No participo de las redes, ese
laberinto de iniquidades, pero cuyos ecos amortiguados me llegan cada
tanto a través de los comentarios de mi marido.
Así me entero, desde la playa
brasileña donde elegimos despedir la segunda década del tercer
milenio, de que muchos de nuestros amigos, volcados nuevamente al
oficialismo, consideran solidario veranear en Argentina, no cruzar la
frontera, ahogarse de viento en los mares de las pampas.
Como no he podido comprobar el rigor
argumentativo del que esa conclusión se derivaría, me limito a
subrayar su carácter falaz porque el impuesto PAIS, para cumplir con
eficacia con su noble propósito, presupone el gasto o el ahorro en
dólares, en este caso: veranear fuera de Argentina.
Confieso que el asunto me tiene un poco
confundido porque la mayoría de mis viajes suelen ser laborales,
salvo estas escapadas de fin de año, cuyo mayor mérito es librarme
de la tarea de drogar a los perros para que no enloquezcan por la
pirotecnia y de la planificación de una diversión forzada que, por
lo general, me produce más malhumor que otra cosa.
Los pasajes los habíamos comprado con
millas mucho antes de las elecciones. Habíamos pagado el alquiler
del auto en ese mismo momento y sólo nos quedaba liquidar la reserva
del departamento que nos habíamos gustado, cosa que pudimos hacer
antes de la entrada en vigor de la ley solidaria.
Como no me siento culpable de poder
desarrollar una magra capacidad de ahorro y mi esposo tiene la suerte
de vender su talento allende las fronteras, decidimos viajar con
dólares contantes y sonantes para evitar todo gasto imponible a
través de la tarjeta de crédito.
Claro que no contaba con la astucia de
las locadoras de automóviles que, una vez frente al mostrador, nos
amenazaron con mil percances posibles para obligarnos a contratar
seguros exorbitantes, sobre todo después de agregarle el 30 %. Como
fuere, pensamos en todes quienes se beneficiarían de nuestra
responsabilidad civil. Como habíamos alquilado un pisito en una
locación remota, el auto se nos hacía imprescindible para ir a la
casa de cambio a comprar moneda local.
El año viejo ya casi desaparecía como
una bola de fuego que se traga el horizonte y habíamos establecido
una rutina de almuerzos frugales y cenas baratas, pagadas en riguroso
efectivo, sobre todo porque el marzo nuevo nos encontraría con el
añadido entuerto de la jubilación desindexada de mi madre.
En algún momento pensé qué raro es
que nuestros viajecitos de morondanga desequilibren las cuentas del
Estado, pero como ese pensamiento me llevaba a la convicción
tenebrosa de que Argentina no tiene solución o a la presunción
cabalística de la dolarización, preferí abstenerme de ahondar en
el asunto, para comenzar la segunda década del tercer milenio con
alguna esperanza.
Pienso, de todos modos, que el impuesto
PAÍS sabe más a revancha que a cualquier otra cosa porque los que
más tienen no lo van a pagar (tienen cuentas en el exterior,
tarjetas corporativas, agentes de bolsa) y es una manera de castigar
a quienes votaron en contrario, ¡oh Chetoslovaquia, desmembramiento
del Imperio austrohúngaro, con su Sissi peronista!
Pero las deudas hay que pagarlas, no
importa quien las haya contraído y no son los pobres, los
pauperizados y desalfabetizados, quienes están en mejores
condiciones para hacer frente a ese desafío, y bien mirado: a ningún
otro. Casi veinte años han pasado desde el comienzo del tercer
milenio y no ha sido posible, con gobiernos de distinto signo, y con
estrategias de cualquier estilo, disminuir las tasas de pobreza.
Yo no creo que sea nuestra culpa (me
refiero a los profesores universitarios, a los escritores, a los
fotógrafos y pequeños ahorristas), pero a lo mejor me equivoco.
En todo caso, espero que se comprenda
que mi resistencia al 30 % adicional por mis suscripciones a sitios
bibliográficos que no están certificados como académicos porque
contienen cualquier cosa, no es por falta de solidaridad. Me
pregunto, ahora, ¿cómo haré para justificar ese 30 % en las
rendiciones anuales de los subsidios para investigación que recibo?
Levanto mi copa por una década más
justa.
Ya empezo a ser mas justa pero no tr diste cuenta veo ja. Igual no importa, el sol sale para todos...
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