Más bajo no se puede caer, creo (pienso mientras reviso la cotización de mis cibercoins). No me refiero a las vacaciones pagas con séquito de la Sra. Pampita en Punta Cana, ni al dilema del FMI (al que de todos modos no vamos a pagarle) ni a las alabanzas más insensatas a los regímenes más homofóbicos del globo.
Me refiero a los al menos 23 muertos por la venta de cocaína adulterada con un opioide o un precursor, la mitad de los cuales ni siquiera llegaron al hospital. Casi todos ellos eran varones de entre 30 y 40 años, habitantes de esos barrios populares que antes se conocían como "villa miseria".
En Pulp Fiction Mia Wallace confunde, por golosa, un sobre de heroína con uno de cocaína y se inhala una generosa línea que la deja al borde de la muerte. La llevan a lo de Lance, donde Jody, la esposa del dealer, le administra una inyección de adrenalina (o algo así) que la salva por milagro. No es el caso de esta pobre gente, que fue llevada a la muerte por razones de salud pública y de seguridad ciudadana.
En este punto tuvo razón en su recomendación enfática el Sr. Berni, “descártenla”, y muy penoso el verdugueo del Sr. Fernández, como si su función fuera sólo decir “qué barbaridad” y pasar de página.
Más bajo no se puede caer... Que a una pobre gente le vendan veneno sin que lo sepa y que eso no haya sido previsto ni por los servicios de inteligencia (que aparentemente se encargan de espiar sólo a los políticos) ni por las fuerzas de seguridad y que, además, el tema no convoque a una marcha pública de repudio en contra de un Estado que de presente sólo tiene lo griego (“presente griego”) asquea un poco. Que Rosario (que alguna vez fue la Chicago argentina) acepte el espantoso título de la Sinaloa sudamericana (16,4 homicidios por cada 100.000 habitantes cuando el promedio nacional es de 5,3) pone los pelos de punta.
El Sr. Berni acertó nuevamente cuando dijo que el paradigma de combate al narcotráfico ha fracasado. ¿Entonces, qué?
Lloremos y respetemos a los asesinados por un sistema de seguridad pública que abandonó el control del narcomenudeo a las corruptas policías locales.
Lloremos y respetemos a los asesinados por un mercado sin control y sin límites.
Nos queda la esperanza de que alguna vez cese la criminalización de la producción y el consumo de sustancias recreativas y que la gente pueda aspirar (sí, aspirar) a no morirse de pobreza, de abandono, de mala educación.
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