Por Daniel Link para Perfil
Interrumpo mis lecturas de esta semana para escribir esta columna. Estoy leyendo (y fichando) las Memorias de Baigorria, las Memorias del ex cautivo Santiago Avendaño, la Excursión de Mansilla y las Correrías de un infiel de Baigorria. Antes había leído una vez más el Martín Fierro y La cautiva.
No hace falta que subraye el hilo conductor de mi interés: son los indios, esos “otros” de la patria (respecto de los cuales no tuvieron contemplaciones ni los liberales ni los populistas: Rosas fue tan exterminador como Sarmiento y Roca).
Esos a los que Alsina les ofreció su zanja como solución de las contiendas territoriales. Supongamos que esa propuesta multinacional hubiera triunfado. Hoy abominaríamos de las descripciones intolerables que hace José Hernández de la vida en las tolderías de su héroe criminal.
Mientras leía, de pronto aluciné auditivamente con el malón. Escuchaba el griterío de la indiada, al ritmo del kultrún y la trutruka.
Pero no, eran manifestaciones convocadas tal vez por las centrales obreras o por los movimientos sociales de izquierda que, a la misma hora, marchaban con diferentes destinos para protestar por exclusiones que, bien miradas, están inscriptas en la fundación misma de la Argentina, en la oposición entre Civilización y Barbarie, en la propaganda criollista, en las fantasías de homogeneización cultural y moral, cuando no de exterminio. David Viñas se había preguntado en Indios, ejército y fronteras: “¿por qué no se habla de los indios en la Argentina? ¿Y de su sexo? ¿Qué implica que se los desplace hacia la franja de la etnología, del folclore o, más lastimosamente, a la del turismo o de las secciones periodísticas de faits divers? Por todo eso me empecino en preguntar; ¿no tenían voz, los indios? ¿O su sexo era una enfermedad? ¿Y la enfermedad su silencio? Se trataría, paradójicamente, ¿del discurso del silencio? O, quizá, los indios ¿fueron los desaparecidos de 1879?
El punto de partida no fue tan letrado, sino una ocurrencia de Elisa Carrió, que en modo “gaucho con concha” (como le decía Manucho a Silvina Bulrich) produjo la copla “Si quieren que me vaya, / no tienen más que pedirme./ Pero no me callo más, / prefiero morirme”.
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