sábado, 30 de diciembre de 2023
Nombres olvidados
por Daniel Link para Perfil
Un amigo me cuenta que se va mañana para pasar fin de año en Anisacate. Le deseo suerte, buen año, etc. y lo envidio profundamente por poder salir de la insoportable intensidad metropolitana. Le comento que mis padres habían comprado un terreno en Anisacate, al lado del que había comprado mi tía, que construyó una casa (mis padres, en cambio, vendieron el terreno cuando nos mudamos a Buenos Aires).
En aquellos años en Anisacate sólo había un balneario medio pedorro y literalmente cuatro casas, una era la de mi tía. Nunca entendí esa decisión porque era evidente que cuando el lugar tuviera alguna infraestructura ni mi papá ni mi tía iban a poder disfrutar del lugar.
Recuerdo mal, pero intensamente esa casa. Tenía frutales (manía familiar), y un terreno en el cual el riesgo imprescindible nunca alcanzaba a tener algún efecto durante nuestras estadías. Hay una foto mía, recostado en uno de los camastros que usamos.
Hace dos años, en un ataque de melancolía, arrastré a mi marido a Anisacate. Antes habíamos pasado por mi casa en la ciudad de Córdoba, que me costó encontrar porque habían cambiando los nombres de las calles. Bah, mi calle, que antes tenía como denominación un número, ahora tenía un nombre. Panaholma, le pusieron. Me molestó un poco la decisión inconsulta (conmigo), pero el nombre es lindo, refiere a una localidad muy hermosa del valle de Traslasierra y quiere decir, en quechua, “río de aguas taciturnas”. Ignoro cómo el agua puede ser taciturna pero el predicado conviene a lo que recuerdo de mí.
A mi casa le habían agregado un piso de altos (lo necesitaba). No me animé a tocar timbre, como hacen en las películas.
En Anisacate no pudimos encontrar la casa de mi tía. Había ahora una barriada completa, plazas, árboles muy crecidos, rotondas.
Mi amigo me dice que le mande la dirección y que él me manda fotos. ¡Pero nunca tuvo dirección la casa de mi tía! O al menos yo no la supe. Ahora, parece, todas las calles llevan nombres de plantas. Entiendo que la gente no quiera recordar la política argentina a través de sus muertos recientes en sus vacaciones. Celebro el homenaje al mundo apenas sensitivo pero siempre me molesta que nadie recuerde a los filósofos y poetas.
miércoles, 27 de diciembre de 2023
domingo, 24 de diciembre de 2023
sábado, 23 de diciembre de 2023
Silencio cómplice
Por Daniel Link para Perfil
Entre los aportes de la Argentina democrática al mundo, ciertas invenciones relacionadas con los derechos humanos ocupan los primeros puestos. Aquí hubo que definir la figura jurídica “Desaparición forzada de personas”, que no cabía con comodidad en los ordenamientos legales previos a la última dictadura. Luego, hubo que desmantelar la teoría de los dos demonios. Se estableció que el terrorismo de Estado es un crimen de lesa humanidad y que no es comparable la violencia ejercida por un grupo terrorista cualquiera (Montoneros, Hamas) y la violencia ejercida por un Estado. Subrayemos, entre las obviedades, que el Estado es una dimensión representativa de la vida pública, y ningún grupúsculo de alucinados lo es, por más legítimos que considere sus propios intereses.
Sin embargo, el brutalismo y la ignorancia que dominan el periodismo argentino (radial, televisivo y, sobre todo escrito) ha decidido ignorar aquel principio rector. No es sólo que se escribe cualquier cosa sin la menor investigación de respaldo, sino que directamente se censuran temas que en otros países ocupan las primeras planas.
El 4 de diciembre pasado, el diario Libération anunció la “Anulación de una conferencia sobre la paz de Judith Butler: el ayuntamiento de París alega el riesgo de polémicas”. Dejemos de lado el hecho de que se trata de una censura lisa y llana ejecutada por un órgano de gobierno. Todavía más escandaloso es que esa censura se funde en el “riesgo de polémicas”, algo de lo que Francia ha hecho prácticamente un denominación de origen. ¿Cuál sería el riesgo de polemizar? ¿Tal vez un acceso más rápido a la verdad?
El 9 de diciembre, Masha Gessen publicó en The New Yorker una nota titulada “A la sombra del Holocausto. Cómo la política de la memoria en Europa oscurece lo que vemos hoy en Israel y Gaza”. En algún momento de la nota desliza que “si declaraba esto públicamente en Alemania, podría meterme en problemas”. Así fue. El 15 de diciembre Gessen iba a recibir el prestigioso Premio Hannah Arendt. Sin embargo, la ceremonia se pospuso ante la decisión de algunos patrocinadores del premio de retirar su apoyo a la premiación, por la comparación realizada por Gessen en su artículo entre la situación de Gaza y el gueto de Varsovia. La ceremonia de entrega de premios finalmente se reprogramó para el sábado 16 de diciembre como un evento casi privado.
Finalmente (digo, en lo que a esta columna se refiere) Franco Berardi publicó el 11 de diciembre una columna titulada “El vórtice psicótico”, sobre “la desintegración de un estado” y el “supremacismo israelí”, donde repite conceptos suyos ya bastante conocidos, aplicados ahora a una situación límite nueva. Por supuesto, fue acusado de antisemita.
La prensa de Argentina, que por sus propias tradiciones legales, teóricas y políticas, estaría en condiciones inmejorables para leer esos pequeños capítulos de la infamia decide, sin embargo, callarlo todo. En la televisión italiana, Alessandro Di Battista dijo (comparando las bajas) que lo de Palestina no es una guerra, sino una masacre.
viernes, 22 de diciembre de 2023
sábado, 16 de diciembre de 2023
Sentido y sensibilidad
Por Daniel Link para Perfil
¿Qué habrá pasado entre la primera grabación del mensaje del Sr. Caputo y el momento en que fue emitido? Se me ocurre que se trata de uno de esos misterios para cuya resolución hay que recurrir a la sutileza psicológica de una Jane Austen, de quien tomo prestado el título para esta columna.
Imagino la revisión del mensaje: los nueve puntos que funcionan, cada uno de ellos, como palazos en el lomo de un perro que ha tirado demasiado de la cuerda. El último, el décimo, agregado en esas dos horas misteriosas, es como un tazón de arroz que se le tira al can, para que vea que los castigos que recibió eran merecidos pero que en la casa todavía lo aceptan, siempre y cuando sepa cuál es su lugar.
Gran parte de las medidas anunciadas tienen un sentido, pero carecen de toda sensibilidad. Una cosa sin la otra no sirve para demasiado. La pura sensibilidad se vuelve pasión insensata (sin sentido), atormentada. La pura sensatez se torna un valor gélido, inconsciente de los resultados macabros que puede desencadenar lo que tiene sentido en un momento determinado. Las teorías eugenésicas de comienzos del siglo XX se postulaban como el colmo de la sensatez, pero cumplidas a rajatabla, sin ninguna sensibilidad, dieron en procesos de experimentación inhumana y exterminio.
No soy yo quién para analizar las medidas anunciadas (sin embargo, hice mis números y, teniendo en cuenta las mejores previsiones, llego hasta junio), pero sí puedo detenerme en la antropología que suponen.
Como dije: nueve palazos en el lomo y, después, lo mínimo indispensable para que no te mueras de hambre, al mismo tiempo que el señor presidente promocionaba una hipotética “revolución moral”. ¿Cómo no analizar moralmente las medidas?
El horroroso “No hay plata” que se usa como lema de gestión supone que los sectores más desfavorecidos en el reparto de gracias pueden aceptar vivir sin dinero, sin trabajo y sin expectativas de futuro porque están acostumbrados a eso. En el caso de la clase media, se presuponen (en esto el nuevo gobierno coincide con el anterior) colchones de dólares a los que se podrá recurrir llegado el caso.
Moralmente se abandona (se deja en banda) precisamente a aquellos que más necesitan de la sensibilidad en el momento en que más la necesitan. Consecuencias muy obvias: el lanzamiento de la población a unos parámetros de vida completamente desconocidos.
Si el “capital humano” se manejará con la misma frialdad e indiferencia que la “economía”, nos volveremos bandas de perros salvajes, abandonados a su suerte.
viernes, 15 de diciembre de 2023
Patética Pato
No quisiera robarle a la Sra. Bullrich ninguno de los atributos (también llamados predicados) que hoy por hoy (con justicia) se le asignan. Pero estos días he estado pensando en ella y lo que mejor le cuadra es "patética". Explico por qué.
Imagino a alguien que se ha preparado a lo largo de su vida para los más altos cargos, que ha competido para ocupar el sillón soberano, el sitial desde el cual se pueden torcer los rumbos de la historia o entregarse a la tragedia propiamente política de quienes conocen la soledad del poder cada día, cuando se pone el sol, que no cambia su rumbo aunque se lo ordenen.
Pues esa es Pato. Lo que obtuvo, en cambio, es el lugar de granadera, o incluso menos (porque ni uniforme le proveen). Ella quería ser rectora, pero le dijeron: te da para celadora.
Lejos de ofenderse, ella abraza la causa y hace como si nada hubiera sucedido, como si su dignidad no valiera absolutamente nada y como si el desprecio de la gente a su candidatura no fuera a influir en su accionar futuro. Como si pudiera existir el "yo me conformo con participar" en tales cimas de ambición.
La era del patetismo (mezclado con un poco de patoterismo) ya está entre nosotras, que abrazamos encantadas la causa de Teté Coustarot.
En el programa de Mirtha Legrand, la lideresa de nuestro movimiento dijo:
"Somos la Teté".
Por supuesto, ningún movimiento o agrupación puede serlo sin acciones. Aquí va la primera que proponemos, que tiene al Patetismo como destinatario.
Proponemos que todas las integrantes de la Brigada Teté y sus simpatizantes viajemos SIEMPRE con palos de hockey en los subtes y trenes. Y quien no tiene palo de Hockey puede usar el bastón de su abuela en reemplazo. Venden fundas para palos de hockey que seguramente serán caras, pero es fácil disponer de una piola cualquiera para colgarse el palo o bastón de la espalda y poder seguir consultando las noticias en el celular.
He aquí el primer cántico:
“Somos las soldadas de Teté
(sabelo Pato)
te cortamo la calle, la ruta
porque hay libertá
(no llamés a la yuta)"
sábado, 9 de diciembre de 2023
Una por una
Por Daniel Link para Perfil
Aparentemente la oposición (UP, Juntos por el cambio, o lo que quede esos sellos coyunturales) negociará una por una las leyes que se presenten al Honorable Congreso. Hagamos lo mismo. Pienso en el proyecto de desmantelar el sistema de medios públicos. ¿Qué me parece? En principio, ignoro cuál es la función de la televisión y la radio en este momento. Recuerdo que cuando yo era chico se defendía a Radio Nacional porque era la única que pasaba música clásica y a Canal 7 o ATC porque pasaba contenidos documentales y ficcionales de calidad, que no encontraban cabida en los demás canales. Probablemente ninguna de esas razones sirva hoy. Con la excepción del ciclo de Teatro curado por Rubén Szuchmacher no tengo noticias de que la televisión pública apunte a la calidad, ni mucho menos. En cuanto a la música, no pareciera que alguien hoy recurra a ese medio para escucharla, estando toda ella alojada en servidores de internet al alcance de la mano (otro tanto puede decirse de los programas de TV).
Bueno, pero no todos tienen acceso a internet, se me dirá. De acuerdo, pero alguna vez se prohibió la tracción a sangre aunque no todos tuvieran móviles impulsados por motores de combustión.
O sea: objetivamente hablando, los medios tradicionales (tv, radio) no tienen razón de ser. Pero, al mismo tiempo, me parece que debe haber un sistema de medios que sirva para comunicaciones en caso de catástrofe o guerra. Como Argentina parece estar siempre a tiro de cualquier pronóstico apocalíptico, creo que habría que conservar algún sistema de medios estatal, debidamente despojado de los abusos pretéritos.
sábado, 2 de diciembre de 2023
La suerte de un poeta malo
por Daniel Link para Perfil
Se celebra este año el centenario de Fervor de Buenos Aires de Jorge Borges. Es difícil celebrar algo que casi no existe, salvo para especialistas. Aquel libro fue luego muy intervenido por los sucesivos Borges: en la edición de Losada de los Poemas (1922-1943), en los Poemas (1923-1953), en la Obra poética (1923-1964), en la Obra poética (1923-1966), en la Obra poética (1923-1969), en las Obras completas de 1974, en la Obra poética (1923-1976) y, finalmente, en la Obra poética (1923-1977).
Luego de examinar las nueve ediciones, Tommaso Scarano ha concluido en que en la edición de 1974 faltan el 40 % de las líneas originales de Fervor. De los versos conservados, casi el 50 % se vio modificado sustancialmente en alguna de las ediciones sucesivas. Estamos ante un prodigio: los versos de Fervor son los más manoseados de la historia de la literatura e, incluso, interrogan la identidad metafísica del mismo modo que la Paradoja de Teseo, que atormentó a Herácito, a Platón, a John Locke.
Según esa paradoja, si al barco de Teseo se le cambian los remos, y luego se arreglan las tablas, y se cambian el timón y las velas, etc., ¿es el barco resultante el mismo o es otro? No sabemos bien cuál libro celebrar, porque todos son diferentes.
Creo que esa operación de no dejar el libro en paz era para Borges tan necesaria como la complementaria: repetir aquí y allá bloques de texto que se refieren a diferentes cosas. ¿Qué imagen de autor se puede sostener en esos juegos de repetición y diferencia?
Me detengo en lo que permanece sin variantes, el nombre del libro. Si hay que creerle al joven de 1923, “Siempre fue perseverancia en mi pluma – no sé si venturosa o infausta – usar de los vocablos según su primordial acepción”. Naveguemos las etimologías. Del latín fervor -ōris proviene nuestro “hervor”, que figuradamente equivale a la pasión, a la vehemencia: el fervor. Hervor / Fervor integra el número de duplicados o dobletes de la lengua castellana (aproximadamente doscientos). Primordialmente, el “fervor” remite, pues, al hervidero que, para ser visto como tal, necesita de una distancia mínima (el barrio, el arrabal). De modo que, en principio, el nombre “Fervor” es más bien objetivo (es una propiedad del objeto), mientras que la pasión es subjetiva, está ligada a una determinada filosofía (Descartes, y su polemista Spinoza) y, sobre todo, designa al martirologio de Cristo. Peripatético, Borges se presenta en Fervor como un pensador de la calle.
“Hervidero” no es sólo el ruido y el movimiento de un líquido al hervir, sino también el “manantial donde surge el agua con desprendimiento abundante de burbujas gaseosas, que hacen ruido y agitan el líquido” (RAE). O sea que al mirar alrededor, Borges, a punto de volver a Europa, ve una ciudad en ebullición, una ciudad que nace sobre otra que permanece como ruina, ve una ciudad manantial. Y la ve desde el borde, desde el lado de afuera.
¿Cómo no iba a agradecer el momento que le tocó en suerte un poeta hasta entonces malo? Es un poco lo que le pasó a Proust (hasta entonces un narrador mediocre) con el affaire Eulenburg, que precipitó la Recherche. El hervidero que era Buenos Aires por entonces (Borges publica su librito en la misma imprenta de donde salieron la efímera revista Los raros, dirigida por Bartolomé Galíndez y creo que también una revista pornográfica, además del semanario humorístico El pito: o sea, ya hay una loca circulación de discursos) precipita el libro que habla de una Buenos Aires fantasmática que Borges ha conocido apenas dos años antes. El intervalo 1921-1923 le sirve para descubrir no tanto un tema sino para precipitar una escritura, que es al mismo tiempo una intervención sobre el lenguaje y un tono de y para la patria.
La fascinación que hoy puede provocarnos Fervor de Buenos Aires tiene que ver, antes que con cualquier “arte poética”, con un pensamiento y con la encarnación de ese pensamiento en sus tiempos (es decir: en las variaciones infinitas que supone el Tiempo).
De todas las versiones me quedo con la de 1969 (apenas posterior al Cordobazo) porque ya entonces los sistemas de clasificación positiva estaban heridos o se desmoronaban y las identidades se desplazaban a lo largo de una serie de repeticiones y diferencias: Campbell, Campbell, Campbell, Campbell. Un Borges pop.