Con
motivo de la muestra “Argentinos
de París” que
integra en Proa21
la megamuestra Mutante
inaugurada el sábado 5 de octubre, Soy
entrevistó a Juan Stoppani y a Jean Yves Legavre en su casa de la
Boca. La conversación viró, bien pronto, del amor al arte al arte
del amor, que ellos sostienen desde hace cincuenta años.
La
entrada de la casa que comparten Juan Stoppani y Jean Yves Legavre en
el barrio de la Boca es humilde, pero anuncia una de las cualidades
de ese hogar: la fachada gris está salpicada de estrellas de colores
incrustadas en la pared, como pedazos de cielo que le ponen freno a
la monotonía del mundo. La puerta se abre a una casa chorizo
debidamente acondicionada para una vida en común de ya más de
cincuenta años. Tiene dos dormitorios, un baño, una gran sala con
cocina integrada y una mesa más que generosa para recibir a los
amigos que todos los domingos se reúnen allí para continuar con la
fiesta que comenzó en otra ciudad, en otro mundo, en el corazón de
un siglo ya pasado.
Juan
nació en 1935, Jean Yves diez años después. Juan estudió
arquitectura en Buenos Aires pero bien pronto se transformó en uno
de los artistas conceptuales más importantes de Buenos Aires.
Participó del núcleo original del Instituto Di Tella, ganó el
Premio Braque en 1965. Las condiciones de vida bien pronto le
quedaron claras y tuvo que abandonar el país.
Juan: Teníamos
varios problemas. Por un escrito en una pared que decía "La
concha de Onganía" cerraron el Di Tella, y a mí ya me habían
puesto preso dos veces... Preso por nada. Y la gente que iba al Di
Tella siempre estaba perseguida. Con Alfredo Arias decidimos irnos de
la Argentina. Yo soy como los gatos, me acomodo. Estuvo bien irme, en
Argentina me metieron preso y ni sabía por qué. Bueno, una vez sí,
fue por tirar una obra mía en la calle. Me llamó la policía y me
preguntaron: “¿esto es suyo?”. Cuando dije que sí, me metieron
preso. Así no se podía vivir.
Para
el último espectáculo del que participó en el Di Tella, Juan se
hizo un traje de mujer que usó él mismo. El resultado (por
supuesto, exquisito) fascinó a Alfredo Arias que comenzó a pedirle
vestuarios. Después Juan trabajó para la industria de la moda, dio
cursos en escuelas de estilismo (“pero yo no explicaba la moda,
sino cómo inventar las cosas”). Fue ese momento en que las artes
ampliaban su campo de operaciones el mismo que le permitió ampliar
su territorio, volverse un ciudadano del mundo y un argentino de
París, rótulo que inventó Copi para si pero que a Juan y a Jean
Yves también le calza, sobre todo porque Jean Ives es francés pero
participó y participa con la misma algarabía de esa “internacional
argentina” distribuida por la galaxia. Ahora, juntos, están
presentando sus obras en la muestra “Cabezas” del Centro Cultural
Recoleta y, al mismo tiempo, exponen y venden cuadros y cerámicas en
Seguí 3922 (timbre 2, pedir cita al Cita 1168657740).
De
hecho, la casita de la Boca tiene sus pisos puntuados por cerámicas
hechas por ellos mismos. Una casa chorizo con un jardín al fondo en
la que el arte hunde sus raíces y los materiales se confunden,
porque todo está hecho para la vida buena.
Un
gran ventanal de vidrio separa el jardín del interior, en el que se
acumulan cuadros, libros, objetos. Un pájaro que ha hecho nido en el
limonero del fondo cada tanto rebota contra el vidrio. “Es que ve
su reflejo y se abalanza”, dice Juan.
Pero
en verdad, no es un reflejo, sino un sueño, el sueño del nido
permanente que han construido Juan y Jean Yves a lo largo de los
años, el sueño de una felicidad de la cual todos quisiéramos
formar parte. “Una vez entró uno”, dice Jean Yves. “Nos costó
mucho sacarlo”.
¿Cuándo llegaron a
París?
Juan: Llegué a París
por primera vez en 1966 y la segunda en 1968, echado de Nueva York.
¿Quién te echó?
¡Los americanos! Porque me
robé un par de medias.
Jean Yves: Yo llegué
en septiembre de 1965, para estudiar literatura y empecé a trabajar
en teatro con Patrice Chereau. Soy parisino, pero había estado
viajando. Llegué desde Bretaña, pero ya en Venecia me habían dicho
que había un grupo de argentinos fabuloso que hacían cosas en París
[se refiere al grupo TSE, del
que formaron parte Arias y Marilú Marini, entre otros].
Yo me integro, no hay lugar en donde me sienta extranjero. Todo eso
era como un sueño para mí: nuestro mundo era el centro de la
tierra, éramos como intocables, vivíamos con humor.
Conocí a Copi ese mismo
año en un antro gay, mezcla de bar y dark room (aunque
esas palabras no se usaban en la época)... Yo tenía 20 años, él
un poco más. Me invitó al día siguiente a ver una obra de él, El
día de una soñadora, que me gustó mucho. Después empecé a
salir con él, a pasear, comer, era una vida de fiesta. Era el gran
momento de París, de la libertad, de la gracia, era todo fácil.
Copi ya era famoso por las
historietas que publicaba en Le Nouvel Observateur, la gente
compraba la revista por Copi, que era como una vedette, la
gente lo amaba. Su imagen era más grande que su trabajo, en ese
momento. Era una persona de una libertad intelectual, moral y física
completamente aparte. Era el tipo ideal del inmigrante de lujo, de
buena familia, todo el mundo quería conocerlo. Podía ser muy
callado o muy expansivo, pero siempre muy divertido, le gustaba
bailar toda la noche.
Juan, ¿vos cuándo lo
conociste a Copi?
Juan: Lo conocí en
el 1970. Yo vivía en ese momento en Londres. Y Alfredo Arias me
llamó para hacer la ropa de la obra Eva Perón. Me vino muy
bien volver a París, para mí es una cosa del destino.
Vos fijate que apenas
llegué a la ciudad, me fui para lo de Copi y me abrió la puerta
este señor (señala a Jean Yves) completamente desnudo.
¿Vivía con Copi?
Juan: Sí, pero como
amigos. En ese momento este señor estaba haciendo sus cosas con
otro.... Fue el 13 de enero de 1970, y ese mismo día comenzó una
relación que no sabíamos que iba a convertirse en 50 años de vida
y de trabajo.
Y todo por Copi...
Juan: Todo eso pasó
a causa de esa obra de Copi, Eva Perón. Algo le debo a
Copi... Sin ser La Celestina, nos encontramos en su casa. Y como Jean
Yves era un chico muy sexual (Jean Yves hace muecas), tenía
que estar desnudo.
A partir de ese encuentro
decidí que volvía a París para vivir con él, no por Eva Perón
ni por el teatro, ni por el arte, sino por él. Y con él.
Juan y Jean Yves parecen
tener una coreografía perfeccionada con los años. Juan es más
sedentario, Jean Yves más hiperquinético. Cada cosa que se dice le
da ocasión para levantarse y buscar una foto, o traer un café, o
prender un cigarrillo (Jean Yves fuma, Juan no). Es como uno de esos
pájaros que, del otro lado del vidrio, revolotean sin cesar.
Los dos son de una
generosidad infrecuente. Juan había fijado las cinco de la tarde
como horario para terminar con la entrevista. Pero después le
pareció que podíamos seguir conversando hasta las seis. Jean Yves
nos dejó ver su álbum de fotos personales. “¡Pero esas no las
publican!”, advirtió Juan.
¿Cómo era el ambiente
parisino de esa época?
Juan: No hay que
olvidarse de la época: los años 70. Todo era más barato,
alquilabas por nada, era más fácil, te las arreglabas con nada en
París, y el espíritu de la gente era de mayor libertad. Yo nací en
Argentina, pero podría haber nacido en cualquier otro lado. Éramos
más internacionales. Desde chico que yo quería vivir en Francia,
desde que me contaron la historia de la Revolución Francesa y de
cómo la cortaron la cabeza a la reina. Creo en el azar, no
profundizo tanto.
Jean Yves: Después
del 68 cambió todo. En París todo era invención de la libertad,
sexual, de todo. Había un grupo de gente con una libertad creativa
que se permitía todo, también con excesos de todo. París era un
poco el centro de la libertad europea y nosotros éramos parte de
esos movimientos de liberación.
