Por Daniel Link para Perfil
Mariano López Seoane acaba de publicar Donde está el peligro, un libro luminoso (organizado en ocho pasos) sobre las estéticas de la disidencia sexual que es, al mismo tiempo, un tratado de ética futura, para cuando se acaben los fascismos heteronormativos y los stalinisimos sexogenéricos. Leemos: “Desde múltiples costados se nos dice que el placer es algo que no puede anteponerse al deber, al bien, a lo correcto. Se nos dice desde la derecha más recalcitrante, se nos dice desde el catolicismo, pero también se nos dice desde la izquierda bienpensante. Me pregunto cuál sería el sentido de escribir un libro que tiene que ver con nuestras estéticas, y por tanto con nuestros deseos, nuestros afectos y nuestros placeres, a partir de ese mandato. No quisiera perder tiempo respondiendo. Las invito, en cambio, a recorrer mi galería de caprichos.”
Sobre todo en la frase final encuentro la clave para leer un libro destinado a quienes comparten con Mariano una sensación sobre el mundo: la perplejidad respecto de la normativización correctiva de la disidencia (sexogenérica). Donde está el peligro, pues, se revela como un enunciado doble, que tanto apunta a los regímenes patriarcales como a las nuevas comunidades sexo y género-disidentes, a partir de una cita tomada de un poema de Hölderlin: “Allí donde está el peligro / Crece también lo que nos salva” (Friedrich Hölderlin, “Patmos”).
El peligro (para unos y otros) no estaría tanto en la disidencia (en ese caso el libro se llamaría Dónde está el peligro) sino en la ética de su ejercicio, ligada al placer antes que al deber ser, es decir: antes al abandono gozoso que a las normas y los reglamentos.
Pero, además, la introducción usa (creo que sin demasiado entusiasmo y sin demasiada regularidad, porque tampoco se puede prestar tanta atención a la trivialidad) los inconsistentes plurales inclusivos declinados en -e. Al final, López Seoane opta salirse de la norma progre (metropolitana, universitaria y reticular) e incluye, a cualquiera que lo lea, en el plural de las locas: las invito. Por ese lado hace estallar las regulaciones de una sedicente disidencia que no recusa la norma, sino que elige reemplazarla por otra y que, por eso mismo, no es más inclusiva sino todavía más restrictiva que la previa.
Nosotras, las locas viejas, las locas de provincia, las locas apaleadas por la policía, siempre elegimos el universal femenino. A nadie se le pregunta si es cis o trans ni cuál es su género autopercibido o cuáles sus pronombres predilectos (para eso hay que saber primero qué cosa es un pronombre y qué cosa es la deixis), tampoco sus gustos sexuales: cualquiera integra el lote de nuestras amigas y las queremos sin ningún protocolo de por medio.
El libro razona sobre el carácter desestabilizador de la disidencia, inscribiéndola en diferentes regímenes de producción (fordismo y posfordismo) para verificar una tensión que tanto puede ir a parar a una liberación (porque la flexibilización y la desregulación del régimen posfordista son en cierto sentido liberadoras, y permiten y alientan la proliferación de disidencias sexuales, genéricas y afectivas) o, porque generan precariedad, a una nueva normalización: terminan alimentando nuevos correctivos imaginarios por parte del patriarcado. La indecibilidad sobre el carácter disruptivo de las disidencias sexuales aparece cuando éstas se asocian con las grandes marcas de la moda (que constituye el tema de uno de los capítulos): es como si la micropolítica se desentendiera de la macropolítica.
Habría que agregar: los integrantes de colectivos disidentes piden a los parlamentos dominados por la cisheteronormatividad que legislen sobre sus propias vidas, cosa que naturalmente, las parlamentarios hacen. Se crean, así, comités de vigilancia integrados por personas que nunca nos acompañaron en nuestras luchas históricas y que, ahora, sancionan la verdad de nuestros comportamientos y nuestras palabras, que someten nuestra ética y nuestra estética de la disidencia a un escrutinio potencialmente cancelatorio.
Por fortuna, Donde está el peligro sostiene una noción de estética que no puede desprenderse de una ética que sólo puede concebirse más allá de las regulaciones y diseña para nosotros un camino más alegre y, gracias a Mariano López Seoane, más sólida, como cualquier capricho.
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