martes, 29 de octubre de 2019
sábado, 26 de octubre de 2019
Cosas de brujas
Por Daniel Link para Perfil
Los tiempos de la veda política se me
vinieron encima así que mi análisis del segundo debate presidencial
(que fue muy diferente del primero) pasó a mejor vida.
Hablando de mejor vida, estoy
modificando mis hábitos alimenticios, un poco por propia convicción
y otro poco por recomendación médica.
Hablé del asunto con la eminentísima
Dra. Sandra Contreras, con quien coincidí en un congreso en Río de
Janeiro hace unas semanas. Ella había notado que yo había bajado de
peso y, curiosa sobre el método que había seguido, quedó
sorprendida de que no hubiera ninguno (más allá del sentido común).
Le comenté que nuestra común amiga, la Dra. Florencia Garramuño,
me había hablado de un método milagroso en un congreso en el que
habíamos coincidido en mayo en la plúmbea ciudad de Boston.
Entusiasmada, la Dra. Contreras me dijo
que ella había seguido esa dieta y que podía pasarme el pdf del
libro: La dieta del metabolismo acelerado de Haylie Ponroy,
con la colaboración de Eve Adamson. “No es magia, pero lo parece”,
es el lema que figura en la tapa. Yo diría, teniendo en cuenta el
lugar que las mujeres han tenido históricamente en temas de salud y
alimentación, que es brujería.
No voy a detenerme en los pormenores de
la dieta (cuya eficacia me fue garantizada en varios congresos
internacionales) pero sí en algunas de sus premisas, que me
resultaron reveladoras.
Por ejemplo: yo siempre fui un crítico
acérrimo de las posiciones antipan y contratríguicas. Me parecía
un absurdo que aquello que constituía uno de los reclamos más
antiguos de la humanidad (“el pan nuestro de cada día...”)
hubiera caído bajo el umbral del veneno.
Ponroy, que además de nutricionista
tiene formación en ciencias agrarias, lo explica con claridad: el
trigo ha sido manipulado genéticamente para sobrevivir a plagas,
sequías y otras catástrofes naturales. ¿Cómo iba el organismo
humano a poder digerir aquello que fue hecho para resistir a todo?
Con el maíz pasa otro tanto.
El truco es entregarse a la rotación
sistemática de alimentos naturales definidos en días específicos y
a horas estratégicas (hay que comer cada tres horas), con algunas
pocas prohibiciones: las comidas artificiales (que suelen tener
siempre más productos químicos que nutrientes), comida chatarra o
golosinas, el azúcar refinada y, ay, el café.
Pienso en mi libro de recetas recién
impreso, Las cuatro estaciones, y
es poco lo que tendría que cambiar.
martes, 22 de octubre de 2019
sábado, 19 de octubre de 2019
Ideas para debatir
Por Daniel Link para Perfil
Se conoce que los líderes de la prensa
vernácula se entrenaron en la debatología propia de los Estados
Unidos, porque convocaron a neurolingüísticas, semiólogos,
expertos en kinésica y otros tarambanas para que opinaran sobre lo
evidente (aquello de lo que cualquier espectador más o menos atento
pudo darse cuenta).
A mí me gustó en especial el loop en
el que entró el Sr. Gómez Centurión cuando empezó a repetir el
mismo párrafo aprendido de memoria y no pudo salir de ahí (creo que
todavía sigue diciendo lo mismo, y creo que las campanillas le
siguen recordando que está completamente fuera de los Tiempos).
Por mucho menos que eso a cualquier
pelotudo lo declaran incompetente en un tribunal y lo
lo mandan a la casa. Él, sin embargo, sigue como candidato a Papa patrio.
El Sr. José Luis Espert fue el único
que me hizo pensar, a pesar de su desparpajo de taxista que se las
sabe todas. Entre varios brulotes, dijo algo importante: hay que
sacarle a los sindicatos el manejo del sistema de salud.
Esa relación de dependencia sirve
solamente para fomentar la corrupción, del mismo modo que el
abrumador sistema impositivo que sufrimos. Si es cierto que más del
cien por ciento de las ganancias de una empresa se van en impuestos,
es lógico que los productores evadan.
Hay que nacionalizar el sistema de
salud (las retenciones en concepto de “obra social” que vayan a
un sistema centralizado) y racionalizar la carga impositiva.
¿Quién está en mejores condiciones
de encarar esas tareas? Ésa es la cuestión.
lunes, 14 de octubre de 2019
sábado, 12 de octubre de 2019
Casa cuna
por Pablo A. Croce
El 14 de julio de 1779, exactamente 10 años antes de la Revolución Francesa, el Virrey Vértiz dispone la apertura de la Casa de Expósitos para que "estos hijos ilegítimos puedan educarse en el Santo Temor de Dios y ser hombres útiles a la Sociedad", según fundamenta en carta al Rey. La Casa tenía como modelos la Inclusa de Madrid, fundada por Felipe IV en 1623 para cuidar a los menores abandonados en dicha ciudad y la de Lima, en 1590. Se asemejaba a las Casas de Expósitos de Méjico y Santiago de Chile, casi contemporáneas a la de Buenos Aires. Vértiz tenía experiencia directa en esta problemática por haber sido juez de menores.
La Junta de Temporalidades, creada para administrar localmente los bienes de los Jesuitas recientemente expulsados de América, la desaparecida Compañía, ofrece una parte de la luego conocida como Manzana de las Luces, que los Jesuitas habían comenzado a construir en 1622, la esquina parcialmente demolida en 1936 para abrir la Diagonal Sur, de San Carlos y San José (hoy Alsina y Perú) en ese momento Arsenal de Guerra, como edificio para la Casa Cuna, y el alquiler de nueve pequeñas propiedades frente a la Plaza Mayor, (casas redituantes)como presupuesto para su funcionamiento. De este primer edificio de la Casa quedan en pie dos salas que hoy se usan para el Mercado de las Luces, una galería de artesanías.
El 7 de agosto de 1779 Martín de Sarratea, su primer Director, en la hoja inicial del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera expósita admitida, una negrita bautizada Feliciana Manuela. El origen de la Casa Cuna está así rodeado de apellidos de familias ilustres de la Ciudad, con vocación por el bien público, agrupados en la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, creada en 1727, en la Iglesia de San Miguel Arcángel, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, por Don Juan Guillermo Gutiérrez González Aragón, para dar cristiana sepultura a las víctimas desamparadas de la epidemia que entonces se abatió sobre Buenos Aires, lo que provocó duros cuestionamientos de los párrocos dispuestos a inhumar sólo a quienes podían pagarlo y que ya en 1755 había propuesto la creación de una Casa Cuna en esta Ciudad. Estas familias, al comienzo del Siglo XIX serían decisivas para el nacimiento de la Nación Argentina. En la Iglesia de San Miguel se conserva aún hoy la imagen de Nuestra Señora de los Remedios a cuyos pies se reunía a rezar la Santa Hermandad.
El esfuerzo de sostener la Casa de Expósitos [para lo cual se usaban las ganancias de las imprentas virreynales] facilitó la producción periodística, literaria y teatral de la Ciudad, con evidentes consecuencias en la formación cultural e ideológica y en la toma de conciencia de la comunidad en la que crecía la idea de la Independencia. Pero fue sólo gracias a las generosas donaciones que Vértiz continuó realizando aún viviendo en Montevideo, y a otros aportes que Casa Cuna tuvo una cierta estabilidad financiera en sus primeros años, pues ni José de Silva y Aguiar con la Imprenta ni Francisco Velarde con el Teatro, aportaron los recursos como se esperaba. Es de remarcar que el propio Rey de España dispone que si no es posible reunir con sus providencias y la venta de Bulas para poder comer carne en Cuaresma, 5.000 pesos anuales para la Casa Cuna de Buenos Aires, se completase la suma indicada, sacándosela del ramo de la guerra. Las autoridades españolas no dudaron de desplazar recursos militares, en momentos en que ingleses, portugueses, franceses e indios salvajes acechaban al Río de La Plata, para reforzar los de Casa Cuna, ya que el esfuerzo valía para que estos niños no se malogren en la tierna edad, según nota de 1783.
