sábado, 7 de octubre de 2023

Concilios europeos

Por Daniel Link para Perfil

Nada recuerda a la Edad Media tanto como los congresos académicos: los diferentes capítulos de las órdenes se reúnen para tratar los temas de la agenda teórico-política, mientras en las reuniones informales (cenas, pasillos) se discuten los temas de la vida cotidiana. En Roma, una joven doctorando se anuncia a si misma como trabajadora “precarizada”. En Lipsia (también conocida como Leipzig) se levantan las voces de indignación: “mis padres podían aspirar a comprarse una casa; mi generación ya no”, dice una joven española que trabaja en Londres. Una alemana que está a punto de mudarse a Canadá cuenta que ella tiene dos trabajos porque no consigue un puesto que le alcance para sobrevivir. Mientras esté en Canadá deberá dar clases remotas en Alemania (a las 5 de la mañana, por la diferencia horaria). En Valencia, una ola de jubilaciones permitió que jóvenes desocupados se presentaran a concurso. En algunos casos, hubo personas que estuvieron dos años encerradas, viviendo de sus familias, para poder llegar con los antecedentes necesarios. Uno de los brillantes concursantes quedó último en el orden de mérito, lo que le impedirá aspirar a un cargo docente.

Todo suena tan familiar para quienes venimos del otro lado del Atlántico, que verificamos la latinoamericanización de los ambientes académicos europeos. “A mediados del siglo pasado los docentes universitarios integraban el decil de los profesionales con mejor paga y valoración social”, recuerda una persona mayor. Los jóvenes doctores de todas las órdenes miran y asienten con melancolía.

El Estado de Bienestar (que tiene rango constitucional en Europa) se construyó lentamente a lo largo de los siglos. Ahora parece que el lapso de un par de generaciones ha alcanzado para llevarlo a su límite. Por supuesto, todo debería relativizarse un poco, pero la opulencia de los sectores más privilegiados de la clase media parece ser ya una cosa del pasado.

Cada quien volverá a su claustro, más o menos alejado de la mano del Dios que transforma el agua en vino, con la conciencia de que estamos todas en un mismo barco y que convendría buscar alguna salida global a la triste desarticulación de las humanidades públicas y su inmerecido desprestigio.

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