sábado, 30 de mayo de 2020

Amigos son los amigos

Por Daniel Link para Perfil

En la República Imaginaria de Chetoslovaquia que habitamos seguimos con atención todo abuso de poder. Sobre todo si se trata de un poder heteropatriarcal que, como en Mendoza, establece normas arcaicas para determinar quién se reúne con quién, qué días y hasta qué horas sin que ninguna de esas limitaciones pueda inscribirse en alguna de las formas de democracia que conocemos. Nuestros amigos de allende las fronteras enfrentan idénticos abusos.
La República Imaginaria de Chetoslovaquia limita al noreste con el río Paraná, un arroyuelo cada vez más seco cuyo lecho barroso ha sido utilizado últimamente (con gran imprudencia) para la práctica de motocross.
En la provincia de Corrientes, del otro lado del río, nos dicen, su gobernador ha autorizado las salidas recreativas de las personas. Por un lado están autorizadas a caminar y trotar (pero no a correr), con reserva previa de turno y en días que se corresponden con las terminaciones de sus documentos de identidad. Aparentemente, las fuerzas del orden se instalarán con radares en la Costanera para monitorear la velocidad del paso.
Los fines de semana, además, el Sr. Gustavo Valdés autorizó las reuniones de hasta diez personas (las que se cuentan con los dedos de las manos) con la restricción de que los sábados esas reuniones se realizarán con “amigos” y los domingos con familiares. Se aclara que “la Policía podrá interrumpir los encuentros en los que no se respete el protocolo sanitario”.
Nuestros corresponsales están tratando de averigüar si los permisos son conmutables (domingos con amigos y sábados con la familia) y cuál serían las penas si esas conmutaciones sucedieran sin el aval del Estado. ¿Multas, cárcel, apedreamiento en la plaza pública?
Un pequeño detalle: ¿el colectivo “amigos” incluye a las mujeres (cis o trans) o no? Y si no se tiene familia o no se tienen ganas de malgastar un domingo en discusiones estériles, ¿pueden aplicarse esas horas sobrantes a la prolongación de la reunión del día previo?
Lo más importante: la autorización de reunión en grupos de 10 amigs, ¿implica la posibilidad de contacto sexual (que en la milicia se llamaba “franco sanitario”) o no? ¿El sexo grupal está incluido dentro del permiso de reunión? ¿Hasta cuántos participantes?
Los medios correntinos a los que hemos podido acceder nada dicen sobre estos delicados asuntos y tampoco han protestado por la intervención brutal del Estado en la organización del tiempo libre.
Los permisos de aquí y de allá vienen de una ideología viejísima. Recuerdan ese programa dominical de televisión, Los Campanelli, en el que la familia se reunía alrededor de la mesa para comer ravioles y el muchachito de la casa se sentaba tarde a la mesa porque la noche anterior había salido con sus amigotes. No sólo nos retrotraen en el tiempo, también nos puerilizan.

