaria del embarazo. El resultado de ese debate es por todes conocido. Este año, un nuevo proyecto será presentado al Congreso Nacional.
En las sesiones en las que se invitó a personalidades a que “informaran” u “opinaran” sobre el tema Interrupción Voluntaria del Embarazo hubo varias exposiciones notables. A mí me había llamado la atención la de una médica “pro-vida” que aseguró que la despenalización del aborto y la igualación legal de las disidencias sexuales respecto de la heteronormatividad (matrimonio universal, Ley de Identidad de Género, triple filiación, etc...) constituían piezas claves de la política exterior norteamericana para regular las poblaciones en aquellos países (es decir: todos) que atentaban contra su Seguridad Nacional.
Invocaba, como fuente, un así llamado Informe Kissinger de 1974 que yo no conocía. Están disponible en Internet un Memorandum titulado “Implicaciones del Crecimiento Poblacional para los intereses de seguridad y de ultramar de los Estados Unidos” (1974), y un Memorandum firmado por Robert S. Ingersoll que resumía las recomendaciones del Memo 200 (del mismo año). Los dos documentos se desclasificaron en 1989 y en 2008, respectivamente.
Nada podría decir sobre la verosimilitud de esos documentos, ni siquiera si llegaron a ser leídos y si constituyeron en efecto el fundamento de una política. Pero eran, en todo caso, un lugar argumentativo que ataba, de un solo golpe, a propósito del aborto, “sustentabilidad ambiental”, “soberanía”, “control poblacional”, “derechos reproductivos” e “imperialismo”. La vida (o la muerte) de la especie, por un lado, la vida (o la muerte) de las comunidades, por el otro.

Esterilización masiva. Mencionar otro caso es necesario para aumentar la confusión. Entre 1996 y el 2000, en el marco del Programa Nacional de Salud Reproductiva y Planificación Familiar 1990-2000 que el gobierno de Fujimori implementó se realizaron alrededor de 270 mil ligaduras de trompas y 30 mil vasectomías compulsivas. En el primer caso se trató de una intervención masiva respecto de mujeres menores de 25 años, analfabetas y hablantes de quechua, de las cuales al menos 18 murieron durante las intervenciones. Si faltaba un tema foucaultiano para agregar a esta apretada síntesis histórica, ahí está: el racismo asociado con la gubernamentabilidad. Eso es una biopolítica completa y acabada, que determina qué vida es deseable y cuál no.
Todo esto pasó y se puede interpretar histórica y culturalmente, pero queda un problema: ¿en qué marco pensar las categorías y las figuras que esos acontecimientos involucran: la posibilidad de elección reproductiva, la soberanía, el imperialismo, los recursos naturales, las tasas de nacimiento, el control poblacional, el aborto y la esterilización inducida? Eso es lo que hace, con admirable rigor y perspicacia Deutscher en Crítica de la razón reproductiva. Dice: ¿Cómo entender las relaciones entre las naciones, entre el Estado y los derechos individuales, los diferenciales de la ciudadanía biopolítica, los aspectos progresivamente variables de los derechos reproductivos, los controles y las tecnologías, el papel del Estado como portador del interés soberano y biopolítico en esta cuestión y un número de políticas y modos de poder adicionales en las distinciones geopolíticas entre países que reconocerán estos arreglos de aquellos que no lo harán?

Un resumen. En su introducción a Crítica de la razón reproductiva, Alejandra Uslenghi señala que Deutscher no nos propone un libro sobre el aborto, o historias sobre la conquista de los derechos reproductivos (aunque ambos temas están ampliamente desarrollados en su estudio), sino un profundo análisis sobre la procreación, los hijos/as, como preocupación biopolítica, las formas de inversión e interés particular de los regímenes de poder contemporáneos en la procreación. La biopolítica es una forma de manifestación de poder que Foucault presentó en el primer tomo de su Historia de la sexualidad y en los últimos cursos que dictó. Desde su perspectiva, la soberanía clásica supone una relación entre el soberano y el súbdito que se caracteriza por la capacidad del primero de dar muerte al segundo. Ese modelo fue absorbida por un nuevo régimen de gubernamentabilidad, que ahora se caracteriza por la determinación de las condiciones para la producción de lo viviente. Del cuerpo individual se pasa al cuerpo colectivo (la población). La relación biopolítica determina qué vida es “buena”, y cuáles los mecanismos de regulación de los que el Estado se hace cargo para producir lo viviente. Una herramienta clave de esa relación es el cuerpo de la mujer, entendido como espacio que tanto puede dar la vida como la muerte. Por eso se la criminaliza y se la instala en un lugar de pura excepción.

