Por Daniel Link para Perfil
Caja Negra publicó las cartas de John Cage con el título de Escribir en el agua, editadas por Laura Kuhn y traducidas por Gerardo Jorge, quien les ha agregado un prólogo en el que subraya algo sobre las que estas cartas no dejan de decirnos cosas: la disolución del self, la suspensión de todo intento de controlar la materia sonora, la busca de una expresividad que no sea ya del sujeto sino del mundo. Una “ecopoética” que dice que el arte no es un antropomorfismo, sino un geomorfismo, la canción de la Tierra que, en nuestros tiempos (que son también los de John Cage) ya es un compuesto indiscernible junto con la técnica.
El primer poema que Jonathan o John Jr. Cage publica se llama “Song Ghosts”. Aparece en Manuscript, la revista literaria del College de Pomona al que asistía y ya desarrolla un tema que lo acompañará toda la vida: “Y hay una canción / Que está en el aire; que crece / Flota siempre lejos: una débil / pero oscilante melodía que fluye y se balancea”. Se trata del sonido ambiente y de la impersonalidad. La música está en el aire y, como sabrá siempre John Cage, se trata de oirla más allá incluso de la escucha.
Escribir en el agua es un libro de cartas “selectas”. Las correspondencias tienen una importancia relevante en relación con las operaciones de Cage, que insisten en la discontinuidad y en la parataxia: se puede entrar al libro por cualquier parte y salir a cualquier paisaje o diagrama que uno quiera. De allí que, cuanto más variado sea el repertorio de cartas que leemos, tanto más bifurcados y encantadores serán esos caminos. Conocíamos ya los epistolarios entre Cage y Boulez o los epistolarios entre Cage y David Tudor. Mucho más interesantes son estas cartas ordenadas sólo cronológicamente, donde los destinatarios se suceden y permiten imaginar diferentes recorridos e, incluso, olvidarnos de la grandes estructuras narrativas, expositivas o argumentativas. Leer sus cartas es tal vez el mejor homenaje que podemos hacerle a Cage. Siempre me pareció que la asimilación entre el arte de Cage y el de Schönberg (con quien tomó algunos cursos) era excesivo. Aquí, en una carta a Peter Yates (una de las tantas en las que tiene que protestar ante el amigo que nada entiende), Cage nos brinda la fórmula perfecta para dar cuenta de la distancia entre Satie (ese hito ineludible en la formación de la música que John Jr. ama) y Schönberg, al que caracteriza como un Beethoven neurótico, atrapado en el formalismo y, probablemente, un poco resentido por eso. “En cambio”, leemos, “Satie y Webern son libres y originales en sus formas”.
Hay un segundo momento en el que Satie divide las aguas. Más allá de la mutua admiración inicial, Boulez no podía entender el interés de Cage por Satie. Y Cage lamentaba que Boulez se preocupara demasiado por los controles minuciosos sobre sus composiciones. El alejamiento de los dos titanes de la música se produjo gradualmente luego de una intensa camaradería, de la cual hay pruebas suficientes en este epistolario delicioso. En noviembre de 1957, Boulez publicó en La Nouvelle Revue Française el ensayo "Alea" donde, si bien no mencionaba a Cage por su nombre, atacaba violentamente el uso “liberal” del azar. La grieta ya jamás podría restaurarse.
De un lado quedaba una concepción tal vez empantanada en los trascendentales de la composición (otro Beethoven neurótico), del otro una apertura al sonido que podía prescindir de todo plan e, incluso, de toda realización prevista y abrazar cualquiera de las aporías que sus críticos le echaban en cara (muchas veces, no sin razón). El asunto no es sólo estético sino que implica una geopolítica que bien puede entenderse como decolonial donde la pasión por Oriente de Cage juega un papel decisivo, junto con su reverencia a Henry David Thoreau, cuyos dibujos combinó libremente en Score Without Parts y retomó en Signals. Cage replicaba (en un rizo de retornos infinitos) también ideas de Emerson, que en su gran ensayo Nature (1836), describe un estado de percepción despersonalizada: "Me convierto en un globo ocular transparente; no soy nada; lo veo todo". Cage oyó todo.
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