lunes, 25 de mayo de 2020

Fascismo telesanitarista



sábado, 23 de mayo de 2020

Un viuda difícil

Por Daniel Link para Perfil

Una noticia me recuerda mis aventuras teatrales en el colegio, mi actuación en Una viuda difícil (1957) de Conrado Nalé Roxlo, donde hice el papel de Mariano Pereyra y Obes, el reo sentenciado a la horca “para que sirva de ejemplo a jóvenes calaveras y gentes de poco seso”, a quien se le conmuta la pena “de horca por la de himeneo”.
El pregón busca una mujer dispuesta a “ser la ejecutora”. Por supuesto, la protagonista de la pieza, no se sabe bien por qué desilusiones o por qué calenturas, se ofrece para salvarme.
Nada de esto estaba en mi memoria, que fue desencadenado (proustianamente) por la noticia que leí en los diarios con incredulidad de que en una ciudad en el extremo oeste de Chetoslovaquia se autorizan las reuniones de hasta diez personas (no once, ni doce), familiares directos (no prims, no amigs, no novis, no madrinas supongo) sólo durante los fines de semana (no los jueves, que da partuza clavado) y sólo hasta las 23 horas.
Las frases que se dispararon en mi recuerdo fueron: “¡Las once ya! Vámonos, ¡con lo oscuras que están estas calles!”.
Vuelto al texto y leo que quienes dicen eso, cuando escuchan al sereno dar la hora, son Misia Jovita y Misia Mariquita, que han estado visitando a la “viuda difícil” recién casada con el reo, por cuya suerte temen.
Ya solos Isabel y Mariano, éste toma un cuchillo y atraviesa la escena en puntas de pie. Cuando Isabel lo ve, cae de rodillas y suplica: “¡No me mate! ¡No me mate!”.
Vuelvo al asunto que desencadenó mi recuerdo de una pieza (cito a Wikipedia) sobre “un pedazo del Buenos Aires virreinal” que jugó algún papel en mi vida. El suplemento Las 12 reaccionó de inmediato ante la noticia y dijo: “No es un criterio sanitario, es moral. Ningún virus va a quitarnos los sentidos feministas que construimos juntes. Al pacto moral heterosexual no volvemos más, familia es la que inventamos.”
Yo suscribo ese comentario, desde mi recuerdo. Las que se van a las 11 son unas Misias virreynales y la “viuda difícil” se queda con quien ha inventado una extraña alianza. La moral chetoslovaca ha retrocedido hasta la mentalidad de las Misias lloriconas, ha cancelado la posibilidad del gesto de la “viuda difícil” (no sea cosa que alguien meta un reo en su casa) y ha transfigurado incluso el deseo de Mariano, quien todavía con el cuchillo en la mano, le había contestado a Isabel: “Quería un poco más de torta”. Qué vida difícil la nuestra.


martes, 19 de mayo de 2020

sábado, 16 de mayo de 2020

Ingreso universal

Por Daniel Link para Perfil

Hace tres semanas (o años) publiqué aquí la columna “La encerrona”. La columna encontró eco en el Manifiesto “Hacia un Gran Pacto Ecosocial y Económico” que cuenta ya con cientos de adhesiones (y luego en una reciente declaración de la CEPAL).
Los puntos principales de ese documento se resumen en: “1. Ingreso Ciudadano Universal, 2. Reforma Tributaria Progresiva, 3. Suspensión del pago de la Deuda Externa, 4. Sistema Nacional Público de Cuidados, 5. Transición socio-ecológica radical”. Los títulos son tan claros y justos que no casi no hace falta explicar su dependencia respecto del Bien común.
Para evaluar la consecuencias despliego algunas implicancias del primer punto. ¿Se imaginan la seguridad que brindaría un Ingreso Ciudadano Universal? Las personas no deberían necesariamente abandonar su lugar de nacimiento, lo que permitiría una cierta mitigación del efecto devastador de las migraciones masivas hacia los grandes conglomerados. La planificación urbana, pero también la económica y la educativa podría entrar en una fase de superación de los actuales desequilibrios. Las políticas habitacionales descentralizadas liberarían territorios en las ciudades que podrían disponerse para chacras urbanas, para reservas naturales o las dos cosas.
Evitar el hacinamiento, mejorar los sistemas de transporte, distribuir de modo equilibrado las industrias (cada vez más automatizadas), los sistemas escolares y de salud para mejorar la calidad de vida: todo eso depende de un Ingreso Ciudadano Universal.

sábado, 9 de mayo de 2020

Hacia un Gran Pacto Ecosocial y Económico en Argentina




Vivimos una encrucijada civilizatoria cuyo alcance y consecuencias - todavía inciertas - envuelven las diferentes esferas del mundo de la vida.

La pandemia ha expuesto nuestra vulnerabilidad social y nuestra condición humana, a la par de desnudar y agudizar las desigualdades sociales y económicas haciéndolas más insoportables que nunca. Esto nos impulsa a mirar el estado, los mercados, la familia, la comunidad y la naturaleza desde otra perspectiva, mientras recuperamos aquellas alternativas que hace solo unos meses parecían inviables, para encontrar una salida diferente a esta crisis, a partir de una reconfiguración integral que sea social, sanitaria, económica y ecológica y que tribute a la vida y a los pueblos.