Juan: Ahí vinieron
las nuevas tendencias de arte plástico, de teatro, y a nosotros nos
preocupaba el medio teatral y también la moda, y se podían hacer
muchas cosas de forma muy fácil. Hacíamos impresiones de camisetas,
accesorios, y de golpe el mundo de la moda nos exigía un compromiso
económico, industrial, que no podíamos asumir. Así que seguimos en
el mundo del teatro, un mundo en el que éramos más nosotros mismos,
por fuera del negocio. Yo creo mucho en el destino, vamos de un lado
a otro pero siempre en el mundo artístico. No podemos estar en el
negocio.
Con el grupo TSE...
Jean Yves: Pero no
solamente. También hicimos vestuarios para óperas en Bruselas y
otros teatros europeos. Eva Perón fue un éxito enorme, con
la bomba que puso la Triple A [en
rigor, no fue la AAA, sino un comando de la derecha peronista no
identificado]...
Juan: Copi era un
amigo y nos veíamos todo el tiempo. Era tan simple para mí trabajar
con él, era un placer. Para él yo era la persona indicada para
hacer la ropa, y eso que conocía a Yves Saint Laurent.
¿Qué extrañan de
aquella época?
Juan: (se ríe) Los
años que teníamos... Yo ya la viví, y lo que vos vivís en una
época no se va a repetir, pero vos cambiaste la época. Hoy
en día la gente joven vive de otra forma, tienen otros medios que
nosotros no teníamos.
Jean Yves: había
posibilidad de todo, éramos artistas, fue una gran época de
creación.
Pero ustedes además
crearon una forma de vivir juntos...
Juan: Es que no solo
fue la tensión sexual lo que compartimos... Desde el primer momento
yo sentí que me entendía, nos gustaba lo que hacíamos, es algo que
no puedo explicar, simplemente me llegó.
Jean Yves: Juan
siempre fue muy divertido.
Juan: Yo nunca tuve
que esconder nada. Y no me interesa qué hace la gente de su vida
privada. Nosotros salimos, vamos juntos a hacer las compras, qué se
yo lo que piensa la gente. Tampoco me preocupa. Tenemos esta casa,
esta vida en común. Trabajamos juntos. Hemos vivido en otros
lugares.
¡Cincuenta
años de vida en común! Uno quisiera trabajar para una revista del
corazón y poder proponer un conjunto de reglas para la correcta
conyugalidad, esos consejos que hasta los diarios más conservadores
brindan a sus lectores. Pero con Juan y con Jean Yves resulta
evidente que no hay nada de eso: ni reglas estrictas, ni decálogo de
obligaciones. Todo fluye con la naturalidad del amor, eso “que no
se puede explicar”: cómo cada uno espera que el otro termine de
hablar, cómo cada uno completa o se ríe de lo que el otro dice,
cómo se chicanean sin malicia (“Él nunca encuentra las llaves...,
para mí que lo hace a propósito”, dice Juan; “él tiene unos
cuantos años más que yo”, dice Jean Yves). Una fluidez que tal
vez provenga de haber podido cumplir con todos los deseos, de haber
podido habitar todos los espacios, de haberse conocido en ese momento
en que la imaginación, por un instante, tomó el poder.
Unas
vidas unidas por la imaginación y una comunidad que eligió no
prescindir del arte, entendido en toda su potencia de transformación,
seguramente tiene anticuerpos suficientes como para resistir a la
malicia del mundo.
Por
supuesto, ya hace mucho tiempo que no van a bailar y las nuevas
tecnologías constituyen, como para nosotros, una barrera insalvable.
Jean Yves:
La última vez que salimos fuimos a Contramano. ¡Cuánta cocaína
que había!
En una
semanas, les comentamos, un amigo artista y diseñador hace fiesta de
disfraces. Desde ya, los invitamos.
Juan:
¡Vamos seguro! Yo recupero mi primer vestuario y voy disfrazado de
señora.
¡De la Mujer Sentada!
Jean Yves:
Y nosotros recibimos en casa todos los domingos. Viene todo el mundo.
¡Vengan! (mientras nos llena los bolsillos de limones de su jardín del fondo).
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