por Daniel Link para Perfil
Las formas actuales del fascismo no necesariamente coinciden con las más clásicas, salvo en su fundamento: la movilización total de las fuerzas vitales en pos de un objetivo que desdeña la felicidad de los individuos o las comunidades movilizadas, un espacio jurídico en el cual los ciudadanos son abandonados por la Ley porque rige un estado de excepción cada vez más duradero e inquebrantable, un régimen de producción y acumulación que pone al trabajo esclavo en el centro de la máquina y, por fin, la desinhibición de las potencias destructivas que encuentran en un enemigo imaginario la ocasión de desarrollarse sin ningún titubeo ético.
Durante la pandemia vivimos de ese modo. Es un poco previsible que todavía no hayamos tomado conciencia de la gravedad con la que se torció el ejercicio de la vida ciudadana y, por eso mismo, es urgente reflexionar sobre las refinadas formas de ejercer las fantasías de exterminio con las que hoy convivimos.
Dos casos recientes bastarán. Hace unos días la sedicente periodista Laura Di Marco se desinhibió en relación con la salud de Florencia Kirchner, sedienta de la sangre de su enemiga imaginaria, la Sra. Fernández. La violencia del ataque fue tan inesperada como execrada por sus propios pares. Para salvaguardarse, la periodista se disculpó tardíamente, pero esperamos que el peso de la ley se le aplique para que entienda a qué cosas obliga la ética periodística.
En otro registro, el conductor Jay Mammon fue fusilado mediáticamente por una denuncia televisiva sobre la cual no hay otra prueba que el testimonio del denunciante. Todo el caso merece un análisis discursivo minucioso, pero baste señalar aquí que el conductor tuvo que irse del país ante la imposibilidad de continuar con su vida que, hasta donde la Ley manda, está alcanzada por el principio de presunción de inocencia. Pero el marco legal se dejó de lado e incluso fue perseguido en su destierro. Se nos informó en qué hotel paraba, con quién tomaba un café, se careó a sus amigos en España y ya se organizan “escraches” en su contra patrocinados por personas salidas de ambientes prostibularios.
Lo que se verifica es, una vez más, la creación de una “raza maldita” respecto de la cual desarrollar las fantasías de exterminio. No importa si se trata de la clase “kirchnerista” o de la clase “homosexual”, de lo que se trata es de una movilización total en pos de su exterminio.
Se dirá que en el caso Jay Mammon el acento se puso en la violación de la edad de consentimiento, pero es curioso que nadie haya recordado los mil y un casos de menores de edad de sexo femenino que se relacionaron con caballeros de la televisión.
Abandonados por la Ley, las “razas malditas” no pueden defenderse de la exclusión radical en la que las colocan: la madre que no nutre, el puto que amenaza el culo de tu hijo, esos monstruos del siglo XIX que vuelven hoy para disimular la crueldad de la política actual y venidera, que nos arroja a un afuera total de la dignidad ciudadana. De humanidad, ni hablar.
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