Así, adquiere cada vez más relevancia la capacidad del Estado para transformar la economía mediante un plan holístico que salve al planeta y, a la vez, persiga una sociedad más justa e igualitaria.

Pero no nos engañemos: el “retorno a la normalidad” o el “volver a crecer como antes” forman parte de las falsas soluciones que nos conducirán a más colapso ecosistémico, a más desigualdades, a más capitalismo. Lo peor que puede ocurrir es que el Estado y el Mercado disparen nuevamente contra la naturaleza y los seres humanos, profundizando la presente crisis global y local.

Con todo lo horroroso que ha traído la pandemia, es cierto también que estamos ante un portal: el debate y la instalación de una agenda de transición justa puede convertirse en una bandera para combatir el pensamiento neoliberal hoy replegado, neutralizar las visiones colapsistas y distópicas dominantes y vencer la persistente ceguera epistémica de tantos progresismos desarrollistas que privilegian la lógica del crecimiento económico mediante la explotación y mercantilización de los bienes naturales.

Desde nuestra perspectiva, cinco son los ejes fundamentales para construir este nuevo acuerdo a debatir:

  1. Ingreso Ciudadano Universal. La actual catástrofe pone en evidencia que todo ser humano debe tener garantizado un ingreso básico que abra la posibilidad de una vida digna. Quienes tiene acceso a este Ingreso universal, son todas aquellas personas que existen y revisten la condición de ciudadano/a. Este ingreso esta desvinculado del empleo asalariado, no exige contraprestación alguna, no refuerza la trampa de la pobreza ni el clientelismo. Lejos de ser algo irrealizable, el Ingreso Universal hoy está en el centro de debate de la agenda global.

  1. Reforma Tributaria Progresiva. Es imprescindible una Reforma Tributaria Progresiva que reconfigure la base del actual sistema fiscal en un sentido equitativo y que incluya el impuesto a la herencia, a las grandes fortunas, además de nuevos impuestos verdes a las actividades contaminantes. Nuestro país cuenta con un sistema fiscal regresivo basado en los impuestos al consumo y el impuesto a las ganancias, que golpean especialmente a los sectores medios y bajos. Por el contrario, los grandes patrimonios, las herencias, los daños y pasivos ambientales, las rentas financieras, son todas fuentes tributarias que tienen nula o muy baja presencia en el sistema impositivo del país.

  1. Suspensión del pago de la Deuda Externa. En estos momentos extraordinarios es cuando se justifican la suspensión de las grandes deudas de los Estados. Ningún país puede pagar colosales montos de divisas sin antes garantizar a sus habitantes una vida digna, mucho menos en un contexto de inédita recesión económica global y nacional. La necesidad de rehacer el orden económico mundial, que impulse no solo un jubileo de la deuda sino también una investigación pública acerca de las condiciones en que fue contraída, hoy aparece como necesario.

  1. Sistema Nacional Público de Cuidados. La pandemia debe abrir paso a la construcción de sociedades ligadas al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia también en las políticas públicas, mediante un redireccionamiento de las inversiones del Estado. Así, es necesaria la implantación de un Sistema Nacional Público de Cuidados destinado a atender las necesidades de personas mayores en situación de dependencia, niños y niñas, personas con discapacidad severa y demás individuos que no puedan atender sus necesidades básicas, abandonando de una buena vez la perversa lógica mercantilista, clasista y concentradora de ganancias en los monopolios de las empresas de salud. En paralelo, este nuevo paradigma del cuidado humano debe incluir también el cuidado de la Madre Tierra, colocando en la agenda pública la inextricable relación que existe entre cuidado, salud y ambiente, de cara al colapso climático. Nos aguardan no solo otras pandemias, sino la multiplicación de enfermedades ligadas a la degradación ecológica y a la agravación de la crisis climática. 

  1. Transición socio-ecológica radical. Es tiempo de que Argentina comience una transición socioecológica radical entendida como una salida ordenada y progresiva del modelo productivo fosilista y extractivista, cuyo horizonte societal sea nuestra transformación en un país con matriz energética limpia, renovable y también democrática, en razón de que el acceso a la energía es un derecho humano. Así, la justicia ambiental es complemento de la justicia social y viceversa.

