Según TripAdvisor he recorrido 720.780
kms que representan el 18 % del mundo. Como la mayoría de mis viajes
han sido laborales, los lugares visitados se concentran en América
(preponderantemente la latina) y en Europa. Me felicito, pues, de mis
pocas aventuras propiamente turísticas, que ampliaron mi área de
conocimiento (Turquía, Egipto, Marruecos, Cuba) que, de todos modos,
sigue siendo bastante exigua.
Todo el mundo me recomienda destinos
asiáticos: Tokio (“te encantaría”), etc. Pero serían viajes
demasiado caros para mis cada vez más menguados ingresos. Dudo que
surja alguna invitación desde esos lugares remotos o que
TripaAdvisor me recompense por mis contribuciones.
Por supuesto, los lugares no son
idénticos todo el tiempo. En enero próximo tengo una obligación
que cumplir en Chicago, ciudad que me encanta, pero que voy a visitar
por primera vez en invierno. Ya me estoy muriendo de frío, pero,
aunque TripAdvisor no lo reconozca, será un lugar completamente
nuevo, con sus montañas de hielo reluciente y sus temperaturas de
mundo de fantasía.
En lo doméstico, mi gran déficit es
el sur. Lo más lejos que he estado es Bariloche (y Puerto Montt, del
otro lado de la cordillera). Tendré que conformarme con la parte del
mundo que conozco y algunos antojos más que me quedan por cumplir:
Manaus, Ciudad del Cabo.
De modo que lo que me quede de vida y
de curiosidad no agregará demasiados kilómetros a mi territorio ni,
creo, demasiadas expansiones a mi tolerancia hacia lo desconocido.
Cuando era chico me entusiasmaban los
viajes al espacio, a la Luna, a Marte, que han vuelto a estar de moda
ante el inminente (y parece que irreversible) proceso de destrucción
planetaria. Yo recordaré apenas un 18 % del mundo pero sufriré
(donde esté) la destrucción de la única tolerable totalidad: la
multiplicidad de lo viviente y sus innumerables mundillos, que los
microplásticos hicieron estallar.