En 1784, ante el pedido de relevo de Sarratea y en víspera de su regreso definitivo a España, Vértiz, para asegurar la continuidad de su obra, entrega la dirección y gobierno de la Casa, a la Hermandad de la Santa Caridad, pero reservándole el superior gobierno de la Institución a la autoridad virreinal. La Hermandad nombra administrador a Pedro Díaz de Vivar, quien dispone mudar la Casa a otro edificio, en Moreno y Balcarce, junto al Hospital de Mujeres y al fondo del Convento de San Francisco, predio que hoy ocupa el Museo Etnográfico, más discreto, para alejar de miradas inoportunas al torno en que se abandonaba a los niños, conforme a lo que se estilaba en España, inspirado en el del Papa Inocencio III, en el Siglo XII, y que repetía la sentencia de San Vicente de Paul colocada en 1638 en la primer Casa de Expósitos de Francia, mi padre y mi madre me arrojan de sí, la piedad divina me recoge aquí.
El torno, era un mueble giratorio de madera compuesto por una tabla vertical, cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros a sendos platos. El conjunto tapaba completamente un hueco hecho ex profeso en la pared externa. Cuando alguien depositaba sobre el plato inferior un bebe y hacía sonar la campanilla que acompañaba el artefacto, un operador desde adentro giraba el dispositivo y el bebé ingresaba a la casa, sin que quien lo dejaba y quien lo recibía, pudieran mirarse. El torno que todavía conserva la Casa de Ejercicios de la Avenida Independencia da idea de lo que era el de la Casa de Expósitos.
En 1788, en sus Instrucciones para Corregidores, Carlos IV, preocupado por una corrupción que por sus víctimas es más inadmisible, dispone que en las casas de expósitos no se extravíen sus caudales y rentas, sino que se apliquen a los niños que precisamente se críen en ellas.
En 1795, teniendo la Casa un presupuesto anual de pesos 7.890, ya le debía al Defensor de Pobres y Tesorero de la Casa, D. Manuel Rodríguez de la Vega, pesos 38.344 con 7 reales, por lo que este ilustre caballero resuelve perdonar esa deuda y dejar a la Casa toda su herencia. Lamentablemente el cuadro pintado en vida de D. Rodríguez de la Vega que lo representaba, brindándose a los Expósitos, rara muestra de la pintura porteña del siglo XVIII, a cuyo pie entonces se escribió que como especialísimo tutor de los huérfanos, con admirable caridad, los protegió en lo moral y material, obteniendo del Virrey Arredondo medidas eficaces para salvaguardar la vida de los huérfanos, desapareció de Casa Cuna en la década de 1980 o 90, dejándola sin uno de los más significativos soportes materiales de su memoria.
Desde 1801 y en forma discontinua, la Imprenta editó sucesivos periódicos: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Histórico Geográfico del Río de La Plata, dirigido por Cabello y Mesa, El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Juan Hipólito Vieytes, El Correo de Comercio de Buenos Aires, dirigido por Manuel Belgrano. El nombre de los periódicos y las personalidades de sus directores muestran claramente la intención con que fueron publicados. Finalmente , ya en 1810, sale el diario más famoso impreso en la Casa y el más trascendente para difundir el ideario revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires, que tenía como lema tiempos éstos de rara felicidad en que es lícito al hombre pensar lo que quiere y decir lo que piensa.
El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes, el de la famosa jabonería, publicado por la imprenta de la Casa de Niños Expósitos, muestra el interés de su Director no sólo por la industria y el comercio, sino también por la química y la salud.
A partir de 1810 el Gobierno Patrio toma progresiva injerencia en la Casa Cuna, disminuyendo las atribuciones de la Hermandad de la Caridad. El interés del Estado por la salud es tal, que la misma Asamblea de 1813 dispone que los niños sean bautizados con agua tibia, para evitar el mal de los siete días (tétano del recién nacido), que atribuían al frío del agua bautismal. Al retirarse el último administrador de la Casa, nombrado por la Hermandad, Don José Martínez de Hoz, recibe un reconocimiento de parte del severo inspector Elizalde, por su celo nada común.
En 1817 se hace cargo de la dirección, con el nombre de Padre de los Huérfanos, el canónigo Saturnino Segurola, Dr. en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de la Biblioteca Nacional.
Desde el comienzo de su gestión, Segurola insiste en la importancia de contar con un profesional médico que asista los expósitos, una botica que los provea de las medicinas necesarias, y una sala especial para los expósitos enfermos. En 1817 se nombra médico de la Casa al Dr. Juan de Dios Madera, que como practicante se había destacado en el cuidado de los heridos durante las Invasiones Inglesas, como vecino firmó el petitorio para la constitución de la Primera Junta el 25 de Mayo, que en junio de 1810 fue el primer cirujano militar del Ejército Patrio, fundador de la Cátedra de Materia Médica y Terapéutica de la Escuela de Medicina, y que estaba trabajando para el Cabildo como médico de policía; y como boticario se nombra a Diego Gallardo. El Regidor Defensor General de Menores debía controlar el cumplimiento de las tareas de ambos. Es notable que en una época en que por falta de médicos, los barberos, sangradores y algebristas tenían gran prestigio, no hay registro que alguno de estos subprofesionales, hayan sido llamados a trabajar en la Casa de Expósitos.
En 1818, Madera contra su voluntad es reemplazado por Cosme Argerich, como aquél, ex-cirujano de los Ejércitos Patrios y futuro profesor del Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Madera apela al Cabildo, suscitando un lamentable conflicto que dura dos años, del que ninguno de los involucrados sale indemne. Posteriormente, Madera y Argerich fueron miembros fundadores de la Academia Nacional de Medicina.
Cuando en 1820 el Gobierno Central entró en colapso y cada Provincia asumió su total autonomía, Buenos Aires, monopolizadora del tráfico marítimo y sin compromiso de solidaridad con el resto de la Nación, vio enriquecerse rápidamente a su clase privilegiada. Políticamente desarrolló una actividad secularizadora, limitando las injerencias sociales que las órdenes religiosas y las hermandades de laicos conservaban de las épocas coloniales.
Riqueza y secularización llevaron a Rivadavia, ministro del Gobernador Martín Rodríguez, a disolver la Hermandad de la Santa Caridad y a organizar la Sociedad de Beneficencia, presidida por Mercedes Lasala de Riglos e integrada entre otras por Juana del Pino de Rivadavia, hija del ex Virrey y esposa del Ministro, María Rosario Azcuénaga, Bernardina C. de Viamonte, esposa del General y Mariquita Sánchez, dando espacio comunitario a las mujeres de clase alta, pues según su Decreto Fundacional la existencia social de las mujeres es aún demasiado vaga e incierta...siendo las damas la mitad más preciosa de la especie, con cualidades, ideas y sentimientos que no posee el hombre. La Casa de Expósitos, nacida por iniciativa de las autoridades locales de Buenos Aires, administrada casi desde su comienzo por una cofradía confesional no integrada al gobierno de la Iglesia (la Santa Hermandad), con varias e irregulares fuentes de financiamiento pasa a depender de una organización no gubernamental pero apoyada desde el flamante Estado Provincial, la Sociedad de Beneficencia.
En 1824, ya asumido el sostenimiento de la Casa Cuna por la Sociedad de Beneficencia, y disminuida la importancia de la Imprenta de los Niños Expósitos, por la presencia en Buenos Aires de otra más moderna, Rivadavia entrega la vieja imprenta al gobierno de Salta, donde sirvió para publicar la acción oficial y la cultura salteña. Se mantuvo funcionando, hasta que en octubre de 1867, sitiada Salta por las fuerzas de Felipe Varela, sus plomos fueron fundidos para hacer las balas que defendieron a la ciudad. La imprenta creada por los Jesuitas en 1701, que ayudó a sostener Casa Cuna en sus inicios y que difundió las ideas revolucionarias de Mayo, las noticias de la guerra de la Independencia y la primera literatura argentina, terminó sus días ayudando a derrotar la última montonera que interfería en la Unión Nacional.
