sábado, 26 de diciembre de 2020

El ano solar*

Por Daniel Link para Perfil

¿Cuántas veces habré dicho que los bisiestos son funestos? ¡Espero que éste demuestre a mis detractores que mi convencimiento no es (nunca lo fue) una mera superstición sino una certeza fundada en verdades matemático-antropológicas.

¿Qué es un año bisiesto sino una aberración del año solar? La tierra tarda en dar la vuelta al sol exactamente 365 días 5 horas, 48 minutos y 45,10 segundos. Ése es su ritmo natural y, en consecuencia, también el ritmo de todo lo viviente.

Para simplificar el asunto, los diferentes calendarios (el egipcio, el juliano-romano, el gregoriano) establecieron en 365 días la duración del año. Las casi seis horas “perdidas” en los cómputos de los funcionarios se agregan de una vez cada cuatro años.

La invención tiene su costado amoroso: cuando Julio César conoció a Cleopatra, supo que ella tenía un calendario mejor que el suyo. Encargó a Sosígenes que le copiara el modelito egipcio. El 46 a.c. (año “juliano” o de “la confusión”) fue el más largo de la historia (445 días), porque hubo que corregir siglos de desbarajuste calendario.

Desde entonces, se llama bisiesto a cada año con un día agregado porque en el calendario juliano se hacía coincidir ese día extra con el sexto días antes de las calendas de marzo (ante diem sextum kalendas martias), el 24 de febrero. Con el tiempo, ese día repetido (como en El día de la marmota) se llamó sencillamente Bi-sextum.

Semejante manipulación del tiempo natural tuvo sus consecuencias.

Cada 1.460 años (que son los caracteres que esta protesta ha ocupado desde el comienzo hasta la palabra “consecuencias”) habría que agregar un año adicional, por la sumatoria de días sueltos agregados a los bisiestos. Creemos atravesar el 2020 pero en verdad estamos terminando el 2021 porque nadie se atrevió a saltearse un año entero en los calendarios. Por el otro, Julio César y Augusto agregaron un día a los meses que los celebraban (ambos salieron, por supuesto, del pobre mes de febrero, “el más desafortunado”). Caprichos de los líderes del mundo.

Yo pienso que esa pequeña astucia de la razón y de los poderosos ha sido nuestra ruina porque nos hemos desencajado de los ritmos naturales. Es lógico que, cada cuatro años, la tierra tiemble ante la osadía de haber redondeado su paseo celestial. No sé cómo han resuelto el asunto quienes usan calendarios diferentes del nuestro (el calendario musulmán se basa en ciclos lunares y no solares).

¿Qué son los días ficcionales y caprichosos y los años desajustados sino un atentado a la integridad de lo viviente? El cálculo imperial-capitalista interfiere con el ritornello, sin el cual no hay felicidad posible.

Destinemos lo que queda de este año funesto a la celebración del reverso de la revolución solar, esa otra revolución que nos salva del cálculo falaz y nos devuelve al ritmo del mundo.

*El título apareció levemente cambiado en la edición de Perfil

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

La expresión americana

Por Daniel Link para Perfil

Joseph Pierce, un querido amigo ciudadano de la Nación Cherokee, acaba de publicar un artículo en el que se refiere a un episodio de intolerancia que sufrió cuando osó criticar “una performance chilena por su utilización de cuerpos negros como elementos de adorno monstruoso” (se trata de Cuerpos para odiar). Se lo acusó de colonialista, y de extractivista. Se lo consideró lisa y llanamente un agente del Imperio, sin reparar en lo que podía haber de común entre su situación como integrante de una nación subalternizada en el hemisferio norte y los grupos subalternizados en el hemisferio sur de Abya Yala (las Américas), para usar las palabras de Joseph.

El prejuicio de que cualquiera que viva en los Estados Unidos es cómplice de todos los atropellos que pudieran asignarse a la política exterior de ese país es fácil. Pero tal vez no sea intelectualmente honesto, y la historia nos lo demuestra. 

En 1836, Ralph Waldo Emerson publicó anónimamente el libro Naturaleza, que se abría con la pregunta “¿Por que no habríamos de disfrutar también nosotros de una relación original con el universo?” y se cerraba con una exhortacion a “construir un mundo propio”. Al año siguiente pronunciaría su célebre conferencia “The American Scholar”, que fue considerada la Declaración de Independencia literaria, una escritura de enmienda o mejora de la propia Constitución de los Estados Unidos de America. Si “El Scholar americano” es, probablemente, el texto original de la descolonización, Los condenados de la tierra de Frantz Fanon es el texto final de la perspectiva decolonial.

Sabemos la importancia que tuvo Emerson para Sarmiento, quien, cuando se entero de su muerte, escribio en El Nacional de Buenos Aires: “Emerson. ¡Los dioses se van!...”.
Algunos años después, Jose Ingenieros dedicó un curso a Emerson, publicado luego como Hacia una moral sin dogmas, cuyo sentido se mezcla inexorablemente con el de la Reforma del 18. Allí señala que una cierta “filosofía social” llegó simultáneamente a las dos Américas. Emerson y Echeverria fueron el alma de agrupaciones (el Club de los Trascendentales, la Asociación de Mayo) alentadas por idénticos principios. En la perspectiva de Ingenieros Emerson aparece como un miembro excéntrico de la Generación del 37.
Antes podía pensarse en una cierta traducción de políticas (decoloniales entonces, ahora antirracistas) de un hemisferio a otro. ¿Por qué hoy no?

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

sábado, 12 de diciembre de 2020

Greta (2014-2020)

En octubre había cumplido seis años y esta mañana temprano nos avisaron que había muerto. Greta fue uno de los caprichos de mi mamá, que quiso reemplazar una perra muerta por otra, en un período en el que no abundan las crías disponibles. 

Tuvimos que recurrir a un criadero de schnauzers, donde quedaba sólo ella de su camada. Greta era hermosa y muy inteligente. Fue la única perra que acataba órdenes sencillas y que parecía reirse (con sus ojos achinados apenas visibles detrás de su flequillo). 

Adoraba revolcarse por el barro, después de la lluvia, pero con los años empezó a tenerle miedo a las tormentas. Regábamos juntos y ella pretendía morder el agua de la manguera.

A Niro, el perro adulto que la precedía, lo volvía loco a mordiscones y sabe Dios cuántas cosas rompió mientras crecía (trapos colgados, cajas de cartón, almohadones). 

Como guardiana, tenía sus manías: aceptaba sin problemas a las mujeres, pero a los varones (incluso a los de la familia que no veía con regularidad) les ladraba con un vozarrón que te hacía temblar las piernas. Creo que compartía con mi mamá, que la malcriaba, ese rasgo de misantropía.

Hace dos años una picadura de garrapata le produjo una erliquiosis, cuya secuela fue una leucemia mieloide crónica, que nos obligó a involucrarnos en el mercado de la sangre canina. El jueves pasado hizo mucho calor: tanto ella como Niro estuvieron muy tirados. A la noche, ella vomitó sin parar. A la mañana del viernes, se instaló al lado de la tumba de Cartulina, que murió hace apenas tres semanas, como diciendo: acá me quedo. La llevamos al veterinario donde le dieron unas inyecciones que no surtieron efecto. Empeoraba. La llevamos a internar para que la estabilizaran: vomitaba y cagaba sangre. Esta mañana el teléfono sonó temprano y yo ya sabía: Greta había muerto. Odié el lugar común del pobre tipo que me lo comunicaba: "Luchó hasta último minuto", porque yo sabía que no era cierto.

La tierra, que ella tanto necesitaba, ahora le va a tomar hasta los huesos.



Mi nieta va a preguntar "¿Dónde está Greta?" y algo tendremos que inventarle sin que note la pena extraordinaria que nos abruma.





Terror doméstico

Por Daniel Link para Perfil

En una playa de Perdido Key unos desprevenidos paseantes se asustaron al encontrar un cuerpo humano decapitado, cuyo cadáver estaba totalmente cubierto de conchillas, algas y otros naturales del océano. Llamaron al 911, pero antes de que llegaran alguien se dio cuenta de que era un maniquí.

La confusión, tan americana, replicó la de esa vez que una mujer de Virginia Beach alertó a la central de emergencias porque había un cadáver de mujer en su jardín. Seis patrullas de policía, un camión de bomberos y los equipos médicos especializados descubrieron que el presunto cuerpo desnudo era en realidad una muñeca inflable “realista”.

Los muñecos antropomórficos en escala 1:1 son lo suficientemente inquietantes como para inspirar historias de terror (de Metrópolis a Psicosis, claro; pero mucho más cerca: Las hortensias del uruguayo Felisberto Hernández).

Yo sufro uno de esos sobresaltos que me ponen al borde de la parálisis cardíaca cada vez que visito el estudio fotográfico de mi marido, en el piso de arriba, quien de este modo, calibro, asegura su privacidad.

Cada vez que voy al baño veo, por el rabillo del ojo, un ser humano desnudo parado en la bañera a punto de atacarme.

Por supuesto, es un maniquí que él usa ocasionalmente para sus producciones. Yo lo sé, pero cada vez grito como en una pesadilla, como si me encontrara en un callejón a oscuras rodeado por jugadores de rugby, operadores bursátiles o abogados previsionales. Inerte, el maniquí es el soporte de los monstruos personales.

viernes, 11 de diciembre de 2020

El Mal absoluto

El auto huele a sangre fresca. Si me detuviera la Policía de la Provincia de Buenos Aires no sé qué explicación les daría. Dentro de una bolsa negra de consorcio metimos un hule negro ensangrentado en el baúl.

Pero, de todos modos, parte de la sangre chorreó en el tapizado del baúl, en mis crocs, en mis pies.

Han sido tres semanas de pesadilla desde la muerte de Cartulina,  que trataré de poner en limpio en cuanto recupere un poco de equilibrio.

Esta mañana, después de haber estado vomitando toda la noche, Greta se instaló al costado de la tumba de Cartulina, donde nuestro jardín se confunde con el bosque salvaje. 

La llevamos de inmediato al veterinario porque sabíamos que la perra ya se había instalado en la muerte. Le pusieron unas inyecciones para proteger su aparato digestivo sin éxito: seguía vomitando sangre. 

La cargamos en el baúl del auto (usando una hamaca paraguaya de camilla) y nos fuimos a la Clínica Veterinaria donde le habían hecho una punción hace dos años. En el camino, cagó sangre.

Nos empapamos en la sangre sacrificial de la perra, que quedó internada, intubada, hasta mañana. No sabemos cómo se resolverá su cuadro clínico. 

Pero es evidente que esta noche deberemos salir a matar a los fantasmas que se han apoderado de nuestra vida cotidiana. En memoria de Cartulina y, tal vez, para salvar a Greta de las garras del Mal.



 

sábado, 5 de diciembre de 2020

El mundo del lenguaje

por Rafael Spregelburd para Perfil

Tal vez la ortografía no sea más que un ritual reverencial por el detalle. A mi hijo le da lo mismo el invierno que el imbierno y no comparte mi desesperación, que explico mal, como casi todo lo que le explico. Tampoco me dejo llevar por el encanto de “Dios está en los detalles”, frase adjudicada a San Agustín, a Flaubert y sobre todo al arquitecto Mies van der Rohe, que es donde mejor se ve con cosas. La filmación en la que estoy demanda que respondamos un cuestionario médico. Cada día por WhatsApp me llegan de un laboratorio en Estados Unidos unas preguntas para responder con sí o con no. Es obvio que todas son no, salvo que tenga síntomas. Pero el cuestionario ha quedado en las pinzas de algún robot y mi tozudez no sabe de chips: escribo que no utilizando mayúscula para empezar la frase y punto al terminar. Queda así: No. El protocolo no reconoce mi prolijidad. Me dice que es incorrecto y que responda por sí o por no. Es lo que hago, les digo. Otra vez el robot: por sí o por no. Me lleva un tiempo deducir lo que ya sé: que el protocolo es fotosensible a la ortografía y que es “no” sin punto ni mayúscula ni nada. Y en el caso de poner “sí”, además, deberá ser sin tilde, por motivos que prefiero desconocer. Una profunda indignación superficial me anega el alma y es aquella indignación que elijo permitirme para olvidar rugbiers, epidemias y decesos. ¿Por qué me obligan a abandonar una convención tan plana como la ortografía y adherir a otra igual de convencional como el error? ¿Para qué? ¿Qué ganamos? Si yo fuera ese robot estadounidense aceptaría bien gauchito por válidas todas las respuestas, mal o bien escritas. Pero el destino ha querido que sólo empiecen a tener valor las que están mal. Cuando esto se extienda al resto de las superficies que pueden ser tocadas por el error estaré verdaderamente preocupado. Después de todo, vivimos en el mundo del lenguaje para no tener que ocuparnos del dolor real, ese que no podemos manejar con convenciones. 


Cosas de negros

por Daniel Link para Perfil

Qué asco lo de estos chicos de Los Pumas. No tanto los chistes imbéciles (¿quién no ha pronunciado alguna vez alguno?) sino que se pretenda que esas son cosas de adolescentes rebeldes, con las hormonas desarregladas.
¿Intervino el INADI de oficio? ¿O, como suele ser su costumbre, reservó sus energías para otras causas (nunca las que importan verdaderamente)?
Los chicos de la verdulería donde suelo aprovisionarme consideraron que los recuperados exabruptos de esos inexcusables jugadores los habilitaban a decir similares barbaridades. A la tercera estupidez los paré en seco: ¿pero vos te miraste al espejo? ¿pero vos sabés qué sangre corre por mis venas? Como argentino, les dije, yo tengo sangre indígena y sangre probablemente negra (independiente de la coloratura de mi piel), aunque mi apellido parezca muy centroeuropeo. “Atlanta” murmuró uno mientras pesaba las papas, y simulé no oírlo.
Yo no sabría ahora decir en qué momento empecé a soportar mal los índices de una manera de pensar la relación entre los lenguajes (o los discursos), lo mundano, lo viviente y lo universal. En todo caso, de pronto, la expresión “expresión latinoamericana” se me apareció y me exigió un compromiso.
Todo lenguaje, es, en principio, un gesto. Es decir: la “expresión”, ese acontecimiento de discurso, pone en contacto una(s) lengua(s) y uno(s) cuerpo(s). La expresión americana (que involucra tres dimensiones: lo viviente, lo discursivo, la escritura) pasa del gesto al estilo hablado y del estilo hablado al estilo escrito.
Pedro Henríquez Ureña, el más grande filólogo que dio este continente, había elegido para la primera lección de la Gramática castellana que hizo junto con Amado Alonso un fragmento de la Excursión a los indios ranqueles de Mansilla. El fragmento da el mismo escalofrío que los tweets de los rugbiers (dice lo mismo).
La Excursión de 1870, tan transitada por nuestras juventudes porteñas, es contemporánea de un libro de poemas al que hay que rescatar del archivo. Se trata de Horas de meditación (1869) de Horacio de Mendízabal (1847-1871).
 

 

El libro sale en 1869, el autor muere dos años después, durante la epidemia de fiebre amarilla mientras ayudaba a las víctimas como secretario de la junta popular presidida por el doctor Roque Pérez.
El afroporteño Horacio de Mendízabal se pregunta en el prólogo del libro: “¿Tendríais horror de ver un negro sentado en el primer puesto de la república? ¿Y porqué, si fuese ilustrado como el mejor de vosotros, recto como el mejor de vosotros, sabio y digno como el mejor de vosotros? ¿Tan solo porque la sangre de sus venas fue tostada por el sol del África en la frente de sus abuelos? ¿Tendríais horror de ver sentado en las bancas del parlamento á un hombre de los que con tan insultante desdén llamáis mulato, tan solo porque su frente no fuese del color de la vuestra? Si eso pensáis, yo me avergüenzo de mi pueblo y lamento su ignorancia.”
Para los suprematistas blancos de la generación del ochenta y los rugbiers de hoy y de mañana es un poco demasiado. Mejor es poner a los afroporteños en su lugar y que sea lo que Dios quiere (si bien no hay estadísticas que corroboren la sospecha de que la fiebre amarilla diezmó particularmente a la población afroporteña, lo cierto es que después de 1871 declina aceleradamente).
La expresión americana se articula en la tensión entre lo europeo, lo indígena y lo negro. La heteretopía latinoamericana (correlativa de su heteroglosia expresiva) es muy radical: no tiene historia, ni inteligencia, ni pueblo y su tarea es la construcción de esas tres dimensiones: darse una historia, sostener una inteligencia, inventar un pueblo (que falta).
Hay que construir, para eso, un lugar de enunciación novomundano, hacer de America no solo un tema obsesivo, sino una perspectiva, y una hipótesis de futuro. O como dijo Pedro Henríquez Ureña, ese negrito dominicano: “si no nos decidimos a que [América] sea la tierra de promisión para la humanidad cansada de buscarla en todos los climas, no tenemos justificación”. 
Eso es algo más allá de toda necesidad y toda posibilidad, es una exigencia.