Por Daniel Link para Perfil
En una entrevista reciente, Alejandro Katz caracterizó a la nuestra como una “sociedad fallida” y sostuvo que “lo que tenemos que empezar a decirnos es que la Argentina ha dejado de existir”.
Le escribí de inmediato lamentando su diagnóstico penoso (pero difícil de refutar) y le dije: “Hagamos algo”.
El problema va a ser, naturalmente, a quienes incluye ese plural del que depende todo.
Pienso, naturalmente, en Chile, un país que siempre nos pareció rarísimo y que, de pronto, nos da lecciones de democracia intensa. El domingo pasado, los constituyentes elegidos para redactar una nueva Carta Magna que reemplace a la actual, pergeñada por Pinochet y sus secuaces, consagraron como presidente de la Convención (con 96 votos en segunda vuelta) a Elisa Loncón, doctora en literatura, lingüista y activista mapuche.
¿Se imagina alguien un proceso semejante en Argentina, donde el resultado de la elección chilena (el triunfo de las fuerzas de la izquierda independiente y el partido comunista) fue condenado en la prensa como la venida del Anticristo?
¿Quien se animaría a dejarse representar en una Convención Constituyente argentina? ¿Y por quién, por cuál forma del resentimiento? ¿La de esa señora que mandó a los argentinos que quedaron varados no sé dónde a vender empanadas en las esquinas? ¿La de ese gobernador que cobra peaje para entrar a su provincia? ¿O la de ese ecónomo que todavía considera que el Sr. Cavallo fue el mejor ministro de la historia? Hagamos algo, sí, pero que se parezca a Chile.
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