Esta transición debe potenciar también la Agroecología, primero, para transformar el sistema agroalimentario argentino y recuperar nuestra soberanía con sistemas de producción y distribución dirigidos al desarrollo de mercados locales agroecológicos y solidarios de pequeños productores, enfocados en fomentar una cultura asociativa y comunitaria y una responsabilidad ciudadana en el consumo. Segundo, puesto que el Antropoceno refleja, cuando se mira hacia el espejo, un Urbanoceno, y puesto que la gran mayoría de la población nacional vive en ciudades planificadas, crece la necesidad de un cambio radical acerca de la forma en que vivimos en las metrópolis. Debemos ruralizar la urbanidad en las grandes ciudades donde la relación con la Naturaleza es prácticamente nula, como una forma de reparar la separación que tienen los habitantes urbanos respecto de la naturaleza.

Finalmente, la otra forma de reparar esta separación consiste en otorgar reconocimiento legal a los Derechos de la Naturaleza, es decir, los seres humanos debemos admitir a la Naturaleza como sujeto de derechos y no como un mero objeto, conviviendo en armonía y respetando sus ritmos y capacidades.

La apuesta es, entonces, construir una verdadera agenda nacional – ejemplificadora a nivel global - con una batería de acciones orientadas hacia una transición justa, que cuente con la participación y la imaginación popular; que logre una interseccionalidad entre las nuevas y viejas luchas, sociales e interculturales, feministas y ecologistas; impulsando un nuevo diálogo Norte-Sur, Centro/Periferia en el marco de un política cosmopolita en clave de autodeterminación, solidaridad y emancipación.  



Primeras Firmas

Maristella Svampa (socióloga y escritora)
Beatriz Sarlo (ensayista y escritora)
Enrique Viale (Abogado Ambientalista)
Patricia Zangaro (Dramaturga)
Leonor Manso (actriz)
Maria Sonia Cristoff (escritora)
Soledad Barruti (Periodista y escritora)
Rafael Colombo (abogado)
Gabriela Massuh (escritora)

Daniel Link (catedrático y escritor)
Rafael Spregelburd (dramaturgo)
Gabriela Cabezón Cámara (escritora)
Mirta Busnelli (actriz)
Pablo Bertinat (Ingeniero, docente UTN)
Roberto Gargarella (Constitucionalista y sociólogo)
Cristina Banegas (actriz)
Marta Maffei (docente jubilada y dirigente sindical)
Rubén Szuchmacher (artista de teatro)
Ricardo Bartís (artista de teatro)
Pablo Alabarces (sociólogo y escritor)
Luis Wall (científico)
Patrícia Pintos (geógrafa)
Ezequiel Adamovsky (Historiador)
Horacio Tarcus (historiador)
Pablo Stefanoni (periodista/historiador)
Daniel Muchnik (periodista y escritor)
Graciela Jacob (Científica y socióloga)
Martín Bergel (historiador)
Silvina Ramírez (Abogada indigenista y docente)
Alejo García Pintos, (Actor)
Alejandro Vannelli (Representante artístico)
Ernesto Larrese (actor)
Cristian Pauls (cineasta)
Jonatan Baldiviezo (abogado, presidente observatorio derecho a la ciudad)
Marcelo Cohen (Escritor y traductor)
Graciela Speranza (Escritora y ensayista)
María Eva Koutsovitis (ingeniera, UBA)
Carlos A. Blanco (arquitecto)







La clase muerta

Por Daniel Link para Perfil

Entre los muchos daños que la pandemia ha producido entre nosotros, uno de los más graves afecta al pacto educativo, completamente distorsionado y librado a la buena voluntad de sus actores.
Es dificíl sostener siquiera una parodia de educación universal e igualitaria cuando los contextos en los cuales el aprendizaje se desarrolla son tan desparejos.
Recién ahora, después de más de un mes de clases suspendidas, se están distribuyendo (y está bien que así sea) herramientas tecnológicas para que estudiantes de los niveles inicial y secundario puedan acceder a ciertos contenidos.
Hasta donde sé, los sindicatos docentes protestaron con vehemencia y con razón ante la conversión inmediata de la educación presencial en educación remota.
Examino el nivel que más conozco: universitario de grado y de posgrado. El miércoles previo a la semana santa se nos informó que debíamos comenzar las clases virtuales el lunes siguiente. Dedicamos ese fin de semana largo a reformular la secuencia pedagógica de textos que pensábamos dar a leer y a organizar algo parecido a una lógica de aprendizaje remoto.
De inmediato nos enfrentamos con varios escollos. La bibliografía digitalizada (que tanto escándalo ha suscitado últimamente entre personas incapaces de pensar la lectura más allá de la propiedad privada) debía alojarse en servidores que, muchas veces, no admitían el tamaño de los archivos. Tuvimos que duplicar las plataformas, con el consiguiente desgaste que eso significa para estudiantes y docentes. En segundo término, las reuniones sincrónicas no podían programarse porque los programas al uso (zoom, por ejemplo) no aceptan más que un número limitado de participantes, inferior a nuestros inscriptos. Finalmente conseguimos cuentas prestadas para poder armar reuniones de ese tipo en otras plataformas.
Mientras tanto, los aprendizajes funcionaron (y seguirán funcionando) de manera asincrónica y a fuerza de esperanzas. ¿Qué se entiende de lo que mando escrito? ¿Qué se ha leído previo a la clase? Imposible saberlo.
Luego, un dato no menor: la presunción de que cualquier docente de universidad (un cargo con dedicación exclusiva y toda la antigüedad posible equivale a una jubilación de un administrativo medio y esos cargos son poquísimos) contamos con acceso a internet de alta velocidad y ambientes adecuados al streaming en nuestras casas es completamente falsa pero, sobre todo, injusta.
La mutación educativa compulsiva y generalizada parece reposar en el presupuesto de que promover un proceso complejo de aprendizaje (ligado con la lengua y la literatura, o la matemática y los estudios sociales) equivale a la mera distribución de contenidos. Pero si quisiéramos insistir (como lo hacemos) en la necesidad de examinar críticamente los materiales que constituyen nuestro objeto (letras, sonidos, colores, paisajes, números o normas), lo cierto es que es muy poco lo que podemos podemos hacer remotamente.
Somos docentes porque no somos gestores culturales, ni apéndices inertes de las multinacionales de la edición ni promotores de figuras autorales.
En un texto sobre estos asuntos publicado muy tempranamente (el 12 de marzo), la Prof. Anna Kornbluth señaló el riesgo fundamental del desafío al que nos mandan responder: “las doctrinas de shock hacen de la emergencia una nueva normalidad: convierten los esfuerzos temporales en expectativas permanentes”.
Nadie en su sano juicio puede negar las ventajas que la educación a distancia puede tener (yo he dictado cursos de posgrado para alumnos mexicanos desde la comodidad de mi escritorio en ese formato) pero en modo alguno se puede aceptar esa conversión masiva sin una discusión profunda sobre el alcance de la mutación a la que nos enfrentamos sólo porque no nos queda más remedio y transitoriamente.
¿En nombre de qué resignar la posibilidad de construir espacios comunes de lectura, y en nombre de qué aceptar la supresión de la dimensión dialógica de los procesos de aprendizaje (quien sostenga que puede haber diálogo mediado por un dispositivo tecnológico o está loco o tiene mala fe)?
Seguimos adelante porque amamos la clase. Pero la queremos viva.

viernes, 8 de mayo de 2020

Hollywood: realidad paralela

por Daniel Link para Soy

La nueva producción Ryan Murphy, el creador de Glee y American Horror Story, imagina un Hollywood paralelo, en donde el amor y la voluntad de gays y lesbianas es capaz de superar obstáculos y eludir la censura, aun en los tiempos del Código Hays.