Los gemelos. Crítica de la razón reproductiva no es un libro sobre el aborto (no discute su pertinencia, su necesidad, su regulación, su legalidad, su excepcionalidad, su financiamiento) sino un libro de filosofía que trata de decirnos en qué contextos filosóficos el aborto y el cuerpo de la mujer pueden ser pensados. El aborto como gemelo de lo queer se recorta sobre un horizonte antisocial. El sujeto queer ha estado ligado a la negatividad, a la no producción, a la ininteligibilidad, a la tumba: en lugar de luchar contra esta caracterización gemela, el sujeto del aborto podría asumir esa negatividad que le asignan los ideólogos pro-vida.
El punto de partida de Deutscher es La voluntad de saber de Foucault: allí la política queer y la formación de los derechos reproductivos se conectan de manera extraña. “Esta intersección fue uno de los aspectos más curiosos y opacos de una obra con un estatus ambiguo en el surgimiento de la teoría queer: la Historia de la sexualidad, volumen I”, señala Deutscher. Allí nace, además, la biopolítica, un dispositivo de poder diferente de la soberanía (capaz de producir la muerte), cuya especificidad es que produce y regula la vida.

La vida potencial y el feto. En la interrupción del embarazo resuenan los problemas éticos de la responsabilidad y el consentimiento, que Penny analiza con cuidado, pero también el de “la vida potencial” y, más en general el de la vida y la muerte, pero especificadas: “qué vida” y “qué muerte”. ¿Quién es dador de muerte? La capacidad asesina de la biopolítica es tácticamente diferente de la capacidad asesina del poder soberano. Pero tales formas de la muerte pueden operar en conjunto. Y aclara que, desde la ideología pro-vida (que no hay que confundir con ninguna forma de vitalismo), se atribuye a las mujeres una capacidad seudo-soberana de dañar a los embriones, a los niños y al futuro (de la nación y de la especie).
Por eso la mujer es condenada a un nuevo estado de excepción: hay que vigilarla, para que no desbarate los objetivos biopolíticos y su cálculo optimizador de lo viviente.
Al ejercen la elección reproductiva, las mujeres también se convierten en umbrales reproductivos de la salud de las naciones, las poblaciones, los pueblos y los futuros en varias formas asociadas con las normas de conducta responsable. 
Esa responsabilización funciona como coartada del poder para atar el cuerpo de la mujer a un futurismo reproductivo cuyo objetivo es la producción a gran escala de esclavos. 
El futurismo reproductivo involucra: a) un “nosotros” fantasmático (a lo que uno puede responder: “nosotros” nunca hemos sido “nosotros”); b) la invocación de un Niño imaginario que extiende la continuidad de ese “nosotros”; c) la invocación de figuras “antisociales” que se considera que obstruyen los intereses del Niño imaginario y “nuestro” futuro; así como d) una división entre las formas imaginarias de reproducción, también entendidas para servir u obstruir ese futuro; y e) una caracterización del cuerpo fantasmático de la mujer embarazada en términos del futurismo reproductivo para el que se la toma con el fin de ser útil a ese futurismo u obstruirlo.

La Madre imaginaria. Por supuesto, la Madre imaginaria es el complemento del Niño imaginario. Independientemente de la facilidad con que las mujeres pueden, como resultado, acceder al aborto (y lo cierto es que en muy pocos países ese acceso está garantizado y es democráticamente accesible). La ley marca ese acceso como condicional y la mujer está, por lo tanto, siempre al borde de la criminalidad. El útero es el espacio biopolítico paradigmático. No en el sentido de que sea un espacio (como un anti-abortista podría querer argumentar) en el que los “derechos fetales” no cuentan como tales, sino, como insiste Deutscher, porque el útero se vuelve el espacio de máximo interés político-administrativo para “cuidar la vida” (sea ésta lo que fuere).

En la medida en que se conviertan en figuras de impedimentos, umbrales de daño o responsabilidad por daños en la población y en la procreación, las mujeres son presentadas como responsables de la exposición colectiva al daño y la muerte. La razón reproductiva biopolitizada y calculadora tiene como resultado la producción de vidas precarias: lo que se precariza es, en primera instancia, el cuerpo de la mujer. Como el interés de la razón reproductiva se calcula, la pregunta ética que debe enfrentársele es: ¿Podemos calcular?

El salto ontológico. Hacia el final de su libro, Deutscher introduce un concepto (a partir del tacto ginecológico), el “Tacto ontológico”, intervención a la que se someten tanto madres que quieren interrumpir su embarazo como parejas (homo o heterosexuales) que realizan trámites para obtener una paternidad subrogada. Que se trata de un problema ético queda claro en la apelación al consentimiento y a la responsabilidad de esas intervenciones táctiles sobre el ser.
En el organigrama administrativo de la biopolítica ya es muy evidente que las mujeres se han rebelado al rol de garantía de la reproducción y cría que se les asignaba.
La ética que interroga la posibilidad del cálculo biopolítico no prescinde de la responsabilidad y del consentimiento y admite que, incluso, puede haber errores, porque “Yo no he elegido las condiciones en las que debo elegir”. Pero en lugar del tacto, esa ética se aferra al salto ontológico. Eso es lo que implicaría, en todo caso, pensar hoy la interrupción voluntaria del embarazo en el contexto de una ética que saque a la mujer de un espacio concentracionario (un espacio de excepción) y la permita pensarse como sujeto pleno y de pleno derecho.


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