Nos informan los diarios que en las redes la confirmación del primer caso de coronavirus fue saludada como la llegada de un viajero ilustre: “Bienvenido a la Argentina”. Nuestro tradicional snobismo adopta un tinte milenarista: si habremos de sufrir las diez plagas, bienvenida la tercera, que se suma al sarampión y al dengue.
Giorgio Agamben había reflexionado hace unas semanas sobre “las medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas para una supuesta epidemia debida al coronavirus” en Italia. Agamben atribuyó esas medidas a “una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno”. La paranoia y el miedo le convienen a los deseos de limitar las libertades ciudadanas en nombre de una seguridad abstracta.
Jean-Luc Nancy le contestó a ese “vecchio amico”: no es verdad que el coronavirus sea menos mortal que una simple gripe (porque para ésta existen vacunas de probada eficacia). En cuanto a la excepción.... “hay una especie de excepción viral, biológica, informática, cultural, que nos pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores y desquitarse con ellos es más una estratagema de diversión que una reflexión política”, concluye. Y recuerda que cuando los médicos le dijeron que tenían que transplantarle el corazón, el único que le dijo que no lo hiciera fue el amigo Giorgio. De haberlo escuchado estaría muerto (la acusación es muy grave, pero tal vez inadecuada a lo que se está discutiendo).Igino Domanin consideró anacrónicas las premisas de Agamben, muy atadas a un paradigma analítico del siglo XX: “se parte de la idea de que la epidemia, el evento viral y patógeno y todas sus consecuencias son precisamente una construcción, una maquinación política, un dispositivo que produce un cierto tipo de realidad basada en la necesidad de control médico y normalización”.
Más cerca de la posición de Nancy, Domanin cree que hoy por hoy lo humano se define precisamente por su “exposición a la catástrofe”.
Por su parte, Donatella Di Cesare recupera y defiende la hipótesis agambeniana, pero le da un giro materialista: “El coronavirus, este virus soberano ya está en el nombre, se burla de la soberanía excepcional, que grotescamente querría aprovecharse de él. Se escapa, reluce, pasa más allá, cruza las fronteras. Y se convierte en una metáfora de una crisis ingobernable, un colapso apocalíptico. Pero el capitalismo, sabemos, no es un desastre natural.”
Exposición a la catástrofe... crisis ingobernable... colapso apocalíptico... ¡Esas palabras!
Cómo no íbamos los argentinos a darle la bienvenida a lo que viene a recordarnos lo que constituye nuestro goce como sociedad perdida, como Pueblo que quiere escaparse del Estado que lo oprime y necesita de las diez plagas para que los mares se abran en dos.
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