por Daniel Link para Perfil
Hemos
llegado a un punto en el cual ya no podemos engañarnos más: no
tiene sentido hablar de “grieta” si antes no se analizan los
procesos de identificación narcisista entre la masa (una u otra) con
tal o cual líder político y no se comprende que esa identificación
ya no reposa en la representación sino en una identificación en
toto.
La
identidad del gobernante y el gobernado es el espejo en el que el
rebaño se vuelve pastor colectivo y en el que el pastor se disuelve
en su rebaño, en el que la libertad coincide con la obediencia, la
población con el soberano, la ley con su víctima. La reabsorción
del gobernante y el gobernado uno en otro es el gobierno en su estado
puro, ahora sin forma ni límite.
Lo que
en el fondo se pretende cuando se habla de democracia es la identidad
entre gobernantes y gobernados, sin importar cuáles sean los medios
por los que se obtiene esta identidad (ni, por cierto, para qué se
ejerce el poder). Por eso
hay “grieta”, porque no hay representación sino identificación.
De allí las extrañas relaciones entre el abominable mundo del
fútbol y el execrable mundo de la política: ser de Boca, o San
Lorenzo. Se trata de una identidad continua, de una adherencia, más
irrenunciable que el género o el nombre propio. Y ese ser es
idéntico para gobernantes (jueces, diputados, espías, presidentes)
y gobernados, es la gobernanza automática y reversible (los amos se
adornan con atributos del esclavo y los esclavos se creen los amos).¿Cómo
es posible que se siga ignorando que ya no importa nada el poder de
Estado, sino el gobierno en cuanto forma de poder específica y
diluida (todos somos responsables). ¿Para qué votar? Ahórrennos el
mal trago.
La
“pesada herencia” no fue nunca de orden económico sino
estratégico: era un manual para gobernar, con instrucciones
ininteligibles. La “grieta” es el resultado de operaciones
complejas de subjetivación que nos vuelven meros repetidores (como
se habla de “estaciones repetidoras”) de enunciados de valor más
o menos equivalentes, siempre abstractos y vacíos (¿quién conoce
un programa de gobierno?).
Para no
irritar a los trolls, tomemos el ejemplo del “neoliberalismo”, la
era de la desterritorialización ilimitada de Thatcher y Reagan. Hoy
vivimos la reterritorialización racista, nacionalista, sexista y
xenófoba de Trump, que ya se ha hecho cargo de todos los fascismos
nuevos. El sueño americano se ha convertido en la pesadilla de un
planeta insomne. Pensar que la primera ola neoliberal y la segunda
son idénticas es ignorar la forma del mundo. Pensar que no puede
haber liberalismo populista es ignorar las trampas de la retórica.
Bien
mirada, la “grieta” es una guerra civil de baja intensidad que no
enfrenta ni comunidades ni clases ni proyectos, sino meramente
identidades continuas: queremos ser gobierno.Por eso,
¿dónde encontrar la política, que no sería sino un impulso
radicalmente destituyente, y que hoy está completamente fuera de
todo espacio partidario electoral? Naturalmente en el universo de la
mujeres, que no operan por identificación imaginaria (“somos todas
iguales”) sino por colocación estratégica y por cálculo táctico.
La huelga general de las mujeres parte en dos a la sociedad y no
importan tanto las razones de la causa (digo mal: sí importan, pero
su efecto es más importante), sino la escisión y el terror que
provocan, la hipocresía a la que obligan a los Tinellis y a los
Patos.
Hoy son las mujeres las que disponen de los saberes técnicos estratégicos que posibiliten “bloquearlo
todo” (empezando por el microfascismo de la razón reproductiva) para
liberar la pasión de experimentar una vida otra.
El
movimiento obrero fue vencido (y la figura “Obrero” aniquilada en su
potencia) cuando perdió no su conciencia de explotado, que no le era
específica, sino su dominio técnico de un modo de producción particular.
Hoy sólo el nombre “mujer” es capaz de una gestión técnica de si (y por lo tanto de todos) verdaderamente transformadora.
Hoy sólo el nombre “mujer” es capaz de una gestión técnica de si (y por lo tanto de todos) verdaderamente transformadora.
Estas
líneas completan algunos razonamientos de A
nuestros amigos
del Comité Invisible y “À nos ennemis” de
Éric Alliez y Maurizio Lazzarato.
Quisiera agregar a su artículo que desde que empecé a votar veo en la Sargentina un desinterés importante dea parte de los ciudadanos argentinos por votar, y un odio feroz hacia todas las leyes democráticas: el 5% del presupuesto nacional a la educación tendría que ser una muy buena noticia pero para los argentinos los maestros son "unos vagos". Bueno, que cada argentino eduque a sus hijos en su casa, si los maestros son vagos. Lo mismo ocurrió con la ley del matrimonio igualitario: como los homosexuales pueden tener los mismos derechos que los heterosexuales. Es una ley lógica y perfecta y cartesiana la de matrimonio igualitario, pero a los argentinos (tan heterosexuales ellos y ellas) les molesta porque, no sé, ¿no pueden heredar más toda la plata del tío gay? Bueno, que se busquen un trabajo; pueden votar, tienen dos piernas, dos manos, un cerebro, pueden hacer dinero solos. El punto es: si pasaste los dieciocho, y vivís en Argentina, no te quejes del gobierno: los únicos que tienen derecho a quejarse son la gente que vive en las villas miseria, hacinados ocho personas en casillas de lata sin ventanas y con narcotraficantes al lado. El resto, nos quejamos de llenos.
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