Casa Cuna continuó con similares características, hasta que en 1838 el bloqueo anglo-francés colocó al Gobierno de Buenos Aires en una grave crisis financiera. El Gobernador Rosas, no teniendo fondos el erario, dejó entonces sin presupuesto público a todas las Instituciones dedicadas a la salud y a la educación, ordenando que Casa Cuna no admita nuevos expósitos y distribuyendo a los existentes entre las personas que tengan la caridad de recibirlos. Ante tal orden, Segurola presentó su renuncia indeclinable.
La mortalidad promedio de los Expósitos desde 1779 a 1838 se estima en un 40%.
Recién en 1852, con la caída de Rosas, por Decreto de Vicente López y Valentín Alsina, se restablece la Sociedad de Beneficencia, ahora presidida por la ya anciana Mariquita Sánchez, famosa por haber sido la primer mujer en Buenos Aires que se negó a casarse con el hombre impuesto por su padre, aquélla en cuya casa se cantó por primera vez el Himno Nacional y en la que se conocieron San Martín y Remedios de Escalada; también integraban la Sociedad Pilar Spano de Guido (esposa de Tomás Guido y madre del poeta), Lucía Riera de López (esposa de Vicente López y Planes y madre de Vicente Fidel López) y, por decreto de Urquiza, Agustina Rosas de Mansilla (hermana de Don Juan Manuel y madre de Lucio V. Mansilla).
La Sociedad rehabilitó la Casa de Expósitos, fundamentalmente por la valiosa donación de Mariquita Sánchez y 66 onzas de oro legadas por el General Urquiza. En el Reglamento de 1855, se establece que los médicos de la Casa de Expósitos deben curar a los enfermos, registrando sus malestares, cuidar a los internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos externos, vigilar el estado de salud de las amas y atender el botiquín, exigiéndoles que coloquen en aislamiento a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis. Indudablemente Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos y sus amas.
En 1873, designado Juan Argerich, director en reemplazo de Blancas, resuelve que la Casa Cuna, después de estar durante casi 90 años en Moreno y Balcarce, cambie otra vez de domicilio, a su actual predio hoy avenida Montes de Oca 40, el terreno en lo alto de la "Barranca de Santa Lucía" de Doña Trinidad Balcarce. Su casa había sido volada por venganza durante el sitio de Buenos Aires en 1852; en el terreno se construyó entonces el "Instituto Sanitario Modelo", desplazado por Casa Cuna.
Historiadores como Torre Revello suponen que en el Parque Lezama, a 500 metros de la Casa Cuna, Pedro de Mendoza instaló su primera y frustrada Buenos Aires, con su penoso cortejo de hambre, violencia desaforada, canibalismo, desilusión y fracaso. A mediados de 1700, el Parque tuvo el triste destino de ser el mercado de esclavos de la Compañía Guinea, donde sobresalió como "comerciante" Martín de Alzaga.
Transitaban así por sus calles, además de familias patricias, troperos, matarifes, faenadores de ganados, triperos, changadores, quinteros, carreros, cuarteadores para los días de barro, marineros y negros libertos. Esta clase trabajadora y semirrural, habituada a las tareas más duras, entretenía sus descansos con famosas carreras cuadreras y de sortijas, cinchadas de carros, riñas de gallos, corridas de toros (al menos hasta 1835), y célebres payadas en varias pulperías de las que, según Héctor Pedro Blomberg, salió Ramona Bustos, la pulpera... cuyos ojos celestes reflejaban la gloria del día... cuando el año (18)40 moría y Lavalle sitiaba Buenos Aires.
Casa Cuna vino a afincarse entonces en una avenida y un barrio cuya historia y leyenda hacen juego con las del propio hospital, al punto que en pleno Siglo XX, Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres pone a Samuel Tesler en el Hospital Borda, tal vez en alusión a Jacobo Fijman, Sábato, en Sobre Héroes y Tumbas, ubica a la desdichada protagonista, Alejandra Vidal Olmos, último exponente de una trágica familia patricia, devastada por la locura y la violencia, en una deteriorada mansión en la Calle Río Cuarto, cerca de la Avenida Montes de Oca, y Borges sitúa "El Aleph", el mítico rincón donde se reúnen sin mezclarse todos los lugares del mundo, en la Avenida Garay, en vecindad de la Casa Cuna.
En 1884, recién nombrado Bosch director en reemplazo de Argerich, aconseja una serie de reformas edilicias para asegurar el aislamiento de los pacientes infectocontagiosos y brindar a todos los internos espacios llenos de luz y bien aireados.
El impacto que produjeron las vacunas elaboradas por Pasteur, fue tan grande que el Jefe de Infecciosas de la Casa Cuna, Dr. Desiderio Davel fue a París a buscar la vacuna antirrábica, trayéndola cultivada con riesgo de su vida en lotes sucesivos de conejos para conservarla. Llega a Buenos Aires en 1886, justo a tiempo para salvar la vida de un niño uruguayo mordido por un perro confirmadamente rabioso, derivado especialmente a Buenos Aires para su tratamiento, siendo ésta la primera administración de esa vacuna fuera de Francia, y tal vez el antecedente del turismo sanitario hacia Bs. As.
En 1891, las Hermanas de Caridad, no comprendiendo una indicación profesional, ante una orden de las Inspectoras, lavan y reutilizan material que los médicos de la Casa habían ordenado descartar por su contagiosidad. El conflicto que desencadena este hecho, determina al Gobierno Nacional disponer que el Departamento Nacional de Higiene, supervise en adelante la actividad asistencial de la Casa Cuna, por encima de la Sociedad de Beneficencia, dando lugar a un largo entredicho de baja intensidad entre los conceptos médicos y el criterio de las Inspectoras de la Sociedad de Beneficencia que alimentó al que finalmente estalló con el Estado Nacional en 1946.
Una evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de los niños eran dejados por personas que aclaraban su identidad y las motivaciones del abandono. En el 37% de los casos, las madres se manifestaban sin leche, y en el 7% estaban judicialmente recluidas; en el 9% los niños eran huérfanos de ambos padres, en el 15% huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que dificultaban su crianza. El 82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran extranjeros, la mitad de ellos italianos.
Centeno organizó los Consultorios Externos para atender también a niños que vivían con sus familias, aunque ya desde 1820 se atendía a los hijos y criados de las cuidadoras externas. Construyó el Gabinete de Rayos X, donde, antes que terminara el Siglo XIX se tomó la primera radiografía de un niño en Buenos Aires. Consiguió que la Sala de Cirugía quedase a cargo del reconocido y aún joven profesor de Clínica Operatoria de la UBA, Alejandro Posadas.En 1909, se compraron a la Sucesión Reiynaud otros 1.400 m2 de terreno; en 1911 el Congreso de la Nación expropió y donó a la Casa el lote de la familia Rezzonico, que da salida a la Avenida Caseros, y en 1913 la Sociedad le dio la esquina de Caseros y Tacuarí. En 1912, se habían construido los túneles de comunicación por debajo del jardín central y se había comenzado la construcción de la actual capilla. Los azulejos color cobalto, probablemente holandeses, con paisajes típicos y escenas tradicionales, antes abundantes en la Casa, pero hoy apenas presentes en alguna pared, son de esa época.
Mientras Centeno intentaba sacar el torno, en 1890, llegó a la Casa su más renombrado Expósito, bautizado con los nombres de Benito Martín y adoptado 6 años después por la familia Chinchella, carboneros de los barcos de la Boca, gracias a los cuales tuvo un papá y una mamá para mí sólo. Cuando comenzó su carrera de pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín. Usó buena parte de su fortuna para construir y donar el Lactario, el Hospital Odontológico Infantil de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de la Vuelta de Rocha y la de Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera, en agradecimiento a los años pasados en Casa Cuna. Otros expósitos llegaron a destacarse como universitarios, incluso como médicos de Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama.
El 14 de julio de 1779, exactamente 10 años antes de la Revolución Francesa, el Virrey Vértiz dispone la apertura de la Casa de Expósitos para que "estos hijos ilegítimos puedan educarse en el Santo Temor de Dios y ser hombres útiles a la Sociedad", según fundamenta en carta al Rey. La Casa tenía como modelos la Inclusa de Madrid, fundada por Felipe IV en 1623 para cuidar a los menores abandonados en dicha ciudad y la de Lima, en 1590. Se asemejaba a las Casas de Expósitos de Méjico y Santiago de Chile, casi contemporáneas a la de Buenos Aires. Vértiz tenía experiencia directa en esta problemática por haber sido juez de menores.
La Junta de Temporalidades, creada para administrar localmente los bienes de los Jesuitas recientemente expulsados de América, la desaparecida Compañía, ofrece una parte de la luego conocida como Manzana de las Luces, que los Jesuitas habían comenzado a construir en 1622, la esquina parcialmente demolida en 1936 para abrir la Diagonal Sur, de San Carlos y San José (hoy Alsina y Perú) en ese momento Arsenal de Guerra, como edificio para la Casa Cuna, y el alquiler de nueve pequeñas propiedades frente a la Plaza Mayor, (casas redituantes)como presupuesto para su funcionamiento. De este primer edificio de la Casa quedan en pie dos salas que hoy se usan para el Mercado de las Luces, una galería de artesanías.
El 7 de agosto de 1779 Martín de Sarratea, su primer Director, en la hoja inicial del libro de ingresos, anota junto a la frase de subido paternalismo autoritario todo debe hacerse para el pueblo y nada por él, a la primera expósita admitida, una negrita bautizada Feliciana Manuela. El origen de la Casa Cuna está así rodeado de apellidos de familias ilustres de la Ciudad, con vocación por el bien público, agrupados en la Hermandad de la Santa Caridad de Nuestro Señor Jesucristo, creada en 1727, en la Iglesia de San Miguel Arcángel, bajo la advocación de Nuestra Señora de los Remedios, por Don Juan Guillermo Gutiérrez González Aragón, para dar cristiana sepultura a las víctimas desamparadas de la epidemia que entonces se abatió sobre Buenos Aires, lo que provocó duros cuestionamientos de los párrocos dispuestos a inhumar sólo a quienes podían pagarlo y que ya en 1755 había propuesto la creación de una Casa Cuna en esta Ciudad. Estas familias, al comienzo del Siglo XIX serían decisivas para el nacimiento de la Nación Argentina. En la Iglesia de San Miguel se conserva aún hoy la imagen de Nuestra Señora de los Remedios a cuyos pies se reunía a rezar la Santa Hermandad.
El esfuerzo de sostener la Casa de Expósitos [para lo cual se usaban las ganancias de las imprentas virreynales] facilitó la producción periodística, literaria y teatral de la Ciudad, con evidentes consecuencias en la formación cultural e ideológica y en la toma de conciencia de la comunidad en la que crecía la idea de la Independencia. Pero fue sólo gracias a las generosas donaciones que Vértiz continuó realizando aún viviendo en Montevideo, y a otros aportes que Casa Cuna tuvo una cierta estabilidad financiera en sus primeros años, pues ni José de Silva y Aguiar con la Imprenta ni Francisco Velarde con el Teatro, aportaron los recursos como se esperaba. Es de remarcar que el propio Rey de España dispone que si no es posible reunir con sus providencias y la venta de Bulas para poder comer carne en Cuaresma, 5.000 pesos anuales para la Casa Cuna de Buenos Aires, se completase la suma indicada, sacándosela del ramo de la guerra. Las autoridades españolas no dudaron de desplazar recursos militares, en momentos en que ingleses, portugueses, franceses e indios salvajes acechaban al Río de La Plata, para reforzar los de Casa Cuna, ya que el esfuerzo valía para que estos niños no se malogren en la tierna edad, según nota de 1783.
En 1784, ante el pedido de relevo de Sarratea y en víspera de su regreso definitivo a España, Vértiz, para asegurar la continuidad de su obra, entrega la dirección y gobierno de la Casa, a la Hermandad de la Santa Caridad, pero reservándole el superior gobierno de la Institución a la autoridad virreinal. La Hermandad nombra administrador a Pedro Díaz de Vivar, quien dispone mudar la Casa a otro edificio, en Moreno y Balcarce, junto al Hospital de Mujeres y al fondo del Convento de San Francisco, predio que hoy ocupa el Museo Etnográfico, más discreto, para alejar de miradas inoportunas al torno en que se abandonaba a los niños, conforme a lo que se estilaba en España, inspirado en el del Papa Inocencio III, en el Siglo XII, y que repetía la sentencia de San Vicente de Paul colocada en 1638 en la primer Casa de Expósitos de Francia, mi padre y mi madre me arrojan de sí, la piedad divina me recoge aquí.
El torno, era un mueble giratorio de madera compuesto por una tabla vertical, cuyos bordes superior e inferior estaban unidos como diámetros a sendos platos. El conjunto tapaba completamente un hueco hecho ex profeso en la pared externa. Cuando alguien depositaba sobre el plato inferior un bebe y hacía sonar la campanilla que acompañaba el artefacto, un operador desde adentro giraba el dispositivo y el bebé ingresaba a la casa, sin que quien lo dejaba y quien lo recibía, pudieran mirarse. El torno que todavía conserva la Casa de Ejercicios de la Avenida Independencia da idea de lo que era el de la Casa de Expósitos.
En 1788, en sus Instrucciones para Corregidores, Carlos IV, preocupado por una corrupción que por sus víctimas es más inadmisible, dispone que en las casas de expósitos no se extravíen sus caudales y rentas, sino que se apliquen a los niños que precisamente se críen en ellas.
En 1795, teniendo la Casa un presupuesto anual de pesos 7.890, ya le debía al Defensor de Pobres y Tesorero de la Casa, D. Manuel Rodríguez de la Vega, pesos 38.344 con 7 reales, por lo que este ilustre caballero resuelve perdonar esa deuda y dejar a la Casa toda su herencia. Lamentablemente el cuadro pintado en vida de D. Rodríguez de la Vega que lo representaba, brindándose a los Expósitos, rara muestra de la pintura porteña del siglo XVIII, a cuyo pie entonces se escribió que como especialísimo tutor de los huérfanos, con admirable caridad, los protegió en lo moral y material, obteniendo del Virrey Arredondo medidas eficaces para salvaguardar la vida de los huérfanos, desapareció de Casa Cuna en la década de 1980 o 90, dejándola sin uno de los más significativos soportes materiales de su memoria.
Desde 1801 y en forma discontinua, la Imprenta editó sucesivos periódicos: El Telégrafo Mercantil, Rural, Político-Económico e Histórico Geográfico del Río de La Plata, dirigido por Cabello y Mesa, El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, dirigido por Juan Hipólito Vieytes, El Correo de Comercio de Buenos Aires, dirigido por Manuel Belgrano. El nombre de los periódicos y las personalidades de sus directores muestran claramente la intención con que fueron publicados. Finalmente , ya en 1810, sale el diario más famoso impreso en la Casa y el más trascendente para difundir el ideario revolucionario, La Gazeta de Buenos Aires, que tenía como lema tiempos éstos de rara felicidad en que es lícito al hombre pensar lo que quiere y decir lo que piensa.
El Semanario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes, el de la famosa jabonería, publicado por la imprenta de la Casa de Niños Expósitos, muestra el interés de su Director no sólo por la industria y el comercio, sino también por la química y la salud.
A partir de 1810 el Gobierno Patrio toma progresiva injerencia en la Casa Cuna, disminuyendo las atribuciones de la Hermandad de la Caridad. El interés del Estado por la salud es tal, que la misma Asamblea de 1813 dispone que los niños sean bautizados con agua tibia, para evitar el mal de los siete días (tétano del recién nacido), que atribuían al frío del agua bautismal. Al retirarse el último administrador de la Casa, nombrado por la Hermandad, Don José Martínez de Hoz, recibe un reconocimiento de parte del severo inspector Elizalde, por su celo nada común.
En 1817 se hace cargo de la dirección, con el nombre de Padre de los Huérfanos, el canónigo Saturnino Segurola, Dr. en Ciencias de la Universidad San Felipe de Santiago de Chile, religioso preparado en el arte quirúrgico, conocido por haber introducido y administrado la vacuna antivariólica en el Río de La Plata, desde julio de 1805, por impulso del Virrey Sobremonte, sólo 6 años después de la comunicación original de Jenner, y por ser también, Director de la Biblioteca Nacional.
Desde el comienzo de su gestión, Segurola insiste en la importancia de contar con un profesional médico que asista los expósitos, una botica que los provea de las medicinas necesarias, y una sala especial para los expósitos enfermos. En 1817 se nombra médico de la Casa al Dr. Juan de Dios Madera, que como practicante se había destacado en el cuidado de los heridos durante las Invasiones Inglesas, como vecino firmó el petitorio para la constitución de la Primera Junta el 25 de Mayo, que en junio de 1810 fue el primer cirujano militar del Ejército Patrio, fundador de la Cátedra de Materia Médica y Terapéutica de la Escuela de Medicina, y que estaba trabajando para el Cabildo como médico de policía; y como boticario se nombra a Diego Gallardo. El Regidor Defensor General de Menores debía controlar el cumplimiento de las tareas de ambos. Es notable que en una época en que por falta de médicos, los barberos, sangradores y algebristas tenían gran prestigio, no hay registro que alguno de estos subprofesionales, hayan sido llamados a trabajar en la Casa de Expósitos.
En 1818, Madera contra su voluntad es reemplazado por Cosme Argerich, como aquél, ex-cirujano de los Ejércitos Patrios y futuro profesor del Departamento de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Madera apela al Cabildo, suscitando un lamentable conflicto que dura dos años, del que ninguno de los involucrados sale indemne. Posteriormente, Madera y Argerich fueron miembros fundadores de la Academia Nacional de Medicina.
Cuando en 1820 el Gobierno Central entró en colapso y cada Provincia asumió su total autonomía, Buenos Aires, monopolizadora del tráfico marítimo y sin compromiso de solidaridad con el resto de la Nación, vio enriquecerse rápidamente a su clase privilegiada. Políticamente desarrolló una actividad secularizadora, limitando las injerencias sociales que las órdenes religiosas y las hermandades de laicos conservaban de las épocas coloniales.
Riqueza y secularización llevaron a Rivadavia, ministro del Gobernador Martín Rodríguez, a disolver la Hermandad de la Santa Caridad y a organizar la Sociedad de Beneficencia, presidida por Mercedes Lasala de Riglos e integrada entre otras por Juana del Pino de Rivadavia, hija del ex Virrey y esposa del Ministro, María Rosario Azcuénaga, Bernardina C. de Viamonte, esposa del General y Mariquita Sánchez, dando espacio comunitario a las mujeres de clase alta, pues según su Decreto Fundacional la existencia social de las mujeres es aún demasiado vaga e incierta...siendo las damas la mitad más preciosa de la especie, con cualidades, ideas y sentimientos que no posee el hombre. La Casa de Expósitos, nacida por iniciativa de las autoridades locales de Buenos Aires, administrada casi desde su comienzo por una cofradía confesional no integrada al gobierno de la Iglesia (la Santa Hermandad), con varias e irregulares fuentes de financiamiento pasa a depender de una organización no gubernamental pero apoyada desde el flamante Estado Provincial, la Sociedad de Beneficencia.
En 1824, ya asumido el sostenimiento de la Casa Cuna por la Sociedad de Beneficencia, y disminuida la importancia de la Imprenta de los Niños Expósitos, por la presencia en Buenos Aires de otra más moderna, Rivadavia entrega la vieja imprenta al gobierno de Salta, donde sirvió para publicar la acción oficial y la cultura salteña. Se mantuvo funcionando, hasta que en octubre de 1867, sitiada Salta por las fuerzas de Felipe Varela, sus plomos fueron fundidos para hacer las balas que defendieron a la ciudad. La imprenta creada por los Jesuitas en 1701, que ayudó a sostener Casa Cuna en sus inicios y que difundió las ideas revolucionarias de Mayo, las noticias de la guerra de la Independencia y la primera literatura argentina, terminó sus días ayudando a derrotar la última montonera que interfería en la Unión Nacional.
Casa Cuna continuó con similares características, hasta que en 1838 el bloqueo anglo-francés colocó al Gobierno de Buenos Aires en una grave crisis financiera. El Gobernador Rosas, no teniendo fondos el erario, dejó entonces sin presupuesto público a todas las Instituciones dedicadas a la salud y a la educación, ordenando que Casa Cuna no admita nuevos expósitos y distribuyendo a los existentes entre las personas que tengan la caridad de recibirlos. Ante tal orden, Segurola presentó su renuncia indeclinable.
La mortalidad promedio de los Expósitos desde 1779 a 1838 se estima en un 40%.
Recién en 1852, con la caída de Rosas, por Decreto de Vicente López y Valentín Alsina, se restablece la Sociedad de Beneficencia, ahora presidida por la ya anciana Mariquita Sánchez, famosa por haber sido la primer mujer en Buenos Aires que se negó a casarse con el hombre impuesto por su padre, aquélla en cuya casa se cantó por primera vez el Himno Nacional y en la que se conocieron San Martín y Remedios de Escalada; también integraban la Sociedad Pilar Spano de Guido (esposa de Tomás Guido y madre del poeta), Lucía Riera de López (esposa de Vicente López y Planes y madre de Vicente Fidel López) y, por decreto de Urquiza, Agustina Rosas de Mansilla (hermana de Don Juan Manuel y madre de Lucio V. Mansilla).
La Sociedad rehabilitó la Casa de Expósitos, fundamentalmente por la valiosa donación de Mariquita Sánchez y 66 onzas de oro legadas por el General Urquiza. En el Reglamento de 1855, se establece que los médicos de la Casa de Expósitos deben curar a los enfermos, registrando sus malestares, cuidar a los internos sanos, vacunar y visitar a los expósitos externos, vigilar el estado de salud de las amas y atender el botiquín, exigiéndoles que coloquen en aislamiento a los que padezcan coqueluche, sarampión, garrotillo y sífilis. Indudablemente Casa Cuna era ya entonces un Centro Médico Integral para los expósitos y sus amas.
En 1873, designado Juan Argerich, director en reemplazo de Blancas, resuelve que la Casa Cuna, después de estar durante casi 90 años en Moreno y Balcarce, cambie otra vez de domicilio, a su actual predio hoy avenida Montes de Oca 40, el terreno en lo alto de la "Barranca de Santa Lucía" de Doña Trinidad Balcarce. Su casa había sido volada por venganza durante el sitio de Buenos Aires en 1852; en el terreno se construyó entonces el "Instituto Sanitario Modelo", desplazado por Casa Cuna.
Historiadores como Torre Revello suponen que en el Parque Lezama, a 500 metros de la Casa Cuna, Pedro de Mendoza instaló su primera y frustrada Buenos Aires, con su penoso cortejo de hambre, violencia desaforada, canibalismo, desilusión y fracaso. A mediados de 1700, el Parque tuvo el triste destino de ser el mercado de esclavos de la Compañía Guinea, donde sobresalió como "comerciante" Martín de Alzaga.
Transitaban así por sus calles, además de familias patricias, troperos, matarifes, faenadores de ganados, triperos, changadores, quinteros, carreros, cuarteadores para los días de barro, marineros y negros libertos. Esta clase trabajadora y semirrural, habituada a las tareas más duras, entretenía sus descansos con famosas carreras cuadreras y de sortijas, cinchadas de carros, riñas de gallos, corridas de toros (al menos hasta 1835), y célebres payadas en varias pulperías de las que, según Héctor Pedro Blomberg, salió Ramona Bustos, la pulpera... cuyos ojos celestes reflejaban la gloria del día... cuando el año (18)40 moría y Lavalle sitiaba Buenos Aires.
Casa Cuna vino a afincarse entonces en una avenida y un barrio cuya historia y leyenda hacen juego con las del propio hospital, al punto que en pleno Siglo XX, Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres pone a Samuel Tesler en el Hospital Borda, tal vez en alusión a Jacobo Fijman, Sábato, en Sobre Héroes y Tumbas, ubica a la desdichada protagonista, Alejandra Vidal Olmos, último exponente de una trágica familia patricia, devastada por la locura y la violencia, en una deteriorada mansión en la Calle Río Cuarto, cerca de la Avenida Montes de Oca, y Borges sitúa "El Aleph", el mítico rincón donde se reúnen sin mezclarse todos los lugares del mundo, en la Avenida Garay, en vecindad de la Casa Cuna.
En 1884, recién nombrado Bosch director en reemplazo de Argerich, aconseja una serie de reformas edilicias para asegurar el aislamiento de los pacientes infectocontagiosos y brindar a todos los internos espacios llenos de luz y bien aireados.
El impacto que produjeron las vacunas elaboradas por Pasteur, fue tan grande que el Jefe de Infecciosas de la Casa Cuna, Dr. Desiderio Davel fue a París a buscar la vacuna antirrábica, trayéndola cultivada con riesgo de su vida en lotes sucesivos de conejos para conservarla. Llega a Buenos Aires en 1886, justo a tiempo para salvar la vida de un niño uruguayo mordido por un perro confirmadamente rabioso, derivado especialmente a Buenos Aires para su tratamiento, siendo ésta la primera administración de esa vacuna fuera de Francia, y tal vez el antecedente del turismo sanitario hacia Bs. As.
En 1891, las Hermanas de Caridad, no comprendiendo una indicación profesional, ante una orden de las Inspectoras, lavan y reutilizan material que los médicos de la Casa habían ordenado descartar por su contagiosidad. El conflicto que desencadena este hecho, determina al Gobierno Nacional disponer que el Departamento Nacional de Higiene, supervise en adelante la actividad asistencial de la Casa Cuna, por encima de la Sociedad de Beneficencia, dando lugar a un largo entredicho de baja intensidad entre los conceptos médicos y el criterio de las Inspectoras de la Sociedad de Beneficencia que alimentó al que finalmente estalló con el Estado Nacional en 1946.
Una evaluación de los abandonos ocurridos entre 1912 y 1914, mostró que el 72% de los niños eran dejados por personas que aclaraban su identidad y las motivaciones del abandono. En el 37% de los casos, las madres se manifestaban sin leche, y en el 7% estaban judicialmente recluidas; en el 9% los niños eran huérfanos de ambos padres, en el 15% huérfanos sólo de madre y en el 9% tenían enfermedades que dificultaban su crianza. El 82% de los familiares que ponían a los niños en la Casa, eran extranjeros, la mitad de ellos italianos.
Centeno organizó los Consultorios Externos para atender también a niños que vivían con sus familias, aunque ya desde 1820 se atendía a los hijos y criados de las cuidadoras externas. Construyó el Gabinete de Rayos X, donde, antes que terminara el Siglo XIX se tomó la primera radiografía de un niño en Buenos Aires. Consiguió que la Sala de Cirugía quedase a cargo del reconocido y aún joven profesor de Clínica Operatoria de la UBA, Alejandro Posadas.En 1909, se compraron a la Sucesión Reiynaud otros 1.400 m2 de terreno; en 1911 el Congreso de la Nación expropió y donó a la Casa el lote de la familia Rezzonico, que da salida a la Avenida Caseros, y en 1913 la Sociedad le dio la esquina de Caseros y Tacuarí. En 1912, se habían construido los túneles de comunicación por debajo del jardín central y se había comenzado la construcción de la actual capilla. Los azulejos color cobalto, probablemente holandeses, con paisajes típicos y escenas tradicionales, antes abundantes en la Casa, pero hoy apenas presentes en alguna pared, son de esa época.
Mientras Centeno intentaba sacar el torno, en 1890, llegó a la Casa su más renombrado Expósito, bautizado con los nombres de Benito Martín y adoptado 6 años después por la familia Chinchella, carboneros de los barcos de la Boca, gracias a los cuales tuvo un papá y una mamá para mí sólo. Cuando comenzó su carrera de pintor modificó su nombre a Benito Quinquela Martín. Usó buena parte de su fortuna para construir y donar el Lactario, el Hospital Odontológico Infantil de la Boca, el Jardín de Infantes, la Escuela de la Vuelta de Rocha y la de Artes Gráficas de La Boca, el Teatro de la Ribera, en agradecimiento a los años pasados en Casa Cuna. Otros expósitos llegaron a destacarse como universitarios, incluso como médicos de Casa Cuna, pero ninguno tuvo su fama.
El reino de este mundo
-->
por Daniel Link para Perfil
En 2020 se termina el mundo. Dicen que
el futuro gobernador de la Provincia de Buenos Aires habilitará al
narcotráfico, y además alentará “el saqueo, el robo a bancos y
el asesinato de personas”. Naturalmente, eso podrá hacerlo porque
la Nación entera estará entregada a una conflagración idéntica,
que no dejará títere con cabeza.
Por supuesto, si el actual gobierno
renovara su mandato, otras tantas plagas azotarían el territorio
patrio.
Los pasajes de ida a cualquier destino
de exilio ya se han acabado, dicen. Y falta el papel especial para
imprimir pasaportes. Los colegios uruguayos ya agotaron su matrícula
para el ciclo lectivo 2020 y las campañas políticas en países
limítrofes han abandonado la trillada amenaza de la Pequeña Venecia
por la amenaza argentina: en eso, dicho con asco, puede llegar
a convertirse cualquier país que equivoque su rumbo.
Si nada de esto se cumpliera, de todos
modos, América Latina enfrenta una ola de barbarie: en Perú, en
Ecuador (donde ya hay estado de sitio), en Venezuela, en Nicaragua.
Todo se deshace, de modo que tampoco es seguro que si nos
sobreviviéramos a nosotros mismos pudiéramos salvarnos de la baja
latinidad.
Y si pudiéramos no sabríamos para
qué, porque la catástrofe climática nos espera. Los hielos
antárticos se desprenden del casquete, suben los océanos, los
glaciares se derriten, los microplásticos asfixian a las morsas y
los sargazos destruyen el equilibrio ecológico de los mares. Miles
de especies desaparecerán y la selva amazónica terminará
desapareciendo, con lo que el planeta entero entrará en una recesión
climática de imprevisibles consecuencias, incluso para las
adolescentes suecas que levantan su voz contra el extractivismo.
Supongamos que alguien las oyera y que
las emisiones de dióxido de carbono se redujeran a cero. Qué
importa, si los diarios nos informan que el planeta está a punto de
sufrir la colisión de ese asteroide o de aquel cometa. No se trata
sólo de los cometas conocidos, sino también de cientos de cometas
invisibles y, además, ay, ¡¡¡de la gran Nube de Oort!!!! que
produce treinta por año. Esto, dicen los astrónomos, incrementa el
riesgo de un impacto catastrófico contra el mundo.
Estamos perdidos a menos que nos
mudemos a Marte. Marte es inhabitable, pero seguramente ya hay planes
de terraformación (previstos, claro, por la ciencia ficción que yo
leo y suelo enseñar). No creo que elijan, para el éxodo marciano, a
personas viejas que se dedican a la filología y de países que
dejaron de existir en 2020. No me hago ilusiones al respecto.
Eso sí, pienso que mi nieta podría
obtener una plaza marciana y me empeño en enseñarle lenguas, qué
es un fractal, esas cosas. Ya sabe reconocer una forma autopoiética.
En el verano trataré de entrenarla en disciplinas que aumenten su
resistencia física. ¿Valdrá la pena?
Ahora parece que no, porque si ningún
asteroide o nube del ort chocara contra la Tierra, de todos modos
existe una última amenaza: nos espera un choque intergaláctico que
acabará con la entera Vía Láctea (Marte y el Sr. Spock incluidos).
Andrómeda,
la galaxia más cercana a la nuestra, ha destruido ya varias
galaxias, reveló un estudio publicado en la revista Nature.
No
estoy seguro, pero me parece que con semejantes advertencias la
prensa burguesa no hace sino avalar el statu
quo
porque ¿qué sentido tendría ninguna acción (desde cambiar de
trabajo hasta depositar un voto en una urna) si de todos modos
sobrevendrá la extinción, el fin del mundo y del universo?
No me parece prudente entregarse a la manía catastrófica porque
sabido es que la llama llama a la llama y nada peor que una profecía
autocumplida para desatar los fanatismos de todas las especies.
Lo cierto es que este mundo (esta galaxia, este continente, este
triste país, esta ciudad y este barrio) es el espacio de
intervención que tenemos al alcance de la mano y es justo y
necesario hacer algo para transformarlo en una ecología más
amigable no sólo para uno sino para todos y cualquiera.
Me conformo con que mi nieta entienda
esta prístina verdad: no hay distopía que pueda cancelar nuestro
deseo de transformación.
viernes, 11 de octubre de 2019
El arte de amar
por
Daniel Link para Soy
Con
motivo de la muestra “Argentinos
de París” que
integra en Proa21
la megamuestra Mutante
inaugurada el sábado 5 de octubre, Soy
entrevistó a Juan Stoppani y a Jean Yves Legavre en su casa de la
Boca. La conversación viró, bien pronto, del amor al arte al arte
del amor, que ellos sostienen desde hace cincuenta años.
La
entrada de la casa que comparten Juan Stoppani y Jean Yves Legavre en
el barrio de la Boca es humilde, pero anuncia una de las cualidades
de ese hogar: la fachada gris está salpicada de estrellas de colores
incrustadas en la pared, como pedazos de cielo que le ponen freno a
la monotonía del mundo. La puerta se abre a una casa chorizo
debidamente acondicionada para una vida en común de ya más de
cincuenta años. Tiene dos dormitorios, un baño, una gran sala con
cocina integrada y una mesa más que generosa para recibir a los
amigos que todos los domingos se reúnen allí para continuar con la
fiesta que comenzó en otra ciudad, en otro mundo, en el corazón de
un siglo ya pasado.
Juan
nació en 1935, Jean Yves diez años después. Juan estudió
arquitectura en Buenos Aires pero bien pronto se transformó en uno
de los artistas conceptuales más importantes de Buenos Aires.
Participó del núcleo original del Instituto Di Tella, ganó el
Premio Braque en 1965. Las condiciones de vida bien pronto le
quedaron claras y tuvo que abandonar el país.
Juan: Teníamos
varios problemas. Por un escrito en una pared que decía "La
concha de Onganía" cerraron el Di Tella, y a mí ya me habían
puesto preso dos veces... Preso por nada. Y la gente que iba al Di
Tella siempre estaba perseguida. Con Alfredo Arias decidimos irnos de
la Argentina. Yo soy como los gatos, me acomodo. Estuvo bien irme, en
Argentina me metieron preso y ni sabía por qué. Bueno, una vez sí,
fue por tirar una obra mía en la calle. Me llamó la policía y me
preguntaron: “¿esto es suyo?”. Cuando dije que sí, me metieron
preso. Así no se podía vivir.
Para
el último espectáculo del que participó en el Di Tella, Juan se
hizo un traje de mujer que usó él mismo. El resultado (por
supuesto, exquisito) fascinó a Alfredo Arias que comenzó a pedirle
vestuarios. Después Juan trabajó para la industria de la moda, dio
cursos en escuelas de estilismo (“pero yo no explicaba la moda,
sino cómo inventar las cosas”). Fue ese momento en que las artes
ampliaban su campo de operaciones el mismo que le permitió ampliar
su territorio, volverse un ciudadano del mundo y un argentino de
París, rótulo que inventó Copi para si pero que a Juan y a Jean
Yves también le calza, sobre todo porque Jean Ives es francés pero
participó y participa con la misma algarabía de esa “internacional
argentina” distribuida por la galaxia. Ahora, juntos, están
presentando sus obras en la muestra “Cabezas” del Centro Cultural
Recoleta y, al mismo tiempo, exponen y venden cuadros y cerámicas en
Seguí 3922 (timbre 2, pedir cita al Cita 1168657740).
De
hecho, la casita de la Boca tiene sus pisos puntuados por cerámicas
hechas por ellos mismos. Una casa chorizo con un jardín al fondo en
la que el arte hunde sus raíces y los materiales se confunden,
porque todo está hecho para la vida buena.
Un
gran ventanal de vidrio separa el jardín del interior, en el que se
acumulan cuadros, libros, objetos. Un pájaro que ha hecho nido en el
limonero del fondo cada tanto rebota contra el vidrio. “Es que ve
su reflejo y se abalanza”, dice Juan.
Pero
en verdad, no es un reflejo, sino un sueño, el sueño del nido
permanente que han construido Juan y Jean Yves a lo largo de los
años, el sueño de una felicidad de la cual todos quisiéramos
formar parte. “Una vez entró uno”, dice Jean Yves. “Nos costó
mucho sacarlo”.
¿Cuándo llegaron a
París?
Juan: Llegué a París
por primera vez en 1966 y la segunda en 1968, echado de Nueva York.
¿Quién te echó?
¡Los americanos! Porque me
robé un par de medias.
Jean Yves: Yo llegué
en septiembre de 1965, para estudiar literatura y empecé a trabajar
en teatro con Patrice Chereau. Soy parisino, pero había estado
viajando. Llegué desde Bretaña, pero ya en Venecia me habían dicho
que había un grupo de argentinos fabuloso que hacían cosas en París
[se refiere al grupo TSE, del
que formaron parte Arias y Marilú Marini, entre otros].
Yo me integro, no hay lugar en donde me sienta extranjero. Todo eso
era como un sueño para mí: nuestro mundo era el centro de la
tierra, éramos como intocables, vivíamos con humor.
Conocí a Copi ese mismo
año en un antro gay, mezcla de bar y dark room (aunque
esas palabras no se usaban en la época)... Yo tenía 20 años, él
un poco más. Me invitó al día siguiente a ver una obra de él, El
día de una soñadora, que me gustó mucho. Después empecé a
salir con él, a pasear, comer, era una vida de fiesta. Era el gran
momento de París, de la libertad, de la gracia, era todo fácil.
Copi ya era famoso por las
historietas que publicaba en Le Nouvel Observateur, la gente
compraba la revista por Copi, que era como una vedette, la
gente lo amaba. Su imagen era más grande que su trabajo, en ese
momento. Era una persona de una libertad intelectual, moral y física
completamente aparte. Era el tipo ideal del inmigrante de lujo, de
buena familia, todo el mundo quería conocerlo. Podía ser muy
callado o muy expansivo, pero siempre muy divertido, le gustaba
bailar toda la noche.
Juan, ¿vos cuándo lo
conociste a Copi?
Juan: Lo conocí en
el 1970. Yo vivía en ese momento en Londres. Y Alfredo Arias me
llamó para hacer la ropa de la obra Eva Perón. Me vino muy
bien volver a París, para mí es una cosa del destino.
Vos fijate que apenas
llegué a la ciudad, me fui para lo de Copi y me abrió la puerta
este señor (señala a Jean Yves) completamente desnudo.
¿Vivía con Copi?
Juan: Sí, pero como
amigos. En ese momento este señor estaba haciendo sus cosas con
otro.... Fue el 13 de enero de 1970, y ese mismo día comenzó una
relación que no sabíamos que iba a convertirse en 50 años de vida
y de trabajo.
Y todo por Copi...
Juan: Todo eso pasó
a causa de esa obra de Copi, Eva Perón. Algo le debo a
Copi... Sin ser La Celestina, nos encontramos en su casa. Y como Jean
Yves era un chico muy sexual (Jean Yves hace muecas), tenía
que estar desnudo.
A partir de ese encuentro
decidí que volvía a París para vivir con él, no por Eva Perón
ni por el teatro, ni por el arte, sino por él. Y con él.
Juan y Jean Yves parecen
tener una coreografía perfeccionada con los años. Juan es más
sedentario, Jean Yves más hiperquinético. Cada cosa que se dice le
da ocasión para levantarse y buscar una foto, o traer un café, o
prender un cigarrillo (Jean Yves fuma, Juan no). Es como uno de esos
pájaros que, del otro lado del vidrio, revolotean sin cesar.
Los dos son de una
generosidad infrecuente. Juan había fijado las cinco de la tarde
como horario para terminar con la entrevista. Pero después le
pareció que podíamos seguir conversando hasta las seis. Jean Yves
nos dejó ver su álbum de fotos personales. “¡Pero esas no las
publican!”, advirtió Juan.
¿Cómo era el ambiente
parisino de esa época?
Juan: No hay que
olvidarse de la época: los años 70. Todo era más barato,
alquilabas por nada, era más fácil, te las arreglabas con nada en
París, y el espíritu de la gente era de mayor libertad. Yo nací en
Argentina, pero podría haber nacido en cualquier otro lado. Éramos
más internacionales. Desde chico que yo quería vivir en Francia,
desde que me contaron la historia de la Revolución Francesa y de
cómo la cortaron la cabeza a la reina. Creo en el azar, no
profundizo tanto.
Jean Yves: Después
del 68 cambió todo. En París todo era invención de la libertad,
sexual, de todo. Había un grupo de gente con una libertad creativa
que se permitía todo, también con excesos de todo. París era un
poco el centro de la libertad europea y nosotros éramos parte de
esos movimientos de liberación.
Juan: Ahí vinieron
las nuevas tendencias de arte plástico, de teatro, y a nosotros nos
preocupaba el medio teatral y también la moda, y se podían hacer
muchas cosas de forma muy fácil. Hacíamos impresiones de camisetas,
accesorios, y de golpe el mundo de la moda nos exigía un compromiso
económico, industrial, que no podíamos asumir. Así que seguimos en
el mundo del teatro, un mundo en el que éramos más nosotros mismos,
por fuera del negocio. Yo creo mucho en el destino, vamos de un lado
a otro pero siempre en el mundo artístico. No podemos estar en el
negocio.
Con el grupo TSE...
Jean Yves: Pero no
solamente. También hicimos vestuarios para óperas en Bruselas y
otros teatros europeos. Eva Perón fue un éxito enorme, con
la bomba que puso la Triple A [en
rigor, no fue la AAA, sino un comando de la derecha peronista no
identificado]...
Juan: Copi era un
amigo y nos veíamos todo el tiempo. Era tan simple para mí trabajar
con él, era un placer. Para él yo era la persona indicada para
hacer la ropa, y eso que conocía a Yves Saint Laurent.
¿Qué extrañan de
aquella época?
Juan: (se ríe) Los
años que teníamos... Yo ya la viví, y lo que vos vivís en una
época no se va a repetir, pero vos cambiaste la época. Hoy
en día la gente joven vive de otra forma, tienen otros medios que
nosotros no teníamos.
Jean Yves: había
posibilidad de todo, éramos artistas, fue una gran época de
creación.
Pero ustedes además
crearon una forma de vivir juntos...
Juan: Es que no solo
fue la tensión sexual lo que compartimos... Desde el primer momento
yo sentí que me entendía, nos gustaba lo que hacíamos, es algo que
no puedo explicar, simplemente me llegó.
Jean Yves: Juan
siempre fue muy divertido.
Juan: Yo nunca tuve
que esconder nada. Y no me interesa qué hace la gente de su vida
privada. Nosotros salimos, vamos juntos a hacer las compras, qué se
yo lo que piensa la gente. Tampoco me preocupa. Tenemos esta casa,
esta vida en común. Trabajamos juntos. Hemos vivido en otros
lugares.
¡Cincuenta
años de vida en común! Uno quisiera trabajar para una revista del
corazón y poder proponer un conjunto de reglas para la correcta
conyugalidad, esos consejos que hasta los diarios más conservadores
brindan a sus lectores. Pero con Juan y con Jean Yves resulta
evidente que no hay nada de eso: ni reglas estrictas, ni decálogo de
obligaciones. Todo fluye con la naturalidad del amor, eso “que no
se puede explicar”: cómo cada uno espera que el otro termine de
hablar, cómo cada uno completa o se ríe de lo que el otro dice,
cómo se chicanean sin malicia (“Él nunca encuentra las llaves...,
para mí que lo hace a propósito”, dice Juan; “él tiene unos
cuantos años más que yo”, dice Jean Yves). Una fluidez que tal
vez provenga de haber podido cumplir con todos los deseos, de haber
podido habitar todos los espacios, de haberse conocido en ese momento
en que la imaginación, por un instante, tomó el poder.
Unas
vidas unidas por la imaginación y una comunidad que eligió no
prescindir del arte, entendido en toda su potencia de transformación,
seguramente tiene anticuerpos suficientes como para resistir a la
malicia del mundo.
Por
supuesto, ya hace mucho tiempo que no van a bailar y las nuevas
tecnologías constituyen, como para nosotros, una barrera insalvable.
Jean Yves:
La última vez que salimos fuimos a Contramano. ¡Cuánta cocaína
que había!
En una
semanas, les comentamos, un amigo artista y diseñador hace fiesta de
disfraces. Desde ya, los invitamos.
Juan:
¡Vamos seguro! Yo recupero mi primer vestuario y voy disfrazado de
señora.
¡De la Mujer Sentada!
Jean Yves:
Y nosotros recibimos en casa todos los domingos. Viene todo el mundo.
¡Vengan! (mientras nos llena los bolsillos de limones de su jardín del fondo).
sábado, 5 de octubre de 2019
Gladiadores del circo
Por Daniel Link para Perfil
Se vienen los debates presidenciales.
Suponiendo que se llegue a la instancia del ballotage, una de
las moderadoras sería la señora Viviana Canosa, cuyo conocimiento
de la política local e internacional es tan sólida como los últimos
desprendimientos de los glaciares antárticos.
Mucha gente manifestó su desacuerdo
con esa designación. Yo no creo que desentone con los enunciados
generales que se escuchan por estos días y que podrán escucharse en
ese debate: “Sí, se puede”, como señaló Beatriz Sarlo (sin el
agregado siquiera de puntos suspensivos para sostener aunque sea la
hipótesis de que hay transitividad: se puede tal cosa, o tal otra)
es un enunciado tan vacuo y tan peligroso como la objeción temeraria
del ex funcionario del Pro Juan José Gómez Centurión sobre la
expresión “terrorismo de Estado”.
En el otro extremo del arco ideológico
los enunciados no son mas consistentes y el Sr. Fernández se las ve
en figurillas para relativizar los dichos de la Sra. Fernández y,
sobre todo, de sus más locos seguidores.
Así que esperar algo de un debate
entablado en una arena desprovista de la menor chance de racionalidad
es un despropósito. Mejor hubiera sido reunir a los concursantes
alrededor de la mesa envejecida de Polémica en el bar y, eso
sí, elegir a los mejores fashionistas para que analicen los outfits
de les candidates.
Yo no quiero parecer maníaco, pero
creo que la decadencia infinita e imparable de la esfera pública
está ligada a la prepotencia de las redes sociales y a la obediencia
ciega a las “tendencias” que en su seno se descubren.
Hilando más fino, es como si al haber
tachado el registro de lo imaginario del análisis discursivo y
político, y haber optado por una mera cuantificación de posiciones
individuales, el discurso hubiera perdido no sólo eficacia como
herramienta o como arma, sino incluso sentido como tal. Para la foto
del candidato, alcanza un pulgar para arriba.