Cadáver exquisito Hollywood probablemente haya muerto definitivamente. Ya en los últimos años, el sistema de producción y distribución se había transformado tan radicalmente que los grandes dinosaurios de la industria sólo atinaban a protestar por la supremacía de las plataformas de streaming en la ceremonia de los Oscar, donde había, por otro lado, cada vez menos “estrellas”. El tiro de gracia probablemente haya sido la pandemia de COVID-19, que parece haber obturado la idea misma de “ir al cine”, esos palacios plebeyos de antaño, luego convertidos en livings comunitarios en los que, como todo el mundo sabe, la tos misma se contagia de unx a todxs. ¿Quién sería capaz de someterse a semejante estrés para ver una película mediocre? Habrá quienes vivirán esa muerte glamorosa como pena. Pero habrá quienes la aprovecharán para inventar un arte nuevo, si es que todavía tiene sentido la invención de un arte separado de los otros, animado por la jactancia de ser verdaderamente representativo de la época que nos toca vivir. Pero, en definitiva, el gran arte se reconoce siempre en los anuncios de su muerte, de modo que a lo mejor el cine muestra su agonía para mejor sostenerse en ese abismo incómodo del muerto-vivo.
En todo caso, parece ser la hora de los bellos discursos: Érase una vez en Hollywood (2019) de Tarantino, que repite el título en castellano de That's Entertainment! (la recopilación de archivo de la Metro de 1974 que es casi como una confesión de partes: festejemos nuestros cincuenta años no con algo nuevo, sino con pedacitos de lo viejo), y Hollywood, producida y guionada por Ryan Murphy y recién distribuida a través de Netflix permiten pensar en la enfermedad de esa fábrica de ilusiones que fue Hollywood, sobre todo en su época dorada.

Universo alternativo. Hollywood cuenta una historia en siete capítulos y se deja ver con ligereza y alegría. No es una gran serie (muy lejos de las temporadas buenas de American Horror Story y, sobre todo, de Feud, 2017, sobre la rivalidad de Bette Davis y Joan Crawford) pero al menos no es estridente y, sobre todo, sostiene su amabilidad hasta el último plano. La historia comienza en la inmediata posguerra y focaliza su atención en un hipotético estudio Ace que funciona de acuerdo con la lógica de los grandes estudios. La mayoría de los personajes son ficcionales pero hay algunos inspirados en caracteres frecuentes en los libros de historia del cine: Rock Hudson, Henry Wilson (desempeñado por Jim Parsons, oh sí, Sheldon Cooper) sobre todo. Wilson fue agente de Rock Hudson (nombre por él inventado) y fue quien le propuso en 1955 que se casara con Phyllis Gates para ocultar su estridentísima homosexualidad. El matrimonio por conveniencia duró hasta 1958.
El otro personaje “real” que conviene mencionar es Hattie McDaniel, que ganó en 1940 el Oscar a la mejor actriz de reparto por su personaje Mammy en Lo que el viento se llevó. Fue la primera afrodescendiente en obtener la estatuilla, pero por política racial no pudo entrar al teatro donde se hacía la ceremonia hasta que el sobre fue abierto. Ése es el Hollywood que Ian Brennan y Murphy eligen ficcionalizar y dar vuelta como un guante: una fábrica hipócrita de ilusiones perdidas, fundada en el racismo extremo, la homofobia, la transfobia y la misoginia que en la serie se resuelve en la asunción orgullosa y desafiante de la propia identidad y la propia fuerza.
Hollywood pudo ser de esa otra manera, nos dicen los guionistas: un lugar donde las parejas homosexuales y/o interraciales pueden ir de la mano a las ceremonias de premiación, un lugar donde las mujeres no son relegadas al papel de sirvientas o secretarias resentidas, un lugar donde el color de la piel o la identidad de género no necesariamente determina el tono de la historia a ser contada. Un lugar donde la autenticidad y la verdad se dan la mano con la justicia y el amor universal.
Ahora bien, si el Hollywood de los años cuarenta hubiera mutado en esa dirección lo que habría que preguntarse es cuáles habrían de ser (más allá de la mera voluntad de los protagonistas) las condiciones necesarias para esa mutación y, sobre todo, cuál habrían de ser sus consecuencias.
Sobre lo segundo, hay una respuesta clara: el extraordinario libro de Kenneth Anger Hollywood Babilonia no habría podido ser escrito. Tal vez su primer tomo, pero en modo alguno el segundo. Hollywood Babilonia (1959) muestra impiadosamente la hipocresía de una comunidad que exaltaba los valores tradicionales de la familia, la propiedad privada y la obediencia a las normas, a través de un sistema de individualidades (el famoso star system) entregadas a todos los excesos y todas las “desviaciones”, incluidos, claro está, los delitos (lavado de dinero, violación, asesinatos, etc.).

El triunfo de la voluntad. En cuanto a lo primero (las condiciones para una mutación semejante), Hollywood parece insinuar que con un poco de coraje y un poco de determinación alcanza. Con una mujer como la esposa del dueño del estudio (desempeñada extraordinariamente por Patty LuPone), un director semifilipino, un guionista y una actriz afrodescendientes y un par de homosexuales dispuestos a mostrarse al mundo tal cual son se resuelve todo prejuicio porque no hay, en la perspectiva de Murphy, condiciones estructurales que justifiquen el mal social: la discriminación, el aplastamiento de las aspiraciones, la subalternización y las fantasías de exterminio.
En situaciones normales habría que pedirle cuentas a Ryan Murphy por haber propuesto un cuento de hadas autocomplaciente que parece querer justificar la estructura de la siniestra imaginación hollywoodense (es decir, de la cultura de masas) a partir del triunfo de unas voluntades que encuentran la forma de hacer dinero incluso a partir de la insurrección callada de unos pocos. Como estamos en situación de pandemia, le agradecemos esta fábula inconsecuente y ligera, que nos lleva a un sueño algodonoso de la mano de Rock Hudson y su novio negro. Mañana, sin embargo, habrá que volver a pelear las mismas batallas para salir de una estructura de opresión e hipocresía.

sábado, 2 de mayo de 2020

La crueldad

por Daniel Link para Perfil

Hace dos meses que no veo a mi nieta Juana. Me mandan fotos, me mandan videos. El otro día, mi yerno entró a una clase remota mía con ella. Me cuentan que preguntó: “¿De qué habla el abuelo Daniel?”.
Hablaba, sin nombrarla, de ella. De la extrañeza de estos tiempos violentos e injustos y de nuestra imposibilidad para encontrar una salida. Y de la necesidad de encontrar una salida para no volvernos locos o no matarnos.
Mi vida no ha cambiado demasiado desde que empezó la encerrona, pero ¿no poder verla a ella, no poder ver a mis hijos? ¿En nombre de qué? ¿En qué apuntalar una esperanza sino en estar con ellos y para ellos?
Yo había dejado de fumar, antes de la encerrona. Un cigarrillo por día. Después me fui al carajo. ¿Para qué, si no puedo ver a mis hijos y a mi nieta?
¿Para qué, si ella ya empezó a simular que lee y pronto lo hará de verdad y yo no he podido participar de ese proceso?
Tengo salvoconductos para circular por la calle. ¿Para qué, si no voy a poder ir a verla porque los porteros de su edificio van a denunciarme? ¿Para qué, si no me van a dejar que la acompañe a dar una vuelta manzana?
Alguien, en la clase que ella oía sin entender bien, me preguntó a qué me refería con “imagen”. Me refería a una imagen mental, a una imagen intelectual, que puede o no tener realización verbal o visual. Cité Lo imaginario de Sartre, donde al mismo tiempo que se define la conciencia imaginante se describe la pobreza esencial del registro (“unas cualidades que se lanzan hacia la existencia y que se detienen a mitad de camino”).
La existencia de mi nieta es la única garantía de la mía. Condenarme a sólo poder acceder a ella a través de imágenes paupérrimas es de una crueldad a la que yo nunca estuve sometido, nunca. Es como si Juana fuera sólo un recuerdo, un personaje del pasado, como si su cuerpo no tuviera nada que ver con el mío, como si yo fuera solamente “a mitad de camino”.