sábado, 11 de julio de 2020

La restauración

Por Daniel Link para Perfil

Uno de los muchos grandes defectos de Games of Thrones fue haber postulado una “Edad Media” sin catolicismo, como si se pudiera pensar un orden social sin el imaginario que le sirvió de fundamentación y de consuelo. Como el asunto narrativo se volvía insostenible sin el recurso religioso, en las últimas temporadas introdujeron un culto bastante fanático ante el cual hasta los soberanos debían rendir cuentas.
Pero la religión suscita las pasiones más apabullantes y más ominosas: la destrucción, la depuración, la aniquilación necesitaron siempre de ese componente irracional de la fe sin fisuras (o de su negación a rajatabla). La religión es siempre una religiosis (así como hay cuarentena y hay cuarentenosis).
En los últimos días nos hemos enterado de que una estatua de la Sirenita fue vandalizada: sobre ella se escribió la leyenda “Pez racista”. Quiero creer que la caracterización se refería principalmente al personaje de Disney (que toma el motivo de Andersen pero lo lleva hacia otro lado).
Yo, que alguna vez fui un sirenólogo febril y que he leído a Propp, a Bruno Bettelheim y a Greimas, he analizado mil veces los cuentos infantiles con una perspectiva crítica que destaca, por ejemplo, que “La Cenicienta” es el cuento del ascenso social, “Hansel y Gretel” es el cuento de la liberación respecto del poder maternal y “La sirenita” es el cuento de la desobedicencia al mandato paterno.
Puede comprenderse la ola de iconoclasia respecto de quienes promovieron un orden racista cuyo penúltimo mártir se llama George Floyd, pero es difícil colocar a la Sirena en ese mismo sitial de odio. “¿En qué sentido es racista la Sirenita?
En la historia de las ideas, la sirena era en principio un monstruo mitad mujer y mitad pájaro, víctima de la discrimación de los olímpicos (que despreciaban su canto). El catolicismo le agregó una segunda segregación al transformar la cola avícola en cola ictícola: la sirena medieval es ya la fuente del deseo sexual descontrolado y vicioso. Andersen excava en esa cantera y recupera a una Sirenita que desoyendo el mandato paterno, niega su condición física monstruosa (desclasificada) para humanizarse. Y Disney le da a la historia una vuelta de tuerca: la desobediencia no se paga con la muerte (Andersen), sino con la felicidad de un garche sostenido en el tiempo. ¿Qué debía haber hecho la sirena? ¿Obedecer al padre y salir de su cuarentena marítima sólo una vez al año para ver pasar los pájaros por el cielo?
El asunto parece trivial pero no lo es. Ciento cincuenta intelectuales (Chomsky, Margaret Atwood y Martin Amis entre ellos) acaban de publicar una carta donde deploran que, como rechazo del ultraliberalismo de derecha surja una posición igualmente autoritaria que, en nombre de valores progresistas, defienda la coerción, la censura y la persecución. La restauración del fanatismo religioso y nada más.


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