La epidemia como política
(Adriana Hidalgo) reúne las extraordinarias reflexiones de Giorgio
Agamben a lo largo de los últimos meses. Como se sabe, Agamben fue
muy crítico con el manejo de la pandemia, la forma de manipular lo
viviente en un contexto de terror generalizado y la imposición de un
estado de excepción que suspende la vigencia de la Ley y, mucho más
gravemente, destruye el lazo social y comunitario.
La posición de Agamben, que se
asentaba en algunos principios muy sólidamente desarrollados en sus
libros, fue impugnada entre nosotros con una violencia desconocida.
Cuando se volvió evidente que no había forma de salir de la
encerrona, muchos y muchas convinieron en que Agamben (que no es, y
nunca fue, un liberal) no había estado tan equivocado.
Por supuesto, es que nuestra propia
realidad nos tiene tan entretenids que se nos vuelve difícil
detenernos en principios filosóficos sobre la vida en común, sobre
el tejido social, sobre las condiciones en que se desenvuelve lo
viviente, asomado a un abismo inconmensurable como hace mucho tiempo
no sucedía.
Aquí bailamos la contradanza caduca de
civilización y barbarie, unitarios y federales, populistas y
liberales. Ninguna idea nueva sale de las galeras o las alpargatas de
quienes bailan mecánicamente la musiquita tarada del siglo XIX.
Alguien se ilusionó, por ejemplo, con el Ingreso Universal Ciudadano
(ya descartado). Alguien pensó que podría impulsarse una
reformulación progresiva del sistema impositivo o un conjunto de
leyes de reorganización territorial, pero hubo otras urgencias
incomprensibles: toquetear los tribunales para beneficio de no se
sabe quién, pero seguramente no de quienes más sufren la
prepotencia de la Ley (ninguna referencia a la tutela judicial
efectiva, ninguna herramienta que promueva las acciones judiciales
colectivas, ninguna democratización verdadera del acceso a la
justicia).
Yo creo que la clave fue dada por el
ministro de seguridad de Buenos Aires en uno de sus habituales
Bernissages: en su cuenta de Instragram publicó un videito autopromocional con montaje y música de película de acción clase
B. Hacia el final un letrero dice: “Gestión basada en
hechos reales”, lo que significa que vivimos en una ficción que
adapta sin rigor algunas realidades. De la verdad (esa obsesión
filosófica), nada. De la justicia, tampoco. Del rigor de la
representación, ni nos hablen. Cada uno apuntala su propia sombra. Y
nada más.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario