La guerra en Galizia
por Giorgio Agamben para Quodlibet
Hubo regiones del centro de Europa que han sido borradas del mapa. Una de ellas -no es la única- es Galicia, que hoy coincide en gran medida con el territorio en el que se ha librado una desgraciada guerra durante más de un año. Hasta el final de la Primera Guerra Mundial, Galicia era la provincia más alejada del Imperio austrohúngaro, fronteriza con Rusia. Al disolverse el Imperio de los Habsburgo, los vencedores, no menos injustos que los vencidos, la asignaron a la renacida Polonia, del mismo modo que Bucovina, que lindaba con ella, fue anexionada a Rumanía con igual capricho. Las fronteras, cada vez redibujadas con goma y lápiz sobre los mapas por los poderosos, dejan tiempo para ser encontradas, pero es probable que Galicia no vuelva a aparecer en los inventarios de la política europea. Mucho más importante que la cartografía es el mundo que existía en aquella región, es decir, los hombres que en el Königreich Galizien und Lodomerien (éste era el nombre oficial de la provincia) respiraban, amaban, se ganaban la vida, lloraban, esperaban y morían. Por las calles de Lemberg, Tarnopol, Przemysl, Brody (hogar de Joseph Roth), Rzeszow, Kolomea caminaba una mezcla abigarrada de rutenos (como se llamaba entonces a los ucranianos), polacos, judíos (en algunas ciudades casi la mitad de la población), rumanos, gitanos, huzulíes (que formaron una efímera república independiente entre 1918 y 1919). Cada una de estas ciudades tenía un nombre diferente según la lengua de los habitantes que la habitaban, en cada una de ellas las iglesias católicas se convertían a la vuelta de una esquina en sinagogas y éstas en iglesias ortodoxas y uniatas. No era una región rica, de hecho los funcionarios de Kakania la consideraban la más pobre y atrasada del imperio; sin embargo, era, precisamente por la pluralidad de sus etnias, culturalmente viva y generosa, con teatros, periódicos, escuelas y universidades en varios idiomas y un florecimiento de escritores y músicos que aún no conocemos. Fue este mundo el que se vio aniquilado política y jurídicamente de un día para otro en 1919, y fue a esta realidad polifacética e intrincada a la que la ocupación nazi (1941-1944) y luego la soviética dieron el golpe de gracia unas décadas más tarde. Pero incluso antes de formar parte del Imperio austrohúngaro, la tierra que llevaba el nombre de Halyč o Galitzia (según algunos, de origen celta, como la Galicia española) y que a finales de la Edad Media estuvo bajo dominio húngaro con el nombre de principado de Galitzia y Volinia, había sido disputada de vez en cuando entre cosacos, rusos y polacos, hasta que la Gran Duquesa María Teresa de Austria aprovechó la primera partición de Polonia en 1772 para anexionarla a su imperio. En 1922 el territorio se anexionó a la Unión Soviética, con el nombre de República Socialista Soviética de Ucrania, de la que se separó en 1991, acortando su nombre a República Ucraniana.
Es hora de dejar de creer en los nombres y las fronteras marcados sobre el papel y preguntarnos más bien qué ha sido de ese mundo y de esas formas de vida que acabamos de evocar. ¿Cómo sobreviven -si sobreviven- más allá de los infames registros de las burocracias estatales? Y la guerra en curso, ¿no es una vez más el fruto del olvido de esas formas de vida y la consecuencia odiosa y letal de esos registros y esos nombres?
24 de abril de 2023
Giorgio